Óscar Picardo
El fin de la democracia
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El fracaso populista de las democracias se asoma por todos los rincones del planeta; la democracia logró ensamblar un sistema perverso que patrocina la impunidad, la corrupción y el autoritarismo. En teoría, era el mejor de los sistemas posibles, pero en la práctica se ha transformado en una maquinaria infame, en dónde unos pocos se enriquecen, otros pocos siguen haciendo dinero y las mayorías votan, legitiman y siguen viviendo en circuitos de exclusión y/o pobreza.
Platón tenía razón…; en sus tres grandes diálogos políticos elabora una verdadera taxonomía esencial sobre las formas de gobierno. En “La República” identifica cinco modelos en dónde cada expresión se va degradando en el uso del poder, así hay un tránsito entre la Aristocracia, la Timocracia, la Oligarquía, la Democracia y la Tiranía. En “El Político” presenta primero tres formas -que posteriormente evolucionan a siete- el gobierno de uno (monarquía), el de pocos (aristocracia) y el de muchos (democracia); y en “Las Leyes”, a modo de síntesis, dos sistemas políticos: el más despótico la Monarquía y el más desordenado la Democracia, un sistema de caprichos y apetitos alejados del orden…
La democracias solo funcionan en sociedades educadas y cultas, en dónde la gente -Demos- puede utilizar el sistema electoral como una herramienta de control político para dosificar el poder -Kratos-; y los políticos o partidos saben que están bajo la mirada atenta de una ciudadanía informada y exigente.
Particularmente en Latinoamérica -y en otras partes del mundo- la democracia es un circo de corruptos, con al menos tres actos: 1.- Gobernantes déspotas y grandes empresarios haciendo negocios con fondos públicos; 2.- Políticos creando nodos de corrupción a través de sistemas legales que favorecen el nepotismo y clientelismo; 3.- Venta de Justicia sobre la base de amiguismo, compadrazgo y favores.
Seguramente, lo anterior no fue lo que imaginó Montesquieu en “El espíritu de las leyes” (1748); así no se separan los poderes, sino que se utilizan para enarbolar un complejo sistema de corrupción que tiene cooptado los sistemas políticos, creando verdaderos modos de vida y castas de sinvergüenzas.
Paul Heinrich Dietrich von Holbach en 1776, cuando nacían las Repúblicas, la ilustración y la independencias, publicó un libro de modo anónimo titulado “Etocracia”; un tratado de gobierno fundado en la moral, intentando una síntesis del pensamiento ético y político.
Según Eduardo Zugasti, en la propuesta Etocrática (literalmente, gobierno de la ética), Holbach pretende nada menos que unir la moral con la política, desmintiendo el cargo histórico de que los filósofos ateos deben inclinarse hacia un sombrío maquiavelismo político. En una tradición que se remonta a Aristóteles, este peligroso ilustrado piensa que “la moral no puede ser eficaz sin la ayuda de las leyes” y conserva una confianza casi platónica en el poder “de la sabiduría y la equidad” para lograr una verdadera reforma política. En lugar de los principios revolucionarios libertad, igualdad, fraternidad, Holbach propone una trinidad de virtudes que convencerá a cualquier adepto del credo liberal: Libertad, propiedad, seguridad.
Sin perjuicio de predicar a favor de la propiedad y la seguridad, Holbach también es crítico con las diferencias injustas entre ricos y pobres, y además es un implacable enemigo del lujo, en línea con los reproches del más austero clasicismo. El estado etocrático huye de la riqueza ornamental y del ocio aristocrático, será concebido más bien como un lugar benéfico para el comercio, las artes y las ciencias. Toda una cátedra de «descivilización» contemporánea.
Antes lo dudaba, pero ahora tengo más certezas, evidencias y datos: a nuestra clase política no le interesa mejorar al educación, ya que si se eleva el nivel de escolaridad y civismo se les arruina la fiesta de la corruptela.
Contabilicemos y consideremos los últimos cuarenta años de ineficiencia en las políticas públicas educativas; ¿Qué encontramos…?: No hay políticas de Estado, sino de gobierno o de corto plazo; mejoramos un grado de escolaridad cada diez años; desarrollo científico paupérrimo; calidad baja o nula; cobertura limitada; rezago educativo para las mayorías de escasos recursos; limitada cantidad y calidad del gasto educativo. ¿Creen que esto es casualidad…?
En Latinoamérica no hay tan solo un país serio en materia democrática, ni los malos ejemplos de Uruguay y Chile se salvan; damos un paso hacia adelante y tres hacia atrás. Para colmo, últimamente estamos perdiendo lo poco de laicidad que quedaba y hoy aparece en las fronteras del absurdo la religión como un colirio salvífico ante el relativismo moral para corregir a las minorías y diversidades.
Las grandes ciudades cada vez son más fractales y diversas, con intereses y problemas que ningún concepto puede dar respuesta: Gobierno, Gobernabilidad, Good Governance, Gobernanza… ; las modas conceptuales no bastan.
El desequilibro entre las limitadas ofertas Estatales y las amplias demandas sociales, están generando crisis y decepciones cada vez más profundas; y para colmo aparecen los absurdos modelos populistas, anárquico-libertarios, polarizantes, que lejos de solucionar los problemas los agudizan con locuras y posverdad.
Jean Jacques Rousseau, en “El Contrato Social” (1762), nos recuerda: “El hombre nace libre, pero la sociedad lo encadena”; en este contexto, la libertad natural del ser humano debe cederse a un interés colectivo mayor, conformando la “institución estatal ética” -Estado de Derecho- en la que reside el poder que cada individuo deposita en ésta. Es un idealismo demasiado clásico para nuestra realidad, pero aún sigue vigente.
¿Y si estamos ante el fin de la democracia qué sigue…?; no podemos regresar a esquemas monárquicos ni autocracias; ¿cuál es la forma ideal de gobierno?; tampoco podemos esperar ni creer que los gobiernos se preocuparán genuinamente por la educación y el bienestar.
Probablemente la salida no esté en cambiar la metodología para elegir gobernantes, sino en un nuevo “municipalismo ético”, trabajando poco a poco en buscar micro gobernantes que demuestren capacidades y compromisos serios, honestos y con impacto educativo. De hecho muchos de los gobernantes que nos han engañado tienen su escuela a nivel municipal y distrital. Quizá la tarea es identificar líderes éticos, llevarlos al poder y vigilarlos, pero tampoco estoy convencido de esto; probablemente hay otras alternativas…
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