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Las exigencias de transparencias no se deben er como una molestia, sino como un diálogo: Paul Aguilar de SocialTIC - 21
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Óscar Picardo

Anatomía de la mentira

Según el diccionario de la RAE, mentir implica: Decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa, o inducir a error. Es un verbo intransitivo en el cual se proyecta algo falso o que pretende negar la verdad. La mentira es en sí el instrumento para resquebrajar la confianza…

Tal como lo indica la Dra. Beatriz Georgina Montemayor, de la UNAM, las mentiras se forman en el cerebro, la corteza cerebral en la parte prefrontal, y se necesita tener una buena memoria para elaborarlas o ser un mentiroso consistente. Aprendemos a mentir desde niños, con mentiras simples, pero en la medida que vamos creciendo nuestras mentiras van siendo más complejas, incluso pudiendo llegar a ser un trastorno mental.

La mentira no es ajena a la condición humana, recurrimos a ella desde la infancia e incluso siendo adultos. Un estudio realizado en la Universidad de Massachusetts reveló que el 60 % de las personas mienten al menos una vez durante una conversación, caen en lo que se conoce como “mentiras esporádicas”.

Desde el punto de vista psicológico, se suele considerar la mentira como un acto consciente y deliberado, aunque también se identifican elaboraciones inconscientes o autoengaños por una incapacidad de conexión real o limitaciones de la propia conciencia.

Las mentiras deliberadas o racionalizaciones distorsionadas pueden esconder trastornos del pensamiento como son la confabulación, la mitomanía y la pseudología fantástica, íntimamente relacionados con el funcionamiento de la memoria autobiográfica, lo que significa que el sujeto miente para encubrir rasgos de sí mismo, de su vida que no quiere aceptar o para encubrir algo ilegal, ilícito o ilegítimo.

La mentira puede llevar al sujeto a un trastorno disociativo de la conciencia que va desintegrando la personalidad y lo convierte en una personaje fingido y artificial. Así suelen comenzar los políticos en su encrespado viaje de poder; pequeñas mentiras y promesas irreales, luego ocultar y reservar información hasta llegar a niveles sofisticados de corrupción, crímenes, persecución, doble moral, alcanzando la cúspide de la megalomanía.

El tránsito de la mentira a lo paranoide o a la neurosis pasa por no reconocer que está mintiendo o por un grado de cinismo elevado, adictivo y hasta compulsivo. Cuando un mentiroso compulsivo miente, es como si percibieran reales cosas que no lo son, o estén convencidos de sus propias mentiras y las viesen como realidades. Se podría decir que un patrón de comportamiento mentiroso compulsivo se da en personas que han normalizado la mentira y les resulta más fácil mentir que decir la verdad, creando así su propia realidad en la cual obtienen un beneficio, evitando ser dañados por la verdad, que para ellos duele.

Una de las características de los mitómanos (quien padece de un trastorno de elaborar y decir mentiras compulsivas) es la baja autoestima, la necesidad de reflejar una realidad que les haga parecer más interesantes y ser aceptados por el resto. Otro síntoma es la ansiedad, debido a la comparación de la realidad y el estrés que genera contar algo y tener miedo a ser descubierto. Por otra parte, suelen tener dificultades sociales debido a la pérdida de credibilidad. Al contrario de lo esperado, aparece en ellos una tendencia a mentir de forma sistemática, no como situación aislada o presión social, sino como una característica de su personalidad.

Es importante señalar cómo algunos trastornos de personalidad, como la personalidad histriónica, narcisista, límite, sociópata, inmadurez y el síndrome de Münchausen, comparten (aunque de distintas maneras) rasgos de la mentira patológica.

Pero, ¿por qué mentimos…? Para obtener un beneficio, para no aceptar una responsabilidad, para evitar una verdad o eludir una realidad; pero desde estos puntos de partida podemos llegar a establecer un patrón que termine en una forma de ser sistemática incoherente, acostumbrada a las contradicciones como modo de supervivencia, para encubrir mentiras anteriores, creándose así una cadena de mentiras.

Para los mitómanos, el mentir se convierte en un hábito, es su forma de relacionarse. Este tipo de persona no solo sienten la necesidad de mentir en las situaciones que están en su contra para evitar las consecuencias sino también en los pequeños detalles, aunque no se beneficien en nada con ello. Quien padece mitomanía puede sentirse raro diciendo la verdad pero se siente cómodo mintiendo.

Tal como lo señala el blog de psicología El Prado: La personalidad del mentiroso compulsivo se manifiesta en la juventud o la adultez, pero la tendencia a mentir comienza a apreciarse desde la infancia. Antes de los tres años no se puede hablar de mentiras en el sentido más estricto del término, ya que los niños no son capaces de distinguir claramente la realidad de la fantasía, pero más adelante, su pródiga imaginación les insta a falsear la realidad.

La tendencia a mentir compulsivamente puede ser el resultado de los castigos recibidos en la infancia. En este contexto, una manera para evitar que las mentiras evolutivas den paso a un trastorno mitómano consiste en no castigar a los niños cuando dicen pequeñas mentiras de modo severo. En vez de reforzar un comportamiento negativo, es mejor explicarle las diferencias entre realidad y fantasía y promover valores como la honestidad y la responsabilidad.

Las mentiras brindan cierto grado de placer al mitómano. Saber que cada mentira implica un nivel de riesgo genera una descarga de adrenalina que actúa a nivel cerebral como recompensa y fortalece la respuesta mitómana, cerrando así un círculo vicioso. Otro punto de vista, señala que los mitómanos podrían tener una amígdala menos reactiva ante los comportamientos deshonestos. Investigadores del University College de Londres descubrieron que cuando mentimos por primera vez para obtener algo, se produce una gran activación de la amígdala, la cual se encarga de producir sentimientos negativos que nos hacen sentir mal y limitan el alcance de la mentira.

Recientemente neurocientíficos de la Universidad de California del Sur también hallaron que el cerebro de los mentirosos compulsivos es ligeramente diferente de quienes suelen decir la verdad: tiene hasta un 26 % más de sustancia blanca en la corteza prefrontal. La sustancia blanca interviene en la transmisión de información, por lo que estos investigadores consideran que un mayor volumen implicaría una mayor capacidad cognitiva para procesar las mentiras y manipular.

Dicen que el gran dictador y asesino, afirmó alguna vez: “Las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña…” y su socio y colega agregó: “Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”.

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