Enrique Quintanilla

Dios tiene cachitos

Desde 2011, ConTextos ha trabajado en la instalación de bibliotecas escolares, formación docente y formación de comunidades educativas en estrategias de literacidad en más de 100 escuelas de diversas coyunturas con el programa Soy Lector. Y desde 2013, con el programa Soy Autor que imparte 22 talleres de escritura creativa a lo largo de tres meses, dos veces a la semana, de tres horas cada sesión. Hasta la fecha se han publicado más de 900 libros en un proceso en el que los participantes se convierten en autores que escriben sus libros a partir de historias que pasan de lo ordinario a los extraordinario, con la idea que todos tenemos el poder de transformar nuestras realidades a partir de la escritura. Puede parecer muy poco tiempo, casi increíble para escribir un libro, pero sí,  nuestros estudiantes se convierten en autores que seleccionan qué contar, cómo contarlo, cómo mostrar vulnerabilidad, además de una diversidad de recursos literarios en la que el proceso se vuelve tan importante como el producto. 

En una celebración de cierre del programa Soy Autor,  una mañana el sol ardía en la cancha de basquetbol,  el calor era intenso en medio de aquellas paredes grises  y  cercas  altas que la convertían en una jaula. Estábamos cerrando  otro proceso  en encierro, esta vez, con jóvenes privados de libertad de la Granja para Jóvenes en Conflicto con la Ley en Ilobasco, Cabañas.  La mayoría conocemos este municipio por la fabricación de artesanías en barro y madera,  pero  muy poco  se sabe de  las tres  instituciones de encierro que albergan a hombres jóvenes y adultos.  En esta celebración,  16 nuevos autores de entre 18 y 24 años publicaban sus libros, sus memorias ilustradas en medio de  la  mirada ansiosa de  más de 100  visitantes locales y extranjeros.  Además de ir a la escuela y participar en talleres, se habían ganado el privilegio de participar en este programa extracurricular, al no pelearse, no quejarse y no ir en contra de las reglas del centro.  

En medio de aquel magno evento, todos vestidos con las mejores galas, todo el protocolo, el director del  centro  cantando canciones de esperanza y amistad con una voz muy grave, saludos y sonrisas, amistad, nuestros nuevos autores contaban su experiencia del proceso a los invitados y familiares. Ni los autores, ni los invitados se veían intimidados el uno por el otro. Las preguntas curiosas, los tatuajes, las miradas, la ropa floja, las muletillas o los acentos, no significaban mucho.  Comimos  flautas  y tomamos  fresco  hecho por las manos de estos muchachos. Todo parecía de lo más normal, como si no estuviéramos adentro de La Granja,  la G», como se conoce. El lugar al que todos los hombres menores privados de libertad tienen miedo de ir a parar. 

Este centro intermedio, el único en el país,  inició sus operaciones  en 2014,  cuando paradójicamente Soy Autor cerraba el proceso con su primera generación de autores con jóvenes talento de una escuela pública local  como  programa extracurricular. Ha sido interesante a través de los años,  encontrar necesidades tan parecidas  entre la libertad y el encierro,  que superficialmente pueden parecer tan diferentes. No es la norma, pero por un momento se olvida que los mismos jóvenes de comunidades en riesgo de violencia son los candidatos más probables para pasar el resto de su vida internos con extremas medidas de internamiento. Los jóvenes de esta prisión no son tan diferentes de los que hemos encontrado en los salones de clases  con nuestro programa Soy Lector. Hemos aprendido que ambos programas se retroalimentan en más de una manera. 

En este contexto de la Granja, los adolescentes provienen de los centros de inserción social del Instituto Salvadoreño para la Niñez y la Adolescencia (ISNA). Cuando un menor de edad tiene conflicto con la ley es encerrado en una de las instalaciones del ISNA, según su afinidad a las pandillas o “territorio” del que provenga. La condena mayor para un menor de edad, por delito, es de 15 años. Eso significa  que, cuando un menor con la pena máxima cumple los 18 años, es trasladado a la Granja para seguir purgando su condena. Para muchos de nuestros autores, ese era el caso. Pasarían encerrados los siguientes 10, 15 o 25 años de su vida,  además de los que ya habían cumplido antes y después del juicio.  Para ese entonces, las instalaciones tenían capacidad para 888 internos y ya contaba con 860 plazas ocupadas en tres sectores y considerando que los ingresos son mucho mayores a los egresos.  

Nuestra clase estaba compuesta por 17 participantes:  Patricia, la trabajadora social del sector que fue asignada como nuestro apoyo y también escribió una historia muy humana como todas las demás. Luego, 13  jóvenes retirados  de las dos estructuras delincuenciales  y sus fracciones  más conocidas de El Salvador. A ellos se les conoce así, como los “Retirados”  que,  para defenderse de cualquier consecuencia  de  esa deserción,  se  han organizado en  un nuevo grupo, la ERE, por Retirados.  Como pasaría casi en cada cárcel, cada sector también estaba segmentado dependiendo de la afinidad pandilleril de los jóvenes o del territorio del que provinieran. Su  nuevo  sentido de pertenencia se evidenciaba en tatuajes  encima de los anteriores de números y letras.  Durante el proceso descubríamos más y más de estas historias de deserción y lo que hace que cambien ese apego a los que alguna vez llamaron hermanos, por repudio.  

Nuestra clase se completaba con  tres  jóvenes “civiles”. Estaba Juan,  quien nunca fue realmente un pandillero activo,  solo “tiraba paro”. También estaba William, un comerciante por naturaleza y  con tatuajes hasta la nuca. Los dos  tienen en común que no tienen familiares que los visiten. “Rusos” les dicen  y entre  ellos  -con tantos más-  se ayudan a sobrevivir.  Finalmente estaba José. De sus 24 años, llevaba 9 en el sistema: los tatuajes en la piel blanca de su  cara,  su mirada y su forma de respirar al hablar nos contaban que difícilmente había conocido otro mundo.  Cada clase, nos permite descubrir un poco más de él y entender el porqué de su ira, de su inconformidad. Nos permite conocer al joven curioso e inquieto detrás de sus 15 años de condena.  

“Ya este año voy a salir”, nos dice de vez en cuando. Quizás es una forma de darse esperanza, porque casi todos lo dicen, en cada clase pero llegan y se van  diciembres  y José y los demás cumplen otro año encerrados.   A ninguno de ellos tres la ERE los sedujo, quieren ser libres de cuerpo y mente nos han dicho más de una vez, pero quizás el precio de los errores de uno, pesan más que la propia redención. “¿Usted sabe  cómo  hacer para viajar a Costa Rica? Ahí dicen que  no  lo ven mal a uno por los tatuajes”, me dice. José no sabe si tiene partida de nacimiento, no sabe  cómo  tramitar sus documentos de identidad, ni siquiera sabe si en una frontera lo van a dejar salir. “Si no puedo hacerlo por las buenas, aunque sea  mojado  me voy a ir”. Sabe que no vivirá mucho afuera. Sabe que nuestra propia gente no lo aceptará por  quién es y por quien ha sido. 

Recuerdo ver a los ojos  a José  y no poder evitar pensar  en todos los cambios del mundo que se ha perdido y lo extraño que será para él, cuando por fin llegue el día en el que pueda salir.  Cuando le haya pagado a la sociedad lo que le debe,  como  dice él.  

Sin embargo,  todos  sabemos  que  no puede volver a su casa, su familia ya no está, los que fueron sus amigos lo ven como un traidor,  no quiere estar con la ERE, la policía lo va a perseguir de por vida.  Si va a cualquier territorio es una presa fácil para  todos los  bandos. ¿Adónde se va a ir? Me  hacía pensar en eso cada vez que hablábamos y me decía que muy pocas veces  podía contarle  nada  de  esto  a  sus compañeros porque a veces no es bueno dejar ver cosas tan íntimas, es muy difícil mostrarse vulnerable en estos casos.  Cada vez que hablaba  con él, descubría  cosas nuevas: me parecía interesante como un extraño le inspiraba tanta confianza. 

Entre los tatuajes de José, era imposible no ver dos cachitos en su frente con tinta artesanal desgastada. Esos cachitos representaban su identidad por la que una vez vivió, una fraternidad que le arrebató a su única figura paterna, su hermano mayor. Le querían hacer creer lo contrario, pero él sabía que lo habían traicionado. En esos momentos, un huracán de emociones se me desprendía del pecho. En mi cabeza buscaba fortaleza en la voz de mi compañero formador Melvin, que parafraseaba a San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús y patrono de los retiros y de los ejercicios espirituales: “Amar y servir en todo. Descubrir el rostro de Dios en todo y en todos”. Así lo hago y decido aceptar que Dios también tiene cachitos. Eso elijo creer. Veo a Dios en el rostro de José, añorando una vida distinta, añorando una nueva oportunidad de redimirse, ojalá todos los deseos se cumplieran. En su rostro no veo a un hombre con barba, no es árabe, no es pelirrojo, ni siquiera es colocho, no irradia luz celestial, es solo José. Todo él. 

Como José, los autores de esta generación son hombres jóvenes y la mayoría todavía lo serán cuando su medida de encierro termine. Cuando salgan al mundo, muchas otras etapas de sus vidas estarán suprimidas. Ni ellos ni el mundo estaremos listos para recibirnos. Son cientos de historias como estas que se reproducen a granel y que en su mayoría solo se desvanecen en el silencio. Ante el rechazo, muchos de estos jóvenes deciden perpetuar su vida en el encierro, siendo el único mundo en el que tienen un techo, una familia y los tres tiempos de comida cuando no hay más afuera en el mundo para ellos. Recuerdo a José más a menudo de lo que quisiera y pienso en qué pasaría si fuera mi hermano de 22 años, uno de mis sobrinos o mi hijo. Pienso en mí mismo y cómo me sentiría siendo acusado, condenado, discriminado, estereotipado y casi crucificado por ser yo, por ser migrante, por ser gay, por ser ateo, por ser moreno, por ser latino, por ser marero, sin que quieran escucharme. 

Se me retuercen las ideas y las entrañas cuando recuerdo lo que he escuchado decir a mis amigos costarricenses referente al tema de pandillas en El Salvador, me rebotan los titulares de las noticias, me quiebro por dentro al recordar que esa misma mañana del evento, vi a un hombre quitarle la vida a otro a balazos, pienso en el terror de las extorsiones y en los culpables de todo eso. Puede ser fácil tomar una postura de víctimas o victimarios para él como para el resto de privados de libertad cuando solo hay una perspectiva de la verdad. A menudo nos enfrentamos al cuestionamiento de nuestro trabajo, del tiempo y los recursos que invertimos en esta población cuando hay niños en las más de cinco mil escuelas con necesidades desatendidas. Es muy fácil decidir si no se conocen a las personas como José y sus historias que se repiten más de lo que quisiéramos. 

Nosotros no estamos listos para recibir de vuelta a estos jóvenes. No podríamos viajar en el bus sin ponernos pálidos al ver a uno de ellos subirse. No recomendaríamos un restaurante donde uno de ellos sea quien cocina o peor, si uno de ellos es el dueño. No los aceptaríamos como novios de nuestras hijas o hermanas. La estigmatización generacional no nos dejaría reconocer que son humanos, que yerran como nosotros pero que pueden redimirse también, como nosotros.“Todos hemos violado la ley alguna vez, la diferencia es que a algunos nos agarraron, a otros no” me dijo una vez José.  

“¿Has venido hasta acá para meterte en este hoyo maldito?”, me preguntó una vez una mujer custodio al entrar en una cárcel de máxima seguridad en Chicago. Claro que sí vale le pena. Soy Autor ha sido el medio para dar voz a estas verdades que cuentan y nos afirman el poder transformador de las historias, pero esa voz necesita ser escuchada y que nos haga pensar en buscar paz con otros y con nosotros mismos. El odio genera más odio. La violencia y el encarcelamiento está en cada sociedad en diferentes escalas, ignorarlas tampoco las desaparece. Yo no busco venerar santos, tampoco latigar pecadores, solo creo que cada quien interpreta el mundo como lo conoce y es necesario tener más perspectivas, buscar, reconstruir y elaborar criterios diferentes para construir un constante significado del mundo.

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