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 2706-5421

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Óscar Picardo

“Elegidos” (Destino, predestinación y providencia)

Todo lo que ha sucedido o sucede es por Gracia Divina…; y Dios, en su omnisciencia, sabe también que sucederá. No se cae una hoja de un árbol si Dios no lo permite. Dios en su misterio crea, elige, interviene, castiga, transforma (…) pero todo lo anterior parece absurdo y contradice a la ciencia que se basa en datos y evidencia…

Si hay tres conceptos peligrosos en la historia política de la humanidad son: Destino, Predestinación y Providencia. A la base de estos constructos hay un principio perplejo o perverso sobre la intervención de Dios en el curso de la humanidad; peor aún, creer que Dios “elige” naciones, políticos, razas, para cumplir sus designios…

Hay dos antecedentes importantes a considerar en esta controversia: Primero el texto neotestamentario Romanos 13,1: “Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan; porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas”. Si leemos este texto con fundamentalismo debemos concluir que todos los gobernantes han llegado al poder por voluntad divina, incluido Hitler…

Segundo, la controversia “de Auxiliis” (1582-1607) una polémica teológica y filosófica acerca del papel de la libertad humana en relación con la gracia o potencia divina. La polémica enfrentó a jesuitas y dominicos. Para los jesuitas la doctrina tradicional de los dominicos dejaba poco lugar a la libertad humana, mientras que para los dominicos la doctrina jesuita presentaba inconsistencias metafísicas. En el fondo el debate también respondía a las teorías luteranas del fatalismo protestante versus la libertad humana o libre albedrío: ¿somos realmente libres o Dios interviene en nuestras vidas?

Las ideologías que involucraron los conceptos de “destino, predestinación o providencia” llegaron en diversos momentos a la conquista española y portuguesa (espada y cruz), al Imperialismo británico, al darwinismo social, a la política estadounidense del Destino Manifiesto y al espacio vital nazi, según las cuales un determinado pueblo era elegido por designio divino para crecer, multiplicarse e incautarse de las tierras prometidas por Dios, sojuzgando, aniquilando o explotando a los pueblos indígenas o extraños (judíos) por medio de la guerra justa, evitando el mestizaje.

Muchos políticos estaban fascinados por la limpieza étnica de los pueblos indígenas y adueñarse de sus recursos y tierras; creían que para ser una superpotencia internacional debían de expandir su presencia geopolítica y actuar solo en el interés propio. La base también era una superioridad racial y la creencia de “subhumanos” adornada con visos teológicos.

No podemos obviar el debate entre Fray Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda, una controversia que se llevó a cabo en Valladolid entre 1550 y 1551. Uno de los temas centrales fue el de los derechos de los indígenas. Bartolomé de las Casas defendía que los indígenas eran seres humanos con derecho a la libertad y la propiedad; mientras que Juan Ginés de Sepúlveda consideraba que los indígenas eran “seres inferiores” y que había derecho a civilizarlos. Luego de esto se fomentó el tráfico de afroamericanos y la esclavitud a lo largo de toda la costa atlántica de norte, centro y sur américa. Aún hoy, pese al restablecimiento de los Derechos civiles, en Estados Unidos muchos grupos consideran que los Latinos y Afroamericanos no son seres humanos, mientras que ellos se consideran una raza elegida…

Estos debates llegaron tristemente a la política, a través de la manipulación y el uso instrumental de Dios; por ejemplo, el “destino manifiesto”, una doctrina del siglo XIX a través de la cual Estados Unidos cimentó su política expansionista por Norteamérica; se fundamentaba en considerar a este país como una nación «elegida». Hoy el Presidente Trump ha retomado este discurso cuando se refiere a ciertas acciones intervencionistas en Groenlandia, Canadá, Panamá, y la búsqueda del disciplinamiento de los países de Centroamérica y Suramérica: “No los necesitamos, ellos nos necesitan a nosotros”, sentenció Trump recientemente.

También el concepto del «espacio vital» (Lebensraum) tantas veces utilizado por Adolf Hitler en el libro “Mi lucha”, partía de la idea de los Estados eslavos a ocupar a partir de presunciones de superioridad racial (raza aria). Lebensraum se convirtió en un principio ideológico del nazismo y proveyó de una justificación para la expansión territorial alemana en Europa Central y Europa del Este. Aquí el argumento era más biológico y geográfico que religioso, cercano a ley natural, pero tocaba la arista del “Destino manifiesto”. El uso nazi del término Lebensraum era explícitamente racial, y se justificaba por el “derecho místico” de la superioridad racial de los pueblos germánicos.

No deberíamos excluir en el análisis a las teocracias, las monarquías o imperios que poseen a Dios en su ADN institucional y gubernamental, ya que a la base existe un sustrato cultural más complejo basado en una antropología perversa, mítica o mágica en dónde existen dos clases de seres humanos: superiores e inferiores, destinados a aceptar o creer en esa realidad por tradición oral. Estos modelos se sustentan en patrones de dominación militar, en una vasta ignorancia o en otras condiciones socio-económicas que han evolucionado. Aceptar la “realeza” hoy en pleno siglo XXI es creer que los nobles son tocados por Dios…

Detrás de toda esta realidad histórica compleja aparece el tema del uso político de Dios. Culturas y masas humanas que necesitan creer en algo trascendente para resolver sus problemas y temores y líderes o políticos sinvergüenzas que manipulan textos religiosos con interpretaciones perversas para satisfacer sus intereses comerciales, políticos o su propia seguridad.

La mayoría de políticos que utilizan el nombre de Dios en sus discursos de modo interesado o manipulador no suelen ser creyentes o religiosos practicantes sino “místicos”; creen tener una conexión o relación con Dios a conveniencia de sus intereses e ideas; luego pasan a una fase de sentirse como enviados de Dios con una misión soteriológica (mesiánicos); luego terminan creyéndose que son más poderosos que Dios. Finalmente caen…, todos caen, por que la imbecilidad tiene sus límites. 

Para los creyentes o los que manipulan el uso de la fe hay un mandamiento que dice: “No utilizarás el nombre de Dios en vano” (Éxodo 20:7; Deuteronomio 5:11). Si se dicen creyentes deberían tomárselo más en serio, no vaya a ser que se desate la furia apocalíptica en sus reinos o imperios.

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