

Óscar Picardo
El comportamiento femenino y masculino
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¿Podemos hablar de un comportamiento femenino o masculino diferenciado…?; más allá de la sexualidad, del enfoque de género, de los modelos de matriarcado o patriarcado, de las categorías macho y hembra o de los aportes de Simone de Beauvoir, pongamos todos los elementos sobre la mesa y analicemos.
Desde el punto de vista fisiológico y biológico existe una serie de similitudes y diferencias entre hombre y mujer que generan un parteaguas polémico. Por un lado, el sexo viene determinado por la naturaleza, una persona nace con sexo masculino o femenino. No obstante, el género, varón o mujer, se aprende, puede ser educado, cambiado y manipulado.
El punto de partida de Simone de Beauvoir fue darse cuenta de que la mayoría de las producciones culturales de la humanidad, desde el arte hasta el uso del lenguaje, tienen al hombre como punto central dominante siendo la principal referencia. A partir de lo anterior, Simone de Beauvoir desarrolla la idea de «lo Otro», o más bien, «la otra». Esta categoría sirve para expresar de un modo visual el hecho de que el género femenino se mueve por la periferia de lo humano, y representa un atributo que no está integrado en el primero, sino más bien una extensión de este, mientras que lo masculino sí es indesligable de la idea de lo humano como si fuesen sinónimos. Considerando los elementos anteriores aparece la corroboración de que la historia ha sido escrita por hombres, tanto literal como simbólicamente. La conclusión que extrae de esto es que lo femenino es, en sí mismo, algo que ha sido diseñado y definido por el hombre e impuesto sobre las mujeres. Esto se resume en su famosa frase «no se nace mujer, se llega a serlo».
El debate sobre la masculinidad y feminidad puede ser muy profundo y denso. En diversas culturas existe una cosificación de la mujer, algo muy arraigado a la religión. Por ejemplo, en el cristianismo occidental existe un paradigma instalado desde al bajo medioevo: Agustín de Hipona para exculpar a Dios sobre el origen del mal crea el concepto de “pecado original”, el cual es heredado a través de la concupiscencia sexual. De ahí en adelante, la mujer aparece en el lado negativo de la historia como un ente que ocasiona el pecado.
Pero hay más, en el fondo el concepto de deidad en la trinidad cristiana es masculino -Padre, Hijo, Espíritu- (aunque teólogos como Leonardo Boff incluyeron en su teoría lo femenino del Espíritu Santo -Pneuma en griego es femenino-) y en la jerarquía religiosa los espacios para las mujeres son limitados, el sacerdocio y las dignidades son masculinas. La religión y su catequesis afecta demasiado la cultura, las creencias, la axiología y la cosmovisión.
El machismo y el patriarcado es una realidad innegable en la historia; las mujeres se fueron abriendo espacios en contracorriente, en sociedades muy dominantes en dónde la mujer estaba al servicio del hombre como esposa “de”, ama de casa, encargada de la crianza de los hijos, etcétera. Por otro lado, la maternidad que es una característica femenina también ha condicionado el rol y el comportamiento de la mujer en la sociedad.
Dicho lo anterior nos volvemos a preguntar: ¿Existe un comportamiento masculino o femenino diferenciado…?; la respuesta es sí, aunque esto no afecta asuntos de dignidad o igualdad.
Una mirada sobre el comportamiento de la mujer suele identificar ciertos estigmas culturales vinculados a lo sentimental, lo débil, lo delicado, lo maternal, lo emocional, etcétera; y el hombre aparece en la antípoda: racional, fuerte, rústico, proveedor, etcétera. Y estos rasgos son enseñados en el hogar y en la escuela, primero por imitación y luego por reforzamiento de comportamientos: Los niños no lloran…, las niñas se visten de rosado…, los niños pueden andar con el torso al descubierto, las niñas no…, los niños usan pantalones, las niñas falda ¿por qué…?
Esto también llega a niveles más sofisticados en las responsabilidades públicas y privadas, y se traduce en la confianza para asumir cargos o en la diferencia de salarios. Al final el comportamiento del hombre tiene más aceptabilidad que el de la mujer, y esto nuevamente es aprendido y reproducido por culturas institucionales o empresariales.
Esta represión o configuración histórica ha ocasionado respuestas rebeldes de movimientos feministas y también nuevas respuestas a través de nuevas identidades alternativas como los movimientos LGBTIQ+, las cuales se manifiestan a través de nuevos hitos de comportamiento simbólico y fáctico.
¿Se justifica un comportamiento femenino o masculino diferenciado…?, sin lugar a duda sí, hay diferencias que lo justifican y probablemente haya mucho más que profundizar en este tema el cual queda abierto.
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