Óscar Picardo
Educación ¿para qué…?
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Quienes trabajamos y pensamos en educación estamos obligados a cuestionarnos constantemente: Educación ¿para qué?; es una pregunta tan simple y tan profunda en tiempos en donde luchan: la desvalorización educativa, las tasas internas de retorno negativas de nuestro sistema educativo y la importancia del conocimiento.
Es una pregunta filosófica, y parafraseando a Ellacuría en “Filosofía ¿para qué?”, la tarea crítica y constructiva del sistema educativo tiene esa vocación indelegable de desideologizar los fanatismos, mitos e ignorancias, y a la vez formar ciudadanos que respondan a los retos de la sociedad actual, y construir un pensamiento filosófico que oriente la prospección de la nación.
¿Qué ciudadanos forma el sistema educativo actual? Es otra pregunta crucial, y observamos por los datos y estadísticas que en nuestro medio existen dos vertientes: una minoría con oportunidades y posibilidades, y una mayoría de excluidos que reforzarán los círculos de pobreza; es decir dos tipos de ciudadanos…
Pero ni unos ni otros –los con posibilidades y los excluidos- poseen una cosmovisión de ideas sobre su identidad y sobre su misión en la ciudad donde viven; se han educado en la superficialidad consumista: ser es adquirir o poder. No poseen la criticidad de replantearse los modelos y paradigmas económicos o políticos, ni mucho menos el talante para desideologizar o cuestionar un sistema de ideas.
Lo anterior no es un problema generacional ni de los estudiantes en sí, sino una debilidad sistémica de una escuela que: a) no tiene rumbo ni filosofía educativa propia; b) que carece de un currículo estructurado que guíe a los discentes hacia el ciudadano que necesita el país; y c) que no cuenta con docentes –socráticos- que interpelen con preguntas, juicios y raciocinios para formar estudiantes críticos y autocríticos de sus decisiones, ideas y actos.
La preocupación por la realidad, por lo último y por la totalidad desde la propia capacidad de los estudiantes es la tarea principal del sistema educativo, y esto trasciende y supera la transmisión de conocimientos y los aprendizajes por competencias o capacidades para pasar materias o pruebas; esto implica contar con referentes curriculares claros sobre la direccionalidad fundamental del pensamiento; en efecto, “educar es aprender a pensar por sí mismo”, para luego decidir, actuar, transformar, crear, etcétera.
La escuela –y la filosofía– debe ser percibida como una herramienta para la búsqueda de la plenitud de la verdad, y esto no implica la ausencia de error, sino de la presencia plena de la realidad, saber con certeza qué somos, qué hacemos o para dónde vamos. Nuestra deshonrada sociedad educadora y sus ignominiosos líderes no poseen la vitalidad necesaria para crear un ecosistema pedagógico, al contrario, desfiguran, desinforman y le restan a las débiles propuestas escolares.