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Óscar Picardo

La arrogancia política

La respuesta que dio el presidente estadounidense, Donald Trump, cuando le preguntaron sobre las futuras relaciones de su gobierno con América Latina fue: «no los necesitamos». También, cuando le consultaron en una conferencia de prensa durante la ceremonia de firma de sus órdenes ejecutivas cómo veía las futuras relaciones con América Latina y Brasil, Trump respondió: «Nosotros no los necesitamos. Ellos nos necesitan a nosotros».

La narrativa de Trump se ha centrado en la negatividad hacia América Latina: la «invasión» de migrantes, los cárteles de la droga y el supuesto complot chino para apoderarse del Canal de Panamá. Esto ignora que son los migrantes quienes realizan un alto porcentaje de las tareas básicas que ningún estadounidense educado quiere desempeñar, que los productores de armas alimentan a los cárteles, y que Estados Unidos es el principal cliente de fentanilo y cocaína.

Por si fuera poco, Trump quiere cambiarle el nombre al Golfo de México, comprar Groenlandia, recuperar el Canal de Panamá, limpiar la franja de Gaza, deportar gente como si fueran animales y tratar a los países como si fueran su patio trasero. En definitiva, cree que la geopolítica es un reality show, algo así como The Apprentice.

Estados Unidos tiene tanta institucionalidad democrática como arrogancia política. En su política exterior no existen socios ni aliados, solo intereses, y, obviamente, se ven a sí mismos como los «policías del mundo». Han ayudado y también conspirado en función de sus propios intereses, a veces con aciertos, pero en muchas ocasiones cometiendo errores con un alto costo humano.

Sin contar con datos específicos, podría afirmarse que hay más bases militares estadounidenses en el mundo que las que poseen Rusia o China. Entonces, ¿quién actúa de modo expansionista? ¿Quién busca el control geopolítico? ¿Quién está presente en casi todos los conflictos y guerras?

Una migración descontrolada es, obviamente, negativa para cualquier sociedad, más aún si incluye criminales. Pero la pregunta de fondo debería ser: ¿por qué la gente migra masivamente hacia Estados Unidos? La respuesta es múltiple: reunificación familiar, falta de oportunidades, corrupción y otras razones. El sueño americano y la política exterior estadounidense no han contribuido a mejorar la situación en otros países emergentes. ¿Por qué? A pesar de que USAID ha invertido miles de millones en América Latina, poco o nada ha cambiado. ¿Por qué? Hay demasiadas preguntas y pocas respuestas.

Siempre es prudente aclarar que una cosa es el pueblo estadounidense y otra muy distinta sus políticos. Quizá el último presidente admirado y querido en América Latina fue John F. Kennedy. Además, como alumni y exbecario, debemos reconocer la importancia del desarrollo científico y académico de Estados Unidos; aunque, últimamente, hasta la ciencia parece rendirse ante el absurdo político.

Los políticos arrogantes suelen ser también «agnorantes», un neologismo que describe una peligrosa combinación de ignorancia y arrogancia: personas megalómanas que se creen autosuficientes, omniscientes y dueños de la verdad. Tienen poder y dinero, por lo que consideran no necesitar a nadie; además, creen tener una misión mesiánica para salvar a su país o al mundo.

Natascha Strobl (2021) nos explica cómo el «estado de emergencia emocional» se está normalizando. En esta dinámica, no hay certezas, y la nueva política digital está construyendo un conservadurismo radical, una derecha de corte fascista que cuestiona el pasado mítico y genera una nueva posverdad. Esta nueva derecha emerge en el espacio prepolítico y logra reinterpretar la realidad y la cultura mediante el activismo digital (memes, imágenes y videos) y una batalla cultural renovada. La escena mediática se desarrolla en redes sociales con fantasías evangélicas, racismo, misoginia y rechazo al movimiento woke. La burguesía clásica adopta una inclinación hacia el autoritarismo y una autosuficiencia que desmantelan la solidaridad. Este modelo de conservadurismo radicalizado erosiona la democracia con correcciones políticas frente a las llamadas desviaciones morales.

En este contexto, no importan los programas de gobierno ni las ideologías; importa una narrativa de seguridad dinámica y agresiva que fomenta la polarización. La oposición se convierte en enemiga a eliminar. Se trata de una guerra cultural entre el bien y el mal, entre «nosotros» y «los otros», que deben ser derrotados.

«Los otros» incluyen a las comunidades LGBTI, feministas, ambientalistas, trabajadores de la cultura, medios de comunicación, intelectuales y políticos, a quienes Trump llama «el pantano». No hay lugar para matices; el enemigo debe ser destruido y culpado de todo lo negativo. La narrativa promueve una imagen sombría de «los otros» y fomenta el miedo hacia amenazas ficticias.

La indignación, el inconformismo, la ausencia de reglas, el insulto, la agresión, el lenguaje absoluto y la megalomanía se imponen. En este esquema, no hay consecuencias por actuar incorrectamente, sino que lo disruptivo se exalta como virtud. Nos enfrentamos a un nuevo orden conspirativo.

El poder de los líderes mesiánicos y arrogantes se basa en evitar el diálogo, ignorar a las víctimas y fortalecer círculos de seguidores que los apoyan de manera casi religiosa. Buscan «desdemocratizar» el sistema, erosionar la división de poderes y mantener la hegemonía del Ejecutivo, subordinando al Parlamento y al sistema de justicia. A los medios de comunicación se les etiqueta como propagadores de mentiras, y el Estado de bienestar es visto como un sistema que fomenta la vagancia.

Incluso los fallos del líder deben ser percibidos como resultado de la resistencia de los opositores. Él no se equivoca; los demás, sí. Natascha Strobl señala que no hay seguidores ni militantes, sino «fans» que apoyan al líder de manera incondicional. Todo lo que dice es justo, correcto y legal, y cualquier crítica es ilegítima, creando así una realidad paralela en la que los opositores son enemigos ficticios.

¿Qué sigue? Es una buena pregunta. La historia es maestra de la vida; basta con observar el pasado para anticipar cómo termina esto. Por cierto, cuidado con los espejos.

Disclaimer: somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol… Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor. Nos disculpamos por las posibles e involuntarias erratas cometidas, sean estas relacionadas con lo educativo, lo científico o lo editorial.  

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