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Jeser Candray

Jeser Candray

Educador matemático. Investigador en educación matemática.

Apuntes sobre la investigación educativa

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En los últimos años, uno de los temas “de moda” en la rama educativa en el país es la formación del profesor-investigador o profesora-investigadora. Y es que a medida que nos alejemos de corrientes cuantitativas en educación y, por consecuencia, nos acerquemos a estudios más cualitativos, nos damos cuenta que los problemas educativos, a los que día a día se enfrentan los docentes, son temas heterogéneos, diversos y complejos. Es lógico pensar que, aunque algunos ahora se resisten a creerlo, si los problemas tienen esta naturaleza no se puede esperar que las soluciones sean homogéneas, únicas y simples. No existe la formación, sistema o metodología Ad eternum aplicable a todos y todas con el mismo nivel de aceptación o eficacia. Es por ello que se requiere una amplitud de enfoques o caminos para resolver los problema que se encuentran en nuestras aulas, tratando con docentes y niños de nuestra sociedad. Si aceptamos esta tesis, entonces es necesario que los y las docentes cuenten con herramientas que les permitan diagnosticar las situaciones que enfrentan en sus aulas. He ahí la imperiosa necesidad de volver y construir docentes con capacidad investigativa.

Ahora bien, hacer investigación educativa requiere dejar a un lado muchos paradigmas, el primero es que la investigación, como actividad profesional, es de exclusividad de las universidades o centros de investigación y que requiere lidiar con problemas de alta dificultad en la ciencia “formal”. Citando a Joao Pedro Ponte: “en contextos de enseñanza y aprendizaje, investigar no significa necesariamente lidiar con problemas muy sofisticados en la frontera del conocimiento”, es decir, conocimientos que se superponen y se colocan encima del umbral del saber en una ciencia, sino que la investigación educativa implica “formular preguntas que nos interesan, que no tienen respuesta simple, y buscar esa respuesta de modo que sea lo más fundamentado y riguroso posible”, en otras palabras, investigar en educación significa trabajar con inquietudes que al principio no suelen ser tan fácilmente entendibles y que requieren un mayor esfuerzo del docente/investigador en clarificar.

Sin embargo, apostarle a que los docentes ejerzan la investigación como parte de su actividad educadora requiere en primer lugar que, efectivamente, las autoridades lo reconozcan como horas de trabajo, dentro de sus funciones. Y esta es una tarea pendiente. ¿No sería oportuno que dentro de las “reivindicaciones magisteriales” en pro de la dignificación docente se reconozca en la Ley estas y otras actividades? En segundo caso, este reconocimiento necesita que los docentes (universitarios y escolares) sean formados en investigación, pero algo más allá de simples cursos teóricos de investigación y que ellos sí tengan la oportunidad de ejercer experiencias investigativas dirigidas por personal que ya lo haga; ¿qué podría funcionar aquí?

Existen en otros países experiencias de investigaciones colaborativas con docentes universitarios – docentes escolares que pueden dinamizar los enfoques y enriquecer los temas de investigación, pero lejos de esa “tutela científica” que desde las universidades se quiere imponer en las escuelas y que muchas ocasiones no posibilita el trabajo colaborativo. El docente universitario necesita del docente escolar porque es él que conoce la realidad escolar, es él quien enfrenta el día a día y es poseedor de un conocimiento que el docente universitario no posee: la experiencia; de lo contrario su paso por la escuela no quedará más que en un turismo pedagógico, muy común en estos días. Una forma, precisamente, de atacar esa “intrascendencia” que viene demostrando las investigaciones en educación es que los problemas a investigar surjan desde la escuela, repito, parece algo lógico, pero sorprende cuanta investigación se realiza en la actualidad que no tiene nada de interés en los docentes escolares, nada de interés para el aula ya que estas no “huelen a escuela”. Claro, acá también el docente escolar debe reconocer su debilidad metodológica que viene arrastrando desde su formación inicial, hasta el año 2013 se incluyó una disciplina de “investigación educativa” en los profesorados, y que difícilmente ha sido tratada en programas de formación continua.

Además de esto, no basta solamente con promover la investigación, se requiere a la vez un modo distinto de tratar los conocimientos obtenidos. Recordemos que la investigación tiene también un objetivo intrínseco: su aplicación. En el caso de la investigación educativa, ¿cómo podría influenciar esta investigación en la educación? Esta pregunta no es obvia, ya que la mayoría de las investigaciones no son retomadas, ya sea por debilidades en sus aportes y conclusiones, ya sea por su poca divulgación o por una falta de coordinación institucional. De este problema también surge otra solución, ¿no sería genial que una institución se encargase de recopilar estas investigaciones y se dedique a institucionalizarla? El llamado natural para esta tarea es el MINEDUCYT-y el Infod.

Volviendo al papel que deberían jugar las investigaciones en educación. Estas en determinada forma deben enriquecer los libros de texto, las guías metodológicas, los “cursos de formación” inicial y continuos e incluso las políticas públicas en educación. Desde luego esta aplicación debe considerar los aspectos propios de la naturaleza del área, o sea, encontrar que una estrategia “x” como “efectiva” en una escuela “E” no significa que sea aplicable al resto de escuelas del país. La investigación en educación no pretende encontrar las recetas de cocina o las pociones mágicas para el aprendizaje y sí deben ser vistas como alternativas, como otros caminos en busca de la solución de los problemas planteados. Esto bien utilizado podría favorecer el trabajo colaborativo entre docentes escolares, algo que parece complicado en el contexto actual donde los docentes son reacios a abrir sus aulas, ¿por qué es tan difícil que los docentes abran “sus aulas” a otros docentes? ¿Será porque se sienten vigilados y juzgados? Aquí hay aspectos socioemocionales que deben ser considerados y que al no ser tratados de buena forma pueden llevar al fracaso cualquier esfuerzo investigativo.

Existe mucha tela que cortar en este tema, sin duda es un gran reto, pero a la vez implica un salto de nivel para el magisterio salvadoreño. En próximas discusiones nos centraremos en las investigaciones en el aula de matemática.