Óscar Picardo
Educación: pensar diferente
Comparte disruptiva
Ante los grandes cambios de la sociedad de la información y de la economía del conocimiento (M. Castells), resulta paradójico ingresar a nuestras aulas y seguir observando el modelo medieval de un docente enseñando, la pizarra y los estudiantes sentados en pupitres…; y no estaría tan mal que sucedieran estas cosas, si por lo menos contáramos con modelos pedagógicos creativos, «equipos activos» (skunkworks) o un diálogo interactivo orientado al diseño de soluciones a los problemas reales con base en STEAM (Science, Technology, Engineering, Arts and Mathematics); pero no, además del paisaje tradicional y anacrónico, aún prevalecen los modelos bancarios (P. Freire) en donde el docente intenta depositar contenidos que poco sirven para la vida.
Michael M. Crow, William B. Dabars en el libro «Designing the New American University», ha retado al Sistema para pensar la educación de modo diferente, proponiendo debates que interpelan las prácticas tradicionales. Por ejemplo: «La universidad no se debe medir por quién excluye, sino por quién incluye y cómo los estudiantes tienen éxito en su trayectoria académica», sobre todo en una sociedad con baja escolaridad y en donde la eficiencia terminal de graduación no supera el 20 %; o el rol del docente como un actor clave que debe conectar el mundo laboral y el escenario académico. En efecto, por ejemplo, hay docentes enseñando innovación y emprendimiento y ellos nunca han iniciado un emprendimiento o una Start Up, o abogados que enseñan derecho penal y nunca han litigado o ingenieros civiles enseñando y nunca han construido.
Pensar diferente la educación supone inclinarnos un poco al modelo de pensamiento lateral de Edward de Bono, buscando resolver problemas con nuevas herramientas imaginativas, indirectas, creativas y saliendo de los modelos tradicionales. Esto implica también dejar de lado los patrones y hábitos; hacer preguntas, intentar escaparse de las hipótesis seguras; en síntesis: arriesgarse.
Desde los primeros filósofos pre socráticos –que no se conformaron con las respuestas de la magia, la religión ni de los mitos– hasta nuestros días, ha habido ecosistemas proclives al cambio, reforma y evolución; esto ha implicado muchas pruebas y errores, y sobre todo un sistema educativo que impulse métodos disruptivos de invertir paradigmas.
No hay más estudiantes inteligentes en Japón, Corea, Noruega, Finlandia o Estados Unidos que en El Salvador, sino sistemas educativos que retan al estudiante a pensar diferente, que no se conforman con memorizar y copiar dictados; y los chicos y chicas responden… No debemos dar recetas, sino proponer problemas reales de lo cotidiano y exigir a los estudiantes que diseñen soluciones. Debemos enseñar ecuaciones y trigonometría «APLICADA», y crear equipos de trabajo con inteligencias múltiples.
Pero para que suceda lo anterior, lo primero que tiene que cambiar es el modelo obsoleto de administración educativa que tenemos, la rigidez curricular y la falta de meritocracia; necesitamos a los mejores maestros en las escuelas y en las universidades; y evitar que las aulas sean un refugio de desempleados. Necesitamos también un currículo abierto, flexible que permita ir a la velocidad de los cambios tecnológicos y que además posibilite que cada estudiante encuentre su vocación (con menos prerrequisitos absurdos y salidas colaterales).
Intentemos pensar la educación de modo diferente, el 90 % de los desertores del sistema –desde parvularia hasta el nivel universitario– nos lo agradecerán.
Nota: ¿sabe usted que solo 4 de cada 10 estudiantes culminan el bachillerato, que solo 2 de los 4 que se gradúan ingresan a la universidad, y solo 1 de 2 culmina sus estudios universitarios… que tenemos 1.7 millones de estudiantes en el sistema escolar y solo 160,000 en el nivel universitario? Efectivamente es solo el 10 % quienes logran un «mediano éxito» de culminar una carrera universitaria; y anoto «mediano» porque obtener un título no es suficiente…