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 2706-5421

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Cuando la iglesia falla…

Desde el nefasto episodio de destruir el mural de Fernando Llort “La Armonía de mi Pueblo” por limitados criterios estéticos, hasta negar al Juez de Instrucción de Francisco Gotera, Jorge Guzmán inspeccionar los archivos de Tutela Legal del Arzobispado, así ha sido la gestión del actual arzobispo José Luis Escobar… 

Resulta difícil y pesado ponerse el palio y sostener el báculo de Mons. Óscar Romero Galdámez o de Mons. Arturo Rivera Damas. Las comparaciones siempre son odiosas. No obstante, este arzobispo se ha limitado a deslegitimar –sin querer- el legado de una sede apostólica valiente y en favor de los derechos humanos. 

Sus conferencias de prensa dominicales generalmente no dicen mucho, opiniones tibias para no comprometerse con nada y no ponerse en riesgo; como decimos en buen salvadoreño: “para quedar bien con Dios y con el diablo”. Para el arzobispo todo está bien, ¿han escuchado alguna crítica constructiva fuerte o contundente? 

La Iglesia salvadoreña tiene una tradición robusta de compromiso evangélico, basada en las homilías y palabra de San Óscar Romero, en el devenir de las Comunidades Eclesiales de Base, en la historia martirial y en una teología liberadora, diseñada desde la experiencia pastoral del pueblo crucificado (J. Sobrino). 

La cátedra arzobispal de San Salvador ha tenido una vocación de “Anunciar y Denunciar”. Esto implica iluminar el camino con la verdad del evangelio y a la vez denunciar o luchar contra el mal, lo que generó una tradición martirial sin precedentes de más de veintiséis sacerdotes, cuatro hermanas y cientos de catequistas. En efecto, como anotó San Óscar Romero: «La persecución es algo necesario en la Iglesia. ¿Saben por qué? Porque la verdad siempre es perseguida»(Homilía 29 de mayo de 1977). Si no hay persecución, hay comodidad y no hay verdad… 

El arzobispado actual se ha alejado de la historización de la iglesia (entendiendo la historización como la verificación práxica de la verdad-falsedad, justicia-injusticia, ajuste-desajuste que se da en la realidad en cuanto principio de desideologización). Por ejemplo: ¿Escuchamos a alguien en la iglesia decir algo sobre el 9 de febrero? ¿Escucharon la opinión sobre los acuerdos de paz? 

El actual Arzobispo habla si le preguntan, y generalmente contesta de forma evasiva. No está a la altura de ser una voz que indique el camino o el rumbo ético de la sociedad. Poco a poco ha perdido esa capacidad de ser un referente, y por eso estamos como estamos. Poco a poco se va deteriorando la institucionalidad del país, y la iglesia tiene poco o nada qué decir. Ni siquiera una homilía o Carta Pastoral, todo va bien… 

Vivimos en un Estado laico, y la Iglesia tiene su rol pastoral. Muchos creen que religión y política son escenarios que no deben mezclarse. Pero teología y política tienen su punto de encuentro. Poseen un lugar teológico de coincidencia. En palabras de Ellacuría, la historia de la salvación es la salvación de la historia, y mientas existan injusticias, pobreza y violencia, se necesitan superar los prejuicios de ahistoricidad de la salvación (Teología Política, 1973) 

No quisiéramos ver al arzobispo, monseñores o sacerdotes en problemas o pleitos políticos o ideológicos, sino reafirmando los valores éticos del cristianismo en una democracia comprometida por el relativismo. Argumentos y doctrina hay de sobra, desde la encíclica “Pacen in Terris” de Juan XXIII hasta “Fratelli Tutti” de Francisco I. Leamos los subtítulos, que parecen dedicados a El Salvador: los sueños se rompen a pedazos, el fin de la conciencia histórica, sin un proyecto para todos, el descarte mundial, Derechos Humanos no suficientes universales, conflicto y miedo, información sin sabiduría, sometimientos y autodesprecios… 

Parece que es momento que piensen en un sínodo o algo por el estilo, antes que sea muy tarde. A nivel eclesial y con las distancias de la inspiración cristiana, sólo la voz de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) de la Compañía de Jesús, es la que está iluminando el camino de la defensa de los derechos humanos y mantiene el ritmo y el legado de la opción preferencial por los pobres, así como la lucha por los valores democráticos. El resto de la iglesia brilla por su ausencia. También debemos reconocer en el mundo protestante a algunos pastores valientes, como Mario Vega de la Misión Cristiana Elím.

En nuestra última encuesta del Centro de Estudios Ciudadanos (CEC) de la UFG, de enero de 2021, un 90% de la población se define creyente. Debemos preguntarnos ¿en qué creen?, ¿cómo es su iglesia?, ¿cómo son sus pastores? Corremos el riesgo de ir construyendo comunidades religiosas superficiales, acríticas, cómodas, con un “dios a su medida”. Por el momento, observando los hechos, creo que es hora de anunciar y denunciar que la iglesia está fallando…

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