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Óscar Picardo

Óscar Picardo

Primera infancia: el momento cero de la educación…

El ciclo de vida educativo está compuesto de siete grandes etapas: 1) Un embarazo sin complicaciones; 2) Educación en primera infancia (0 a 3 años); 3) Educación inicial o pre-escolar (4 a 6 años); 4) Educación básica (1º a 9º grados); 5) Educación media (10º a K12º); 6) Educación superior (pregrado y postgrado); y 7) Auto-educación (aprendizaje permanente del adulto). Más allá de lo clínico y de los cuidados ginecológicos y obstétricos del embarazo y de los aspectos genéticos, la etapa clave en el proceso educativo es la “primera infancia” o el momento cero…

El sistema educativo comienza a “afectar” al estudiante a partir de los cuatro años, pero antes de esta edad existen un conjunto de fenómenos que pueden marcar el rumbo y la personalidad del niño o niña. Una alimentación adecuada, contar con los cuadros de vacunación completos e iniciar el proceso de ambientación con los estímulos apropiados serán factores claves para el desarrollo.

Pero hay un problema grave: Las políticas gubernamentales no llegan al hogar y nadie estudia ni se forma para ser padre o madre, y son pocas las parejas que se preocupan o se informan sobre lo que está sucediendo en la vida del niño o niña de cero a tres años. El sistema educativo no interviene, solo nos acercamos al sistema de salud gracias a los neonatólogos o pediatras, y comienza el aprendizaje en base a consejos, tradiciones, buenas y malas prácticas de crianza. A los cuatro años las cartas están echadas…

Dado los avances neurológicos y neuroeducativos, cada vez más los gobiernos están preocupados por diseñar intervenciones o políticas en “primera infancia”, y dado que es un ámbito extraescolar y que pertenece al campo familiar, se hace difícil diseñar decisiones eficaces y más aún mediciones, para garantizar que se está haciendo lo correcto o adecuado.

Considerando el modelo de “La curva del aprendizaje” (A. Ábrego & O. Picardo, 2019) publicado recientemente, debemos señalar que los ocho constructos neuroevolutivos (M. Levin) deben estimularse a temprana edad (además de los aspectos de salud y alimentación). En este contexto, veamos cuáles podrían ser los vectores de intervención para garantizar una adecuada educación en primera infancia o estimulación de cero a tres años:

1.- El ámbito médico: Tanto los ginecólogos como los pediatras son la primera línea de trabajo y cercanía a la madre del niño; al respecto, se podrían crear unas cartas didácticas bien diseñadas e integradas con otras cartas profilácticas y alimenticias, en dónde se establezcan pautas semanales de estimulación. Así como medimos talla, peso y circunferencia craneal, debemos guiar y medir en entrevistas cómo van estimulando al bebé, qué juegos son apropiados, como van sus reflejos y su conexión emocional. 

2.- El modelo de guarderías: creería que el programa “Libras de Amor” puede aportar conocimientos y experiencias, no obstante, es otro modelo de apoyo complementario en dónde se crean espacios con especialistas, que intervienen y aconsejan en el proceso de cuidado y crianza en esta etapa. Algunas empresas u organización ya poseen esta herramienta de apoyo a las madres y padres.

3.- El modelo de campañas masivas: una campaña sostenida y sistemática con mensaje claros y específicos, podría ayudar a sensibilizar a las madres y padres sobre aspectos claves del cuido del bebé en esta etapa; esta posibilidad podría ir acompañada de materiales de lectura básica, cartas didácticas y consejos, disponibles en unidades de salud, clínicas, etcétera.

4.- Un sistema de visita a hogares: sería complejo, crear equipos de especialistas –trabajadores sociales, psicólogos, etc.- que pudieran realizar visitas de control y acompañamiento, pero podría ser una herramienta muy probable y plausible para el escenario rural.

5.- Tecnologías al servicio de primera infancia: páginas web o aplicaciones móviles podrían ser una herramienta más urbana y para personas con mejores niveles de escolaridad, a través de las cuales se pueda aprender, conocer, comprender y aplicar buenas prácticas de estimulación temprana e interactuar ante dudas o problemas. 

6.- Curso para padres y madres: suena raro, pero creo que es necesario; crear un diplomado –presencial u online tipo MOOC- sobre el rol de padres y madres, qué hacer y qué no hacer en el campo de prácticas de crianza, estimulación, y diversos consejos a partir de experiencias positivas; en este curso podrían intervenir médicos, psicólogos, pedagogos, docentes, madres y padres experimentados. No olvidemos que en no pocos casos los seres humanos replicamos prácticas de crianza, y éstas no son buenas, ¿cómo corriges o castigas a tus hijos?

7.- Consejería: unidades escolares o de salud –u otras gubernamentales o municipales- podrían establecer oficinas de consejería para padres y madres jóvenes, como una herramienta de apoyo o ayuda para educar y / o estimular mejor a los niños en el hogar.

Como ya anotamos en más de una ocasión, los niños y niñas no son seres inacabados, incompletos, imperfectos, que necesitan ser educados para lograr niveles de plenitud humana o ciudadana.  Son seres humanos plenos per se…; su solo ser y presencia, lo que son y lo que pueden llegar a ser, representa un valor sustantivo existencial; y no debemos recurrir a ciertos argumentos emocionales, a la compasión, lástima o ternura para valorar lo importante que son. Debemos “respetar” y “confiar” siempre en los niños. Es más, debemos ser conscientes que de cero a tres años la plasticidad cerebral está en un momento crítico; en efecto, la plasticidad es una capacidad que posee el cerebro para cambiar su estructura y su funcionamiento de manera permanente, como reacción a la diversidad del entorno y a los procesos de aprendizaje. La neuroplasticidad no sólo permite a las neuronas regenerarse tanto anatómica como funcionalmente y formar nuevas conexiones sinápticas, sino que representa la facultad del cerebro para recuperarse y reestructurarse (resiliencia cerebral). Este potencial adaptativo permite al cerebro reponerse a trastornos o lesiones, y puede reducir los efectos de alteraciones estructurales producidas por diversas patologías. ¡Cada cosa que sucede alrededor de un niño de cero a tres años, aunque él no interactúe o comprenda, podría quedar almacenada como una experiencia simbólica… cuidado con esto!

Los adultos no tomamos muy en serio a los niños; los tratamos como depósitos que se deben llenar -diría Freire-; los castigamos, les exigimos comportamiento de adulto, les prohibimos muchas cosas; no respetamos los “rituales y ritmos de la infancia” (A. Stern), y lo peor: no valoramos la importancia del juego como elemento central de su desarrollo cognitivo, emocional y físico. 

Aprender y jugar, o viceversa, son aspectos fundamentales de la niñez y de su plasticidad cerebral (el juego activa el centro emocional del niño, siempre…, el “juego” es el elemento y el medio de la niñez). En la formación del símbolo, según Piaget, el juego, el juguete y la imitación son fundamentales; en efecto, los niños comienzan a aprender desde que nacen sin que nadie les explique cómo aprender, el aprendizaje simplemente ocurre; y aprenden muchísimo en la etapa más temprana de la infancia, de su medio ambiente y familiar, de sus padres, madres, hermanos; y aunque no nos demos cuenta el hogar es muy pedagógico y todo deja huella. 

Muchos coinciden que cuando los niños llegan a la escuela se interrumpen cuatro procesos vitales de la niñez: 1) el asombro, 2) la emoción, 3) el juego y 4) el interés; y ya no hay espacio para esto porque se deben aprender otros elementos curriculares, memorizar, números, fonemas, reglas, fórmulas, etcétera. En este contexto forzoso, el niño se interesa por unos y rechaza otros de manera natural. Y al llegar a la escuela también aparece la odiosa comparación; grave error, no compare a su hijo con nadie; como afirmaba Mel Levine: “Mentes diferentes, aprendizajes diferentes”. La estandarización etaria propicia la comparación y es terrible, cada niño es único. Ni hablar de los sistemas de evaluación… La escuela debe recuperar –pedagógica y didácticamente hablando- el asombro, la emoción, el juego y el interés en los niños, y esto repercutirá en creatividad.  

Tenemos que tener claro esto: ningún niño es nulo en nada, los condicionamos, o tenemos padres o maestros que no saben educar, que replican modelos perversos y que no estimulan las capacidades de los niños; cada niño puede llegar a ser lo que él desee si lo respetamos y sabemos guiarlo. Si no somos buenos en algo es porque no nos interesa, no por que tengamos un defecto. Para aprender se necesita interés y emoción, y aprender sin esto es una verdadera pesadilla para los niños. Cuanto más se emociona un niño con algo -y si recibe el apoyo adecuado- puede ser brillante, excepcional, especialista o simplemente muy feliz…

Como anotamos anteriormente, existen ocho sistemas neuroevolutivos –QED Foundation-: atención, memoria, sistema lingüístico, ordenación espacial, ordenación secuencial, sistema motor, pensamiento social y pensamiento superior; y no todos somos buenos en todo, debemos conocer bien a los niños para potenciar sus capacidades desarrolladas y / o fortalecer sus áreas débiles, pero con los mecanismos y oportunidades adecuadas. 

Cambiemos positivamente el futuro de los niños y niñas, eduquemos a sus primeros y más importantes maestros: Papá y Mamá, lo demás vendrá por añadidura… 

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