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 2706-5421

conejo sol
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Rafael Lara-Martínez

Rafael Lara-Martínez
Professor Emeritus, New Mexico Tech
rafael.laramartinez@nmt.edu
Desde Comala siempre…

«Dar su vida para alimentar la nuestra»

"El códice de la frontera" (2023) de Mario Bencastro

La más reciente novela de Mario Bencastro —»El códice de la frontera» (2023)—, narra la migración centroamericana hacia los EUA, desde una perspectiva singular.  Si la mayoría de los relatos actuales se enfocan en los aspectos políticos y socio-económicos que la provocan, Bencastro añade una visión mito-poética maya genérica.  La actualidad del legado ancestral exhibe su mayor contribución, ya que el hecho social no se reduce a una esfera material, sino implica una cosmovisión que a menudo se desdeña.  En este caso, se trata de establecer una filiación (philos) con la sabiduría (sophos) ancestral como guía a interpretar el sentimiento de los tres personajes principales. Estos se llaman el abuelo Eulalio, quien le transmite la tradición oral a su nieto Remigio, ambos arraigados en San Diego, California; e Itzaya, migrante reciente quien llega a asentarse en Florida, símbolo ancestral de la Poesía (Anthos), es decir, de la novela misma. 

Dividido en las mismas cuatro partes del relato, el ensayo ofrece un resumen analítico de la novela que resalta esa filosofía ancestral como un verdadero Virgilio, cuya tutoría guía las migraciones hacia una nueva Tierra Prometida.  En particular, se trata de una lectura de la geografía impresa por las huellas de los antepasados, el viaje como un clásico descenso a los infiernos y, al cabo, una visión ecológica que —según lo establece el título—, considera la utilización desmedida del entorno natural como su ofrenda de sacrificio para mantenernos en vida.  

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La primera parte plantea el problema central de la novela que consiste en transmitir la tradición oral del abuelo Eulalio a su nieto Remigio.  Residentes legales en San Diego, California, el anciano le enseña a interpretar la geografía de ese terruño por una lectura atenta de las huellas del pasado, vigentes en la actualidad.  Intenta convencerlo de que los llamados seres sobrenaturales son los mismos antepasados cuyas almas rondan sin pena y los animales quienes los representan en vida.  Por su intervención, no extraña que muchas migraciones ilegales evadan a la policía, así como a las bandas clandestinas que trafican drogas, armas y seres humanos, representantes vivos del inframundo.  La acción sucede durante el equinoccio de primavera, la cual anuncia el renacer primaveral, entre la muerte del grano y el nacimiento de la planta según una metáfora agrícola. 

Durante este fecha clave, el Camino Real reconoce la revolución sinódica, ya que las antiguas migraciones yuto-nicaraos hacia el sur se vuelven éxodos hacia el norte, desde la época colonial hasta nuestros días.  El uso de túneles sombríos calca los viajes al inframundo que oscilan de su carácter nefasto de captura hacia la recolección propicia de un tesoro.  Para los migrantes, se trata de la alternativa entre ser vendidos como mercancía humana, capturados por la policía o, por lo contrario, asentarse de manera estable en un nuevo territorio.  Por ello, las cavernas de paso se revisten de colores simbólicos que manifiestan su filiación con el clásico descenso ad inferos.  Como si se tratara de los puntos cardinales, destacan la blanca para las drogas, la negra para las armas, la amarilla para la gente y la roja en lluvia de sangre y locura.  

A su salida, ninguna migración deja de admirar los portentos de la Luna —ligada a la (re) producción natural y humana—, y la ruta que estampan las estrellas.  Durante el día claro, en cambio, perdura la presencia de Conejo Sol cuya luz los ilumina y cuya carne la ofrece al «dar su vida para alimentar la nuestra».  La ley de los antepasados la calca la realidad cotidiana del ritual culinario, cuya comida mantiene en pie a todo ser humano vivo.  No en vano, Conejo Sol encarna a Corazón del Cielo en la Tierra, donde Corazón implica el palpitar y la energía cósmica que pervive en todo ente terrestre, desde las piedras, a los vegetales, animales y humanos.  El serpenteo del Camino Real evoca la imagen clásica de la serpiente.  Este ofidio personifica el complejo paso del ser humano por el mundo, ya que la presunta cronología lineal no existe sin la revolución sinódica de los astros, ni sin los obstáculos que tuercen la línea recta en recodos sinfín. 

En verdad, como las armas y las drogas, la migración ofrece un negocio sin par a quienes transportan seres humanos desde Centroamérica a EUA.  Por un pacto secreto, los venden como jornaleros —mano de obra gratuita por años—, o a las mujeres como prostitutas baratas.  Gracias a la enseñanza del abuelo, Remigio reconoce la indumentaria singular del personaje principal que protege a los migrantes en su intrincado trayecto: el mismo Conejo Sol.  Él los esconde y los hace desaparecer hasta conducirlos a un lugar seguro.  También Remigio descubre las múltiples huellas que transitan por ese Camino Real el cual —más que evocar la realeza—, transcribe la realidad vivida de quienes circulan por él. 

En recolección retrospectiva del pasado, Remigio visualiza las misiones coloniales, la llegada de los conquistadores.  Antes de esos eventos, observa cómo las manadas de búfalos galopan libremente y los indígenas recorren su territorio hoy conquistado.  Si esa mirada califica de alucinación, su constancia remite a un antiguo precepto que hace difícil separar el saber del creer.  «No se cree lo que se ve, sino se ve lo que se cree».  Tampoco «se imagina lo que no existe», sino sus símbolos transcriben el paisaje del entorno natural.  Ese mismo paisaje hoy se vuelve simple mercancía. 

La demostración más obvia del enlace indisoluble —idioma-hábitat regional—, la exhibe la ausencia de un simple curso de lingüística mesoamericana y salvadoreña en casi todos los currículos universitarios que se auto-denominan antropología, filosofía, historia, literatura, etc., pero reclaman la descolonización.  Todo saber que funda la identidad nacional salvadoreña parte de la premisa conquistadora que hace del castellano el único idioma capaz de conservarla y de transmitirla, en exclusión de la mito-poética ancestral, esto es, de una episteme no-occidental.  No asombra que la revolución sinódica de la historia ritual, cada año reitere la vigencia de personajes sobresalientes —quienes legitiman el presente—, pero considera difuntos —sin un legado permanente—, los idiomas ancestrales, salvo el náhuat en revitalización.  Las ciencias sociales y humanas aplican el decreto jurídico que elimina las culturas y lenguas regionales para forjar una nación unificada.

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La segunda parte describe cómo Venus cumple su misión de llamarse «la gran estrella de Oriente», al iluminar el trayecto del Camino Real hacia el Norte.  Solo el eurocentrismo incurre en la «des-orientación» durante ese trayecto milenario, ya que no reconoce la huella pre-occidental del pasado.  Miembro de la patrulla fronteriza, Remigio observa Venus matutina —Nextamallani, la Nixtamalera; Icoquih—, hasta descifrar el código de sus fases anuales.  Resaltan los ocho días que reside oculta en presagio de la muerte y resurrección natural y humana.  Parecería que el año venusino señala aún el sendero de esa migración milenaria. 

Son jóvenes —un grupo de diez, entre catorce y veinticinco años—, quienes conservan el legado antiguo.  Entre los migrantes, sobresale la figura de Itzaya cuyos incidentes y peripecias encarnan el peligro, ante todo femenino de la migración.  Solo disfrazada de hombre, la mujer logra revelar su verdadera identidad, al alcanzar su objetivo final.  La migrante debe evadir tanto los grupos del tráfico humano como la policía fronteriza, quien resguarda los límites recientes.  La policía ya no reconoce los símbolos geográficos que guían el éxodo: la fauna, la flora y el terruño mismo.  Los guías-protectores son nahuales, quienes representan fuerzas cósmicas, a veces tildadas de dioses.  Mientras el murciélago protege a los migrantes, el búho los devora. 

A Remigio lo desconcierta la desaparición repentina de ese grupo de migrantes. «Se los tragó la tierra».  Esta incertidumbre se la comunica al abuelo, con quien comparte un té durante la noche estrellada, es decir, repleta de fuerzas cósmicas ancestrales a descifrar como un pergamino en jeroglíficos.  Paralelamente, Itzaya re-Cuerda los motivos de su huida.  Sin asombro, a su comunidad y a su familia las despojan de las tierras comunales que —desde la antigüedad—, establecen un vínculo estrecho con el eco-sistema en salvaguarda.  Así, las mineras y las madereras invaden su hábitat ancestral hasta causar «la muerte de fauna y flora», además de contaminar los ríos. De esa experiencia brota su vocación de estudiar derecho para defender legalmente el patrimonio comunitario. 

En ese vaivén narrativo del migrante ya integrado —por el estudio y la policía fronteriza­—, hacia la recién llegada, el río divisorio y los subterráneos que cruzan límites nacionales se visualizan como una nueva travesía por Xibalbá al acecho de las bandas que negocian el cuerpo humano, en el trabajo forzado en las granjas y en los burdeles.  Por fortuna, a ese grupo lo protege Conejo Sol lo cual explica su repentina desaparición, hasta su llegada a San Francisco, California.  Emblema del animal sagrado, el Conejo exhibe el arquetipo de las ánimas naturales, quienes «dan su vida para alimentar la nuestra».  En ambos personajes centrales, persiste el recuerdo del sacrificio cotidiano de lo natural para mantener viva la cultura.  Por ello, existe un vínculo estrecho entre el medio ambiente y las culturas regionales que lo reconocen como su respaldo sagrado: sacri-ficio significa hacer lo sagrado por la muerte del sustento natural.  La protección de Venus y del Sol explica la desaparición de ese grupo de jóvenes —a quien busca la policía fronteriza—, sin percatarse que las fuerzas cósmicas iluminan su camino. 

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La tercera parte descifra el legado mito-poético de Zipacná —tan permanente como la piedra—, y el de los cuatrocientos muchachos muertos —acaso los Tepehuas náhuat—, quienes perduran en estrellas.  Ambas figuras les muestran el Camino Real a los diez jóvenes quienes desean escapar de la violencia sinfín que los acecha en su territorio, hoy confiscado.  Atentos a la luz vital, logran fugarse de los abusos que los acosan durante el trayecto, pero son capturados por la policía.  La mirada atenta de Remigio se concentra en el augurio próspero de Venus, quien se desdobla del amanecer al atardecer.  Su lectura preconiza el ideal juvenil de huir de las pandillas que los azotan para reunirse con su familia en EUA. 

El paisaje primaveral les dicta la esperanza.  Por los relatos ancestrales del abuelo —la tradición oral de la mito-poética—, Remigio concibe que el centro de detención de menores no podría retenerlos en ese inframundo moderno.  A sus ojos, la cárcel representa la misma retención que los señores de la oscuridad efectúan a su arbitrio maligno.  Sus colegas ya no reconocen la huella imborrable del pasado en el presente.  Sin embargo, los abogados vinculan ese pasado remoto con las leyes actuales hasta liberarlos y remitirlos a sus padres.  De nuevo, destaca la presencia de Itzaya quien —disfrazada de hombre—, evade el acoso sexual que amenaza a casi toda mujer durante su trayecto migratorio.  Entre el Viento y el Sol, el Jaguar conduce sus pasos. 

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La última sección de «El códice de la frontera» relata la realización de la utopía migratoria con su llegada a la Nueva Tollan.  Así, la recién graduada en derecho —Itzaya— celebra junto a Quitzé, reunirse en la Tierra de la Flores (Anthos), esto es, Florida o, de trasponer su nombre al idioma nacional hegemónico actual, Flowerland. No obstante, estos apelativos recurrentes apenas recubren la geografía ancestral cuyas raíces se remontan del presente visible al pretérito inalienable.  Bencastro re-Cuerda esa visión retrospectiva hacia el pasado de 1826-1848, cuando México cede parte de su terruño a EUA.  Más remoto aún, rescata del olvido la «liberación de los esclavos», como derecho humano de igualdad permanente entre las distintas etnias, culturas y estratos sociales.  Omnipresente también, «la Serpiente de cuatro cabezas» —Sol/Día, Luna/Noche, Sur, Norte—, señala los puntos cardinales que iluminan las «eternas migraciones».  Se trata de una «ley natural» que —en revolución sinódica—, conduce a los pueblos a buscar su anhelo de renovarse. En ese «eterno retorno al origen», el equinoccio anuncia la llegada de una nueva primavera.  El éxodo natural y social siempre concluye en el encuentro de la Tierra Prometida, según la coincidencia ancestral entre la poesía y la flor.

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En conclusión, Bencastro rescata del olvido la mito-poética mesoamericana y la vincula con las migraciones actuales hacia EUA.  Desde esta perspectiva, la migración vive el trayecto como un moderno descenso ad inferos.  Guiada por un Virgilio indígena llamado Conejo Sol, o por personajes a distinto calibre diabólico como los traficantes o, en menor medida, los coyotes, la travesía re-Cuerda su antigua raigambre, ya que ocurre en una geografía ancestral.  Por ello, la transmisión oral de ese legado —del abuelo al nieto—, ofrece uno de los ejes conductores de la novela.  El terruño transcribe una cartografía grabada por el paso de los ancestros, así como por las fuerzas naturales y cósmicas que le otorgan la vida al ser humano.  Desde la obvia presencia de los astros —el Sol, dador de Luz; la Luna, regente de la (re)producción, y Venus, símbolo de la muerte y resurrección anual—, destacan la fauna y la flora como emblemas simbólicos de la energía.  La lectura de «El códice de la frontera» no solo se presta a la interpretación científica del saber —a un -mati sin -yul-mati, en náhuat, a un saber carente de cordialidad con la diferencia—, sino también despliega una lección de la historiografía regional. 

Los animales entregan su ánima para que el ser humano perviva; las plantas confieren sus flores, símbolo de la poesía, los frutos, de la creatividad, y sus raíces del arraigo cultural.  En cuanto a las piedras, ellas también establecen un vínculo con la semilla vegetal y los huesos humanos, la materia dura de todo organismo.  En fin, los accidentes geográficos —de barrancas a cerros—, resguardan las comunidades de igual manera que una coraza en respaldo.  Por ello, el ecosistema representa un archivo, un «códice» sin «frontera».  Su escritura jeroglífica pervive para quienes lo observan —no como una simple bodega de materias primas a elaborar—, sino perciben en el hábitat la biblioteca que documenta la historia comunitaria, los víveres que la nutren y la mantienen en vida.  En conclusión ecológica, su utilización cotidiana explica el título mismo de este ensayo.  La biosfera es quien «da su vida para alimentar la nuestra».  El exceso de su explotación natural provoca tanto el cambio climático como el incremento de las migraciones recientes.

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