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 2706-5421

Neurociencia2022
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Óscar Picardo

Filosofía y neurociencia: Zubiri

La “formación del símbolo” en el cerebro de los niños (as) es un tópico de la neuropsicología tratado profundamente por Jean Piaget; este proceso complejo que explica la relación entre los seres humanos y la realidad, y que da razones del aprendizaje y la comunicación, también había sido tratado desde la antropología filosófica por Xavier Zubiri.

Luis Barraquer Bordas en “Cerebro y Simbolización” (Facultad de Medicina, Escuela de Neurología de la Universidad de Barcelona, 1970) da razones de la fundamentación filosófica de la neurociencia, desde el pensamiento de Zubiri.

El escrito de Barraquer inicia así: “Partiremos aquí como fundamento del rotundo aserto filosófico de Zubiri, quien en su visión de ontología antropológica afirmó que en el hombre, todo lo biológico es mental y todo lo mental es biológico”.

Posteriormente Barraquer hecha mano de los conceptos de “habitud” e “hiperformalización” para explicar la relación del ser humano con la realidad; así, se construye la concepción de “inteligencia sentiente”, a través del cual el ser humano aprehende y concibe el mundo exterior como realidad, desarrollando una actividad intelectiva que supera la visión biológica de estímulos común a otros animales.

Obviamente, “la primera función de la inteligencia es estrictamente biológica: hacerse cargo de la situación para excogitar una respuesta adecuada”, pero posteriormente se despliega la intelección o habitud de intelegir la realidad con determinación.

Por Piaget sabemos que el periodo sensorio motriz precede a la formación simbólica en el cerebro, creándose una inteligencia básica y práctica; luego se desarrolla un proceso de asimilación, en dónde, a través de organizaciones básicas mentales se reproducen conductas y asimilan objetos; posteriormente se comienza a construir relaciones emocionales. Es aquí, en donde el juego, el juguete, la imitación y garabateo constituyen herramientas fundamentales en la formación simbólica. Así pasamos, paulatinamente, de conductas instrumentales a conductas emocionales o sentientes, en dónde ya encontramos funciones simbólicas o semióticas: La función simbólica resulta, pues, de una diferenciación entre los significantes y sus significados. Los símbolos y los signos (significantes) una vez diferenciados de sus significados, permiten evocar los objetos o situaciones actualmente no percibidas, lo que constituye el inicio de la representación. EI desarrollo de esta función permiten interiorizar cada vez más las acciones.

En efecto, cuando la función simbólica permite evocar cosas o situaciones no percibidas en el presente, ese pensamiento nos lleva a las primeras reflexiones abstractas, nexos o relaciones en donde la inteligencia ya está actuando. Posteriormente aparecerá el lenguaje y la comunicación y ahí se descubre lo esencial del ser humano.

Aprehender las cosas como realidades es la definición ontológica que Zubiri propone como inteligencia; pero el filósofo da un paso más, y define un principio de realidad en cuanto qué, el ser humano “se hace cargo de la realidad”, a lo que desde la neurociencia le podríamos llamar “conciencia”. Ellacuría en la línea de Zubiri profundizaría con un carácter práxico y liberador de la inteligencia: “hacerse cargo de la realidad, cargar con la realidad y encargarse de la realidad”, es decir una inteligencia éticamente responsable.

La esencia simbólica del cerebro se manifiesta en la comunicación humana a través del lenguaje, las praxias y las gnosias (aunque no toda gnosia o praxias pueden ser simbólicas); la madurez y el desarrollo de la representación y del pensamiento va ligado a la función semiótica o simbólica.

La plasticidad cerebral en niños menores de cinco es un fenómeno crítico, tanto para el posterior proceso educativo como para el desarrollo de la personalidad; permitir o posibilitar los rituales de la niñez, y sobre todo, dejar que el niño sea niño y no un adulto pequeño, será crucial.

La relación epistemológica entre el ser humano y la realidad pasa del juego y la imitación lúdica hacia procesos más formales y estructurados (educación); es decir, de la configuración simbólica o semiótica libre hacia modelos estructurados y guiados.

Muchos creen que los mismos sistemas educativos agotan o encasillan la creatividad o imaginación simbólica; en este contexto Mel Levine en “Mentes diferentes, aprendizajes diferentes” exige “desmitificar la educación”, bajo el principio de que cada mente es diferente y, cada quién tiene una identidad cerebral pautada por perfiles neuroevolutivos: genética, salud, familia, amigos, cultura, etcétera.

Al final, el cerebro se educa para “decidir, predecir, sentir” (se podría agregar “amar”, salvo en casos de ataraxia); todo el día, desde los aspectos más básicos cotidianos hasta las acciones más complejas decidimos y predecimos, ya que nuestra inteligencia es sentiente (Zubiri), emocional (Goleman), única (Levine) o múltiple (Gardner).

Mi concepto más preciado de inteligencia, después de estudiar a varios autores, es: “La capacidad de saber adaptarse responsablemente a un medio externo, decidiendo, prediciendo y sintiendo con creatividad e imaginación, para lograr una empatía ética y de cara a la alteridad”. Nosotros somos y nos reconocemos en función de los demás…

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