Rafael Lara-Martínez / Jorge Molina Aguilar
Rafael Lara-Martínez Professor Emeritus, New Mexico Tech
rafael.laramartinez@nmt.edu
Desde Comala siempre…
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Jorge Molina Aguilar / Universidad Don Bosco
jorge.molina@udb.edu.sv
De la mano, -MEY, aritmética y alimentación
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- , Cultura
Al poner de manifiesto los múltiples vocablos derivados de la palabra mano —manear, maniobrar, manipular, manosear, mantener, manual, echarle una mano, etc.—, no extraña que el náhuat utilice también la misma raíz al generar un complejo léxico semejante. Uno de los más obvios universales lingüísticos lo estipula el arraigo de lo abstracto en lo concreto, esto es, el fundamento anatómico de lo teórico. Además de toda lógica, la lengua (Logos) —tongue and language; -nenepil wan -yultaketzalis—, se arraiga en el cuerpo humano viviente que la gramática formal tiende a relegar a la periferia de todo análisis.
Como parte del cuerpo, siempre poseída, la raíz se deletrea: ma:-, mah-, -mey (h=j). Si desde la segunda mitad del siglo XX se asume que el plural —nu-mey “mi mano”; nuhnu-mey, “mis manos”—, prosigue una regla similar a la castellana al duplicar el posesivo, «mi-mi-mano», hacia la primera mitad, se anota la singularidad en el verbo de todo conjunto corporal reduplicado: ø-witz ni-mey-mey, «viene mi-mano-mano; viene mis manos/brazos» (se omite toda alusión al náhuat como lengua a palabra-oración, ø-nu-mey, «es mi mano», al igual que a la disparidad del plural).
El más obvio y comentado término —-ma:-kwi-l, «cinco (5)»—, establece una correlación directa entre esa extremidad y la aritmética. «Cinco (5)» se desglosa mano-agarrar-pasivo, «lo que se agarra a/con la mano». De recordar la palabra castellana man-tener y su correspondiente francesa main-tenir, se visualiza cómo el mismo término anatómico —la man(o)/main— adquiere un distinto sentido cultural abstracto. Mientras el francés «maintenant, manteniendo» lo asocia a la presencia inmediata —al ahora (now), como único tiempo accesible al (con)tacto—, el náhuat lo vincula a la aritmética; «deme una-mano-de/cinco (5) mangos».
En ambos idiomas, el cuerpo sirve de asiento a expresar nociones abstractas. La temporalidad palpable —el presente vivido que recolecta el pasado y programa el futuro—, la reemplazan nu-mah-ma:-pipil, «mis dedos, mis mano-mano-hijo, los hijos de mi mano». En su extensión se concretiza la abstracción del número, durante su conteo directo. No en vano, diez (10) se glosa maj/mah-takti, «dos manos» o ume puwal, «dos cuentas(s) (5×2)», (nótese el doble sentido de puwal, cinco (5) o veinte (20) y su plural sólo en el número). De corte vigesimal (20), si el sistema mesoamericano tradicional lo afecta esa base quintesimal (5) en el olvido de sus derivados en ascenso (5×2/3/4/5…), la actual revitalización del náhuat certifica que el sistema decimal (10) del castellano influye con mayor ímpetu.
La herencia de utilizar las cuatro extremidades (20=4×5) la suplanta la influencia occidental. Así, Werner Hernández (2019), testimonia que se tsunti, «cien (100), uno punta/cabeza-absolutivo» ya no significa cuatrocientos (20×20), sino se acomoda a la serie decimal (10): cien (100) = diez (10) por diez (10), (ídem en Próspero Arauz, 1926; pero igual se transcribe makwil puwal, 5×20). Asimismo, majtakti tzunti, «mil, diez (10, 5×2) x cien (100)». Como extremidad superior, -tzun-, «parte cefálica, extremo, punta, cogollo», verifica la referencia directa a la cumbre corporal al nombrar el dígito —cien (100=10×10), ahora; cuatrocientos (400=20×20), en el pasado—, el cual redobla el sistema numérico de base. La aritmética elemental resalta una noción del cuerpo que sólo privilegia la extremidad superior (-ma:pipil) o, en contraposición, otro concepto que abarca las cuatro extremidades al incluir el -ikxi-pipil, «dedo del pie» (x=sh). En otras palabras, hay que interrogar –-tzun-ta-ketza, «hablarse a sí mismo» a alta voz—, si el cabezal (-tzun) aritmético se arraiga en la tortilla de su pedestal, o sólo se nutre de la rigua de las manos.
No sorprende que los dedos remitan a los hijos (-pi-pil) que cuelgan (-pil-ua, donde -ua «incoativo (convertirse en lo que indica la raíz)») de la palma: la tortilla de la mano, «-ma:-taxkal». La progenie se arraiga en la redondez de la tortilla (-taxkal) que le prodiga la Madre-Luna. En verdad, esta correlación cobra su significado integral al rastrear otros empleos del mismo nombre. Si desde Lyle Campbell (1975-1985), a Werner Hernández (2019), la Luna llena se visualiza como madura y terminada –—metzti uksituk; mutemi metzti—, Leonhard Schultze-Jena (1930-1935), la vincula a la tortilla, acaso por diferentes hablas locales. El plenilunio lo describe Texkal-u(a), así como la menguante señala su delgadez, Taxku kaxawi. Las palabras y las cosas, el náhuat las enlaza de una manera inédita al castellano y a las lenguas indoeuropeas en general. Tortilla – Luna llena/Plenilunio – Palma de la mano. El enlace de esta trilogía queda truncado si no se considera el carácter central de la Luna como astro rector de la reproducción natural. Regente de las mareas, las lluvias, las siembras, el volcán y de las menstruaciones, de su plenitud brotan también esos niños de la mano que al extenderse semejan una estrella.
En breve, como los niños (-pi-pil) cuelgan (-pil-ua) de la Madre-Luna, los hijos de la mano, -ma:-pi-pil, y los del pie, -ikxi-pi-pil, guindan también de la palma-planta, -taxkal/-tashkal, que los alimenta con la canasta básica de la tortilla, -taxkal. Si el surrealismo pregunta «qué hace esta palma en la mano», a igual derecho, interrogo la presencia de esa tortilla en las cuatro extremidades. A pie, la aritmética y la alimentación manual y andante van de la mano. Quizás…
Quedo a la espera que me echen una mano para el siguiente episodio de este manual. En ese entonces, ya los brazos (-mah-mah-kul) serán ramas (-mah-mah-tzal; -mey) que arañen la neblina huraña. Cuales ojos (-i:x), sus hojas verdes las rascan en el olvido de la semilla (-i:x) enterrada que las nutre en erupción.
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Si en algún momento dudara que ese vaticinio se cumpla, este dilema lo disipa el brote vegetal que me corona. Mi ojo-semilla (-i:x) deshecha retoña y ve la luz. El azul alto y profundo primero lo refleja el verde claro de las hojas que —al extenderse ardientes como los niños de la mano—, predicen la manera en que la ilusión calca lo real en palabras e imágenes (véase ilustración). Por eso, me nombran -ma:kwi-l-iswa-t —»una-mano-de/cinco hojas»—, ya que mis cogollos (-tzun) se ramifican en dedos y puntas. Auguran que el surrealismo no proviene del «realismo del sur» sino, en cambio, su ensueño calca la realidad vegetal del centro mismo de América.
No solo la claridad de mis hojas testimonia de esa cartografía artística. También, luego, el bejuco que se enreda desde el tronco hacia mis brazos —-ma:talin, «bejuco, mano-verde oscuro»— prosigue el mismo dictado de enmendar el azul celeste en remedo de la esperanza terrenal. Esta manía la descifra aquel animal quien, jubiloso, revolotea siempre a saltos entre mi ramaje. Lo bautizan -ma:-pach-in, «mapache, mano-lavar-absolutivo; lavandero», pues con sus manos purifica la cara polvosa de mis retoños, mientras en reciprocidad yo realizo el milagro que de mi maña risueña salga el sonido del silbato, sin aludir a la boca. Basta abrir las manos —-mu-ma:-pelua— para que de la brisa misma salga el gorjeo vegetal del regocijo: -ma:-ki-ki:sa, «silbar, mano-salir».
A quienes con recelo discrepen de la correspondencia entre mi cuerpo difunto y mi árbol vivo, les recuerdo que esta manera de transcribir el mundo responde al dictado de la garrapatilla que me carcome las manos; -ma:-kwah-kwa, «garrapatilla, mano-comer-comer». Al escribir, ella me obliga a desviar la verdad racional —-ma:yejkan, «mano derecha, mano-verdad/capaz/sólo/derecho»—, del formato académico exclusivo que intenta monopolizar lo real. Inadmitido, durante un serpenteo (-kwej-kwel-ua) a la izquierda —-ma-kwej-kwel, «zurdo, mano-serpenteo-pasivo»; -ma-chiku, «mano-mal/irregular»—, no olvido que la escritura (-tahkwil-ua) traduce la trenza (-tahkwil) pintada a varios colores (-kwi-kwil-ua). Sin el empleo de una tinta indeleble, la inscribo en la materia vegetal, -a:ma-t, mientras variopinto no me niego a abrir el debate con mis vecinos artistas y multilingües.
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En síntesis, la anatomía funda conceptos abstractos que —de la presencia tangible en francés—, remite a la aritmética náhuat, a la alimentación, a la fauna y la flora. Lejos de predecir un campo semántico homogéneo y universal, la anatomía convida a indagar la manera en que las distintas partes del cuerpo remiten también a conceptos culturales específicos. Por su asiento en la materia en sí, la razón jamás se reduce a la lógica sin una mediación directa de su complemento físico corporal. Desagradecido, el saber anhela extirpar el cuerpo terrenal que lo hospeda, durante menos de un siglo, lo hospeda en vida, mientras la culinaria lo nutre de cadáveres irracionales, disfrazados de sazón. Al inaugurar un nuevo mundo virtual, la razón ya no percibe que su ojo (-i:x) colorido se arraiga en la semilla (-i:x) oscura de la siembra/entierro (-tu:ka).