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 2706-5421

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Susana Joma

El legado del brasileño Antonio José Coelho en la educación salvadoreña y la caficultura

El historiador Carlos Cañas Dinarte, en uno de sus más recientes artículos señala como el pedagogo sudamericano Antonio José Coelho realizó grandes aportes a El Salvador en el ámbito de la educación, incluso en la caficultura, los cuales han sido poco conocidos. 

«Antonio José Coelho: un brasileño en los orígenes de la educación salvadoreña”, como se titula el escrito de Cañas Dinarte, publicado en la revista Realidad y Reflexión No. 60, de UFG Editores, lleva al lector en un viaje por las acciones realizadas en función de la educación durante la tercera década del siglo XIX.  Según el investigador, la importancia de Antonio José Coelho en la educación salvadoreña radica en que fue el impulsor del primer sistema educativo formal en el país, al fundar escuelas en San Salvador basadas en el método lancasteriano. 

Coelho nació en Salvador de Bahía, Brasil, en septiembre de 1752, en el seno de una familia distinguida que le proporcionó una educación esmerada. Según los apuntes del historiador, el brasileño se dedicó desde muy joven al comercio, con ello logró viajar a Europa y la América Española. Vivió en Estados Unidos, México, Guatemala, en este último sitio ejerciendo el cargo de Comisionado para Centro América del gobierno mexicano. Luego, dio un salto a El Salvador a donde fue llamado para aplicar el mencionado sistema educativo. 

Cañas Dinarte durante su escrito, en el cual también cita datos de otros historiadores salvadoreños, narra como el sistema de educación lancasteriano fue creado en la India y Gran Bretaña por Andrew Bell y Joseph Lancaster, para que luego por la vía de una real cédula de fecha 31 de abril de 1821 fuera introducido en el Virreinato de la Nueva España.  

¿En qué consiste ese sistema lancasteriano?  

El sistema sistema lancasteriano, también conocido como enseñanza mutua o monitorial, fue un método educativo que se popularizó en el siglo XIX. Se basaba en que los estudiantes más avanzados, llamados monitores, enseñaban a los demás. 

Según Cañas Dinarte, en este sistema “el profesor educa a un grupo de estudiantes en técnicas que, básicamente, son grandes listados de conocimientos que tienen que memorizar, y que tienen que repetir como si fueran loritos. A la vez que les enseña a (los alumnos a) leer y escribir en pizarras de arena”, porque de esa forma era más fácil borrar; también les enseñaban Caligrafía, entre otras áreas.  

Los estudiantes más grandes y talentosos, una vez educados, les enseñaban a los más pequeños, pero siempre de manera memorística, mecánica. 

Tal y como describe Cañas Dinarte, Coelho fundó un centro educativo denominado Aurora del Salvador, pero era conocido por la población como Escuela Grande, esto ocurrió cuatro años después de que fuera disuelta una escuela elemental dirigida por religiosos franciscanos. Esta nueva institución pública lancasteriana, que abrió sus puertas a principios de 1833, funcionó en un cuarto de manzana del antiguo Cabildo de San Salvador, un edificio al sur de la plaza Principal o de Armas hoy conocida como parque Libertad.  

No puede faltar en el trabajo del historiador una descripción sobre las instalaciones de la institución educativa y las actividades que los educadores y estudiantes realizaban durante sus jornadas, por ejemplo, tenía un salón principal rectangular, con ventanas altas que no permitían que los estudiantes se distrajeran viendo hacia el exterior ni que los transeúntes observaran hacia el interior. También contaba con un espacioso patio interior, en donde los escolares disfrutaban los recreos, hacían marchas, demostraciones de gimnasia y ejercicios militares que estaban incluidos en el currículo. 

La institución contaba con alumnos de la capital, del interior del país que habían recibido becas, pero también otros procedentes de países vecinos, dado su prestigio. “Según anota el doctor Manuel Gallardo (1826-1913) en sus Recuerdos autobiográficos (1826-1877), fechados en Santa Tecla el primer día de 1892, para los meses de su llegada a San Salvador, a Coelho «ni su edad ni su corpulencia eran parte para embarazar la agilidad de sus movimientos. Tenía un rostro grave a la par que afable, con sus cabellos y su barba completamente encanecidos. En el metal de su voz y en su palabra clara y breve se revelaba el don de autoridad que poseía en alto grado; pero esto no obstaba, en manera alguna, para que tratase a sus alumnos y subordinados con dulzura y benevolencia, ni para que algunas veces dejase escapar observaciones llenas de gracia y de sentido, pero que siempre envolvían alguna amarga ilusión y censura de las preocupaciones dominantes», cita Cañas Dinarte. 

“Al momento de la llegada de Coelho al país, la historia de la educación salvadoreña ya había establecido hitos, retrocesos y estancamientos significativos durante casi cuatro siglos de presencia española y de lances previos y posteriores a la emancipación política de la corona ibérica y del imperio mexicano del Septentrión”, apunta. 

Cañas Dinarte, de igual forma expone en su artículo como el brasileño, en su momento, enfrentó rechazo social debido a su cultura sincrética, el cuestionamiento que hizo a las tradiciones locales y su escasa adhesión al catolicismo que dominaba en aquella época. Sin embargo, gracias al alcance de su trabajo Coelho llegó a formar parte de la Junta Nacional de Educación Pública, que tuvo su sede en San Salvador. 

El historiador presenta a un Coelho formador de generaciones de estudiantes centroamericanos, hombres y mujeres que luego también hicieron aportes notables al país, entre políticos, ministros e incluso expresidentes. La lista es grande, pero enumera entre ellos al médico y catedrático universitario Manuel Gallardo, Juan Bertis, Nicolás Aguilar, Manuel Suárez, que fue cabecilla de la revolución contra Gerardo Barrios, Joaquín Salazar, un coronel del ejército que peleó contra los filibusteros en Nicaragua, y otros no menos importantes. 

“Y digamos que ese sistema lancasteriano permaneció en el país prácticamente 50 años. Va a ser hasta la década de 1880 cuando se va a empezar a erradicar poco a poco la existencia de esa forma de educación», señala durante la entrevista. 

En su obra narra como “los exámenes públicos de dicha institución se constituían en verdaderas fiestas cívicas, ya que a ellos acudían el presidente de la República, los ministros del Estado, magistrados de la Corte Suprema, munícipes, cuerpo militar, los filarmónicos de la pequeña Banda Marcial y los padres y madres de familia de los educandos”. 

El legado de Coelho no se limita al ámbito educativo. Cañas Dinarte plasma que el educador también trabajó en la aclimatación de especies vegetales en el país, por ejemplo, hizo experimentos con el café y el mango que resultaron llamativos para desarrollar más estudios sobre la historia de la botánica a nivel de país, lo cual ocurrió antes de los trabajos de otros científicos pioneros como David Joaquín Guzmán Martorell y Darío González Guerra, entre otros. 

“Lo que me motivó a escribir acerca de él es el hecho de que no sabía absolutamente nada de este personaje. Y me parece interesante que muchos de los avances que se han hecho en la educación salvadoreña los hayan realizado extranjeros, españoles, brasileños, franceses, alemanes, que han llegado a al territorio nacional y que han aportado, incluso tuvimos algunos rusos en más de alguna oportunidad, a lo largo de la historia de la educación nacional y así podíamos contar también la presencia de italianos y de una serie de extranjeros. Entonces, a mí me llamaba mucho la atención que un hombre brasileño fuera uno de los fundadores de la educación en El Salvador posterior a la independencia”, señaló. 

Sobre Coelho dice que lo que más admira de él es su rebeldía y el que cuando llegó a tierras salvadoreñas ya era un adulto muy grande de edad y trajo las ciencias, tratando de enseñarla a la gente. Cita por ejemplo ese momento en 1835 cuando el brasileño les dice a las personas que no sean ingenuos, que no crean que la erupción del volcán Cosigüina se debe a la maldad entre comillas del general Francisco Morazán, sino que hay fenómenos geológicos, vulcanológicos que son los que provocan la erupción del volcán, situación que llevó a un enfrentamiento con las autoridades. “Me llama la atención, o sea, (como) alguien que es laico, o que trae unas costumbres que no son las de la Iglesia católica y que se enfrenta a la tradición de aquella época. Entonces, yo creo que es un rebelde que vale la pena estudiar en su momento”, añade. 

Cañas Dinarte no duda en definir a Antonio José Coelho como “un pionero de la educación nacional”, alguien que llegó a estremecer a la sociedad de San Salvador en una época que todavía quedaban remanentes de la presencia española.  

¿Cómo surgió la idea de investigar sobre la obra de Coelho?  

Según detalló no fue algo ex profeso, sino que el nombre del brasileño fue surgiendo en el contexto de una investigación que él realizó en 1996, de cara a publicar un libro sobre José María Peralta, un educador del siglo XIX, quien en 1847 fundó la primera escuela para niñas en el país. “Empecé a registrar cosas acerca de él (Coelho) en mis visitas al Archivo General de la Nación, en el Palacio Nacional, la Biblioteca Nacional Francisco Gavidia y la Biblioteca Especializada del Museo David J. Guzmán”, relató. 

La recopilación de datos sobre este pedagogo extranjero no fue sencilla, tardó alrededor de cinco años en reunir material, pero lo sistematizó hasta hace como un año y medio, luego de que la Universidad Francisco Gavidia (UFG) le dio la oportunidad de finalizar este trabajo para publicarlo en la revista Realidad y Reflexión. 

Hablando de los retos que tuvo en su investigación de 1996 subraya varios aspectos, como el que en esa época la información no estaba sistematizada ni digitalizada, por el contrario, los archivos y bibliotecas estaban en desorden, así que había que pedir documentos físicos y empezar a revisar uno por uno, pues no había Internet, e incluso él tuvo su primera cámara digital hasta bastante avanzado el siglo XXI: “Me tocaba reproducir mucha documentación a mano, sentado en la Biblioteca del Museo David J. Guzmán o en el Archivo General de la Nación”. 

En el espacio con Disruptiva, Cañas Dinarte sostiene que hoy son otros los retos que se tienen a la hora de investigar, incluso si alguien quisiera reconstruir el trabajo que hizo sería peor porque en la actualidad no se sabe dónde están todos los materiales originales que tuvo la oportunidad de consultar en aquella época. Al respecto insiste en que desde abril 2024 los investigadores no tienen conocimiento en dónde está el Archivo General de la Nación, y desde el 2022 se desconoce en donde está el fondo histórico de la Biblioteca Nacional Francisco Gavidia. 

Perfil del autor: 

Carlos Cañas Dinarte ostenta una licenciatura en Letras, de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Es investigador asociado de la Dirección de Proyectos y Transferencia Tecnológica (DTT), que antes era conocido como el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación (ICTI), de la Universidad Francisco Gavidia (UFG). 

Perfil del autor: 

Carlos Cañas Dinarte ostenta una licenciatura en Letras, de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Es investigador asociado de la Dirección de Proyectos y Transferencia Tecnológica (DTT), que antes era conocido como el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación (ICTI), de la Universidad Francisco Gavidia (UFG). 

Para leer el artículo completo en la edición número 60 de la revista Realidad y Reflexión de la UFG, da clic en este enlace o en la portada a la izquierda.

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