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Dios en la política (y la política en Dios…)

La relación entre lo político y la trascendencia siempre suele ser un tema perplejo. Para bien o para mal, desde los modelos teocráticos, pasando por el uso instrumental e ideologizado de Dios hasta la reflexión teológica sobre la realidad, las cosas no suelen terminar muy bien. 

En la historia encontramos mártires y megalómanos, cesaropapismo y la religión como opio del pueblo, las Cruzadas y la batalla de Lepanto, monarquías y dictadores mesiánicos y muchas otras manifestaciones perversas. En efecto, en nombre de Dios se han cometido atrocidades. Quizá sea por eso que surgió el “Estado Laico”…  

Antes del siglo XX varias naciones estaban configuradas como “Estados confesionales”, en dónde religión oficial y política convivían y pautaban acuerdos perversos de gobernabilidad; en Latinoamérica, desde la Colonia vivimos un modelo de “patronato”. La iglesia legitimaba decisiones de las autoridades políticas, y los gobiernos aprobaban las ternas de candidatos episcopales (al margen del Espíritu Santo). 

El laicismo es una especie de tendencia o corriente ideológica que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y especialmente la del Estado, de toda influencia religiosa o eclesiástica. Y es que en una sociedad hay de todo: agnósticos, ateos y, diversas creencias y religiones; además los asuntos públicos tienen que ver con normas de convivencias, leyes y oferta y demanda de servicios. Las creencias, la fe y la religión entran en un plano más personal y privado. 

Un “ilustre” diputado, en el marco de unas reformas recientes a la Ley de Símbolos patrios manifestó: “Cuando vine aquí el primer día, vi pinturas, vi artículos de ley, relojes, banderas, pero no vi nada que me recordara a Dios”. Habría que decirle que le pasará lo mismo si va al Estadio Cuscatlán, a Metrocentro o a la Feria Ganadera de Santa Ana. Quizás habría que recordarle al diputado que para eso están los templos y las iglesias…  

Probablemente, con un espíritu Franciscano podría ver las maravillas de Dios en “Canelo” el perro de la asamblea o en el Palo de Hule; o desde el Agustinismo observar las conductas de sus colegas como manifestación de la concupiscencia o ausencia de bien. Eso dependerá de la espiritualidad del legislador… 

La Asamblea Legislativa es un recinto para diseñar leyes en base al parlamento. Aunque de hecho había dos oleos gigantes de dos sacerdotes con sotana ¿eso no le recordaba a Dios? 

Otros Diputados, en el pasado y en el presente, ya plantean la absurda posibilidad de la lectura obligatoria de la biblia en las escuelas. Menudo problema en un sistema educativo laico, en un contexto de tantas religiones y sectas y con el agravante de tener que seleccionar una de las muchas versiones del libro sagrado (Reina-Valera, BAC, Descleé de Brower, Libro del Mormón, Jerusalén y Latinoamericana, etcétera). 

En realidad, creen que con enclavar la frase “Puesta nuestra fe en Dios” en las paredes o en leer la biblia ¿mejorará nuestra cultura política, habrá más transparencia, menos corrupción, más calidad educativa y sanitaria y una macroeconomía más eficiente? 

En lugar de inmiscuir a Dios en nuestra democracia quizá fuera mejor poner otra frase: “Aquí, en este recinto se legisla con ética, nada está reservado y es bienvenida la prensa”; o bueno, si insisten en lo religioso mejor pueden poner: “Los publicanos y las prostitutas nos llevan la delantera” (Mt. 21,31), “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mc. 2,17), “Al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra” (Mt. 5,39), “Al que tenga se le dará, y al que no, aun lo que tenga, se le quitará” (Mc 4, 25), “Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela” (Mc. 9,43). Ya ven que irónica es la biblia… 

Dados los antecedentes de corrupción del pasado y del presente, “Dios en la política” no parece ser una posibilidad; pero la “política en Dios” sí parece ser una necesidad de legitimación y manipulación.   

Que nuestra sociedad sea muy creyente, que el concepto de Dios aparezca en nuestra bandera o que en el Decreto No 38 los Constituyentes inicien con el texto “puesta nuestra confianza en Dios”, no implica que seamos un Estado confesional. Son referencias de las creencias y valores que no se deben magnificar o amplificar en el discurso político. No intento desaparecer a Dios de la vida política, sino evitar que lo utilicen.  

El presidente de la República ya se ha definido como “instrumento de Dios”; ahora los diputados proponen un nuevo espacio político para la visibilidad de Dios desde la Asamblea Legislativa; sólo faltaría que se yuxtaponga la justicia terrena con la divina. 

Por el momento recomendamos orar y encomendarse a Dios en privado antes de iniciar el trabajo de la Comisiones Especiales, según hemos visto hace falta mucha iluminación en definir las preguntas y en tratar a los invitados bajo los principios cristianos de caridad. 

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