Mauricio Linares Aguilar
Crónicas de cuarentena. Las artes visuales salvadoreñas y la COVID-19
I. Crónicas de cuarentena. Las artes visuales salvadoreñas y la COVID-19
Los artistas visuales salvadoreños estamos inquietos, sumergidos entre la incertidumbre y las expectativas por vislumbrar al menos un horizonte para el sector durante y después de esta crisis pandémica. Lo sabemos por el contacto virtual frecuente a través de internet.
Los antecedentes indican que ya sabíamos que la cultura y las artes han venido siendo percibidas por la mayoría de la población salvadoreña como entes secundarios y cosméticos. El presupuesto estatal para el ahora ministerio de cultura es –como siempre—, mucho menor que el de otras carteras de estado. Las partidas estatales para comprar obras de arte son prácticamente inexistentes. Al parecer, la Asamblea Legislativa de El Salvador mantiene la suya congelada debido a las percepciones negativas de la población en invertir recursos en estos bienes culturales y la consecuente reticencia de los políticos. A la mayoría les indigna los precios de las obras de arte. No tienen claro porqué son altos ni dimensionan su valor trascendente. Los compradores y coleccionistas de arte son cada vez menos en el país.
Aunque no es su obligación directa, el sector privado ha venido apoyando a la cultura y las artes visuales de diferentes maneras, pero no siempre logra llenar todas las necesidades del sector artístico visual. El gremio de artistas visuales, como conjunto representativo, permanece casi invisibilizado y disperso ante la sociedad salvadoreña después de la desaparición de la Asociación de Artistas Plásticos de El Salvador, ADAPES. Por otro lado, la Asociación de Diseñadores de El Salvador, CROMA resucitó después de muchos años de inactividad por el apoyo de personalidades altruistas. La institución que no ha dejado de oxigenar a los artistas visuales desde varios derroteros ha sido el Museo de Arte de El Salvador, MARTE. Institución que, –subrayemos—, no es estatal. En ese escenario tembloroso, y como por necedad de misionero, los artistas visuales salvadoreños seguimos trabajando con la convicción de que las circunstancias algún día serán mejores.
En el marco del seminario ubicARTE del programa educativo del MARTE, meses atrás y en breve actualizamos el marco profesional para los artistas visuales en El Salvador. Durante el seminario, revisamos el status del artista visual salvadoreño y concluimos, entre otras cosas, que en su mayoría pertenece al sector informal. Dejamos establecidos los parámetros y los procesos para formalizar y registrar como personas naturales a los artistas visuales ante el Ministerio de Hacienda. De igual forma explicamos la viabilidad de registrarse como trabajador independiente en el Instituto Salvadoreño del Seguro Social, ISSS. Además, el seminario informó sobre las posibilidades de mercado a través de las galerías que en la actualidad existen físicamente, las galerías online con base en El Salvador y sobre otras modalidades, por ejemplo, la venta directa en el estudio y en los espacios alternativos pop-up.
Aunque ningún censo específico a la fecha lo menciona, la coyuntura reciente por conseguir el fondo estatal de rescate por $ 300 en esta pandemia es un indicador que nos reafirma que el sector de artistas visuales continúa y probablemente seguirá en el sector informal. Simplemente necesitamos un censo. No tiene sentido perder tiempo buscando culpables para esta perentoria necesidad. Según la Ministra de Cultura de El Salvador, Suecy Callejas, en el corto plazo comenzarán a recopilar la información necesaria para elaborarlo a través de la página web del Ministerio.
La ministra Callejas menciona que potenciar la formalización del sector artístico permitiría responder de mejor manera a sus necesidades. Entre líneas podemos comprender que es difícil trabajar sin datos y tangencialmente con el sector informal. Es decir, con datos parciales y con figuras invisibles en el sistema tributario. La administración actual está interesada en trabajar con el sector formalizado de artistas que reflejen sus gestiones comerciales con tino empresarial. La inserción en el sistema formal permitiría obtener los beneficios sociales que el sector requiere. Por ejemplo, la factibilidad de acceso al crédito bancario y otros recursos que no pueden ser posibles desde el sector informal. No obstante, la tecnología digital es clave para resolver cualquier dinámica de formalización futura.
Por un lado, según la ministra Callejas, la ayuda alimentaria para 2,000 artistas ha sido gestionada con el programa de asistencia de la primera dama y ya les ha sido entregada en la puerta de sus casas, no sólo en San Salvador, sino en diferentes municipios incluyendo comunidades indígenas del occidente y oriente del país. Por otro lado, los artistas visuales mencionan con frecuencia en las redes sociales que el ministerio a su cargo no está a la altura de la situación y que muchos de esos beneficiados son, en su mayoría, trabajadores del arte conocidos desde su administración cuando ella fungía como Secretaria de Cultura de la Alcaldía de San Salvador, y que además, a ellos se les ha facilitado porque ya pertenecen al sector formal. Más quejas continúan. La ministra pide paciencia y explica el proceso de reclamos utilizando el DUI en la página habilitada por el gobierno para la emergencia COVID-19.
Durante esta cuarentena nos seguimos cuestionando sobre la falta de unidad y concordia del sector artístico visual salvadoreño. ¿Por qué no funcionan a largo plazo las instancias que permiten la solución de problemas gremiales comunes?. Las circunstancias de la pandemia COVID-19 nos dejan claro que necesitamos no una, sino probablemente varias formas jurídicas de respaldo gremial. En este contexto han resurgido una mezcla de quejas y propuestas que intentan liderar la voz del mismo, pero adolecemos de las maneras apropiadas.Una razón posible es que los artistas visuales somos muy experimentados trabajando solos y no siempre tenemos la capacidad ni el gusto por el trabajo en equipo. Además, somos reacios a creer ciegamente en líderes egóticos con proyectos espuma. Otra probabilidad es que los artistas visuales ya estamos cansados de largos cabildeos, FODAS, sesiones de club, etcétera que no conducen a nada concreto.
II. Crónicas de cuarentena. Las artes visuales salvadoreñas y la COVID-19.
Para mantenerse activo en el sistema tributario se requiere de fondos para funcionar. Los artistas visuales salvadoreños, como profesionistas liberales, no somos la excepción. Trabajar dentro del sector formal requiere de pagar $ 165 mínimos y extendiendo un poco más estos costos básicos un promedio mensual de $ 450. Así, los artistas visuales debemos pagar:
-Las tazas mensuales como trabajadores independientes del Instituto Salvadoreño del Seguro Social, ISSS ($ 40 para artistas individuales y $ 56 para grupos familiares). Según el régimen especial para trabajadores independientes del 2018. Instituto Salvadoreño del Seguro Social, ISSS. |
-Un promedio básico de $ 30 al mes por los servicios contables. |
-$ 10 mensuales de papelería contable impresa (facturas y créditos fiscales). |
–Papelería de oficina $ 20 mensuales. |
–Telefonía celular básica mensual en un promedio de $ 20. |
–Internet en el estudio u oficina $ 25 mensuales. |
–Agua, electricidad y otros servicios $ 30 mensuales. |
– Impuestos de renta en recibos de servicios profesionales ( 10 %), IVA (13 %), pago a cuenta (1.5%) y alcaldía (% dependiendo de la localidad). |
A esas tasas mensuales e impuestos que fluctúan según las ventas, las compras y las deducciones debemos agregar la renta por el espacio de producción o estudio. Por extensión, los artistas visuales participamos del costeo de una larga cadena de servicios profesionales: galeristas con espacio físico o en internet y dealers privados que cobran su porcentaje sobre las ventas (entre el 15 % y el 50 %), enmarcadores, impresores, transportistas, tramitadores, abogados, entre otros. Adicionalmente, la compra de materiales para producir y los pagos de tasas de participación en convocatorias particulares y revisiones de portafolio. Adicionando los primeros costos de $ 165 mostrados arriba y estos últimos, podemos decir que aproximadamente $ 450 mensuales mínimos son necesarios para mantener la operación.
Al margen de estos datos podemos mencionar que el ciclo de ventas de las obras de arte no tiene un comportamiento periódico regular. Al igual que la producción del artista, aunque de trabajo constante, no siempre muestra la certeza de su conclusión en plazos determinados. Los artistas pueden vender varias obras o pasar meses o años sin vender una tan sola pieza. A pesar de todos estos costos y de las incertezas de las ventas de las obras de arte, los artistas visuales, ya sea por una motivación desbordante, ingenuidad comercial o repito, por necedad de misionero, seguimos trabajando en lo que nos toca: crear.
El mercado para los diversos productos artístico visuales salvadoreños ha venido comportándose en franca depresión. La esperanza en el mercado internacional para las obras de arte salvadoreñas siempre ha estado ahí latente como la fórmula mágica que soluciona múltiples panaceas. Sin embargo, esta presunción no siempre se cumple por diversas razones. La primera, la competencia con la considerable cantidad de artistas que inclusive no siempre gozan del sitial que imaginamos en sus respectivas sociedades. La segunda, las obras de arte son productos difíciles de promover y vender en todas las sociedades, y en muchos casos las ventas no funcionan porque la obras no responden a las apetencias de esos mercados particulares en épocas determinadas. Más aún, las políticas para la promoción artístico visual en el extranjero por parte del estado salvadoreño son de baja intensidad y es innegable que para las actividades que logran realizarse, los costos logran cubrirse con dificultad y con bajos presupuestos, patrocinadores e incluso con la ayuda del bolsillo de los mismos artistas.
Aún durante la cuarentena COVID-19, los artistas visuales salvadoreños tenemos claro que la función del arte prioriza la expresión de las emociones, percepciones y problemáticas respondiendo a diversas audiencias muy por encima del interés meramente comercial. Sin embargo, las obras suelen comercializarse no sólo para obtener los recursos para que nosotros podamos sostenernos trabajando, sino que también para lograr de este modo cubrir nuestras necesidades más básicas. Francamente, esta idea de vivir del arte es cada vez más romántica y de igual forma cada vez somos menos los artistas que logramos vivir dignamente de la venta de nuestro trabajo. La aspiración por gozar de privilegios de película existe y puede producir fantásticos logros, pero también es causante de profundas frustraciones.
Precisamos aclarar que no todos los artistas visuales hemos vivido del producto de la venta de nuestras obras. Hasta el momento, muchos artistas visuales hemos logrado llenar las necesidades básicas con otros trabajos complementarios en el área cultural: desde el freelancing de diseño, la producción de objetos de arte (no artesanales), la docencia, la investigación, la consultoría especializada, la arquitectura, la restauración de bienes culturales, la curaduría, el trabajo burocrático, la gestión cultural y emprendimientos singulares, familiares o colectivos, entre otras más del sector. Otros artistas trabajan en rubros distintos: desde pequeños negocios privados, bienes raíces, o son empleados en el sector público y en el privado.
También existen artistas visuales (acaso muy pocos) que producen sus obras sin apostar por sus ventas. Por otro lado, otros artistas visuales hemos gozado de becas de estudio y residencias de producción pagadas en el extranjero. Las razones obvias para su obtención son el alto rendimiento académico, la responsabilidad de cumplimentar los programas y el compromiso por devolver al país el conocimiento adquirido al regresar al país. Ciertamente, muchos no regresan al país a cumplir esos compromisos, pero quizás el rédito de su audacia sea no sólo el logro de su incorporación en sociedades distintas como emigrantes, sino la consecuente posibilidad de obtener otro horizonte creativo que a la larga podría dignificar la imagen del país fuera de nuestras fronteras.
La población salvadoreña podría aprender algo de nuestra rareza y necedad: la peculiar capacidad de sobrevivencia y resiliencia que tenemos ante un medio que nos es adverso la mayor parte del tiempo. Aún más y en muchos casos, de nuestra especial capacidad para confinarnos como estrategia para producir nuestro trabajo. En este sentido, trabajar desde casa no es absolutamente nada nuevo para nosotros, tenemos siglos de experiencia. Trabajar utilizando tecnología de punta, software e internet, tampoco. Estamos en ello quizás mucho antes que apareciera la programación Basic en las Commodore 64 y desde los primeros años de internet. La plasticidad que conocemos los artistas nos confiere la adaptación al medio y a las circunstancias con rapidez.
Exageremos un poco. Las preguntas son muchas para la era pos COVID-19 y las artes visuales salvadoreñas. Desde luego, los vaivenes y los resultados globales de la pandemia repercutirán en El Salvador. Si el rumbo es producir para el campo virtual con medios digitales y utilizando internet, como parece que es el doblado de muñeca global de la COVID-19, ¿dónde quedan las otras facetas de la experiencia sensible humana? Pensemos, por ejemplo, en la escultura. El contraste entre su corporeidad y los medios virtuales nos indican una serie de problemáticas tanto conceptuales como pragmáticas. Ciertamente, los medios virtuales provocan experiencias diferentes al contacto físico y la proximidad. Si se ha dicho con frecuente injundia que es imposible un retorno a la normalidad pre-COVID-19, ¿estaremos presenciando el inicio de la cancelación total de nuestras capacidades de aprendizaje por contacto directo?, ¿estaremos aceptando conscientemente atrofiar nuestras habilidades motoras finas?
Si los grandes museos ya definen sus espacios físicos para experiencias limitadas con público reducido, de conservación y atesoramiento de objetos culturales prefiriendo a cuidadosos investigadores, ¿proyectaremos únicamente imágenes en pantalla, tal como hace más de un lustro las obras de arte físicas fueron sustituidas por estas otras pantallas en la residencia del mismo Bill Gates?¿Coincidencia o incidencia? Además, ¿quiénes y cómo pagarán nuestros servicios y los derechos de autor por nuestras imágenes en internet o para cualquier exposición en pantallas?, ¿acaso la era post COVID-19 espera que nos alimentemos del praná y que produzcamos asidua pero gratuitamente?.
Yuval Noah Harari predice que en el futuro nosotros –la humanidad—, dejaremos de existir para convertirnos en cyborgs, entidades de inteligencia artificial no humana. Entonces, ¿moriremos de tajo los artistas de carne y hueso con miles de años de sensibilidad animal y espiritual acumulada para convertirnos en pura información virtual capaz de producir imágenes para otras entidades no humanas?¿disfrutarán el cyborgs-art los mismísimos cyborgs?
Corolario
Como jardinero en cuarentena puedo decir que agradezco contemplar los colores de las flores y el petricor en esta noche acalorada.