Las élites no son un elemento reciente en las democracias y tampoco son un producto extraño en la democracia procedimental como una versión de la democracia liberal inclinada a la competencia por el poder entre tales élites, una cuestión que es retomada con amplitud en la sección siguiente, pero es oportuno ahora comprender, que parte de las élites nacionales pueden encontrarse en la clase política, que viene a ser una clase dominante y a la vez una minoría que tiende a imponer un orden legal el cual si bien responde a demandas de la masa o ciudadanía, no termina por responder de manera autentica a la mayoría contrario a lo que se podría percibir desde un plano idealizado de la democracia (Michels, 2003). Bajo tal esquema de competencias y teniendo en cuenta el reconocimiento de élites que se configuran en minorías que ostentan el poder, solo queda comprender una predestinación de los ciudadanos a estar sometidos a una minoría gobernante entendida como una élite o clase política, cuestión que no parece tener una salida, puesto que en caso hipotético de que la mayoría despojara a la minoría gobernante del poder, siempre resurgiría otra minoría organizada que se establecería como clase gobernante que es renovada de manera parcial frecuente mediante las elecciones y el voto, apareciendo así nuevamente en el panorama una limitada participación de la ciudadanía (Michels, 2003).