Óscar Picardo
El problema del “yo digital”
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“Hay momentos en que soy tan diferente a mí mismo que podría ser tomado por otra persona, de una personalidad totalmente opuesta”.
Jean-Jacques Rousseau
Seguramente psiquiatras, psicoanalistas y psicólogos ya estén investigando para incorporar en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) el problema del “yo digital”, un síndrome o trastorno en donde las personas proyectan una personalidad distinta a la real.
Consideremos que “síndrome” es un conjunto de síntomas que cuentan con un estudio previo y se dan de manera simultánea; mientras que los “trastornos” hacen referencia a estados anómalos de la salud mental, es decir a cambios desadaptativos de los procesos mentales.
En la literatura existen los “trastornos disociativos”: afecciones mentales que implican una pérdida de conexión entre pensamientos, recuerdos, sentimientos, entorno, comportamiento e identidad. Estas condiciones incluyen escapar de la realidad de formas que no son deseadas ni saludables. La Asociación Americana de Psiquiatría define tres trastornos disociativos principales: trastorno de despersonalización-desrealización, amnesia disociativa y trastorno disociativo de la identidad.
Los síntomas de la disociación de la personalidad incluyen: Una sensación de separación entre el sujeto y sus emociones; tener ideas distorsionadas de la realidad; un sentido borroso de su propia identidad; estrés o problemas en las relaciones; depresión, ansiedad, entre otros.
Resulta que las redes sociales ha abierto una gran oportunidad de comunicación y expresión, y en este escenario nos encontramos con sujetos normales, con perfiles anónimos -pasivos o activos- o con odiadores profesionales, entre otras categorías. Dentro de los perfiles “normales” podemos identificar esporádicamente una tendencia de ideas proyectivas, es decir, cuando la gente intenta presentarse como algo mejor a lo que realmente es; por ejemplo, uso de una foto de perfil cuando era más joven, post de lecturas sofisticadas, fotos de viajes o de platillos exóticos, entre muchas otras expresiones. Pero hay identidades falsas o patológicas, personas que tienen una máscara, que se ocultan detrás de un avatar o una imagen, para actuar, incidir, insultar, odiar, ofender, manipular; tradicionalmente en las redes sociales los definen como “Troll”.
Almirall y Cortés en “Mi yo digital: lo bueno, lo malo y lo imprevisible” (2021) definen: “A medida que se amplía nuestra huella digital, también lo hace nuestro ‘yo’ digital. Una parte de este es pública, pero solo representa la punta del iceberg (…) Oculta queda esa proporción que se nos ha robado sin darnos cuenta, la que pertenece a las redes sociales, plataformas de compras y aquellas compañías que pagan por esta información (…) Este conocimiento casi íntimo produce una mutación en la forma en la que percibimos la realidad, con algoritmos que guían nuestra navegación en el mundo digital, produciéndose así un cierto mecanismo de control social.”
El “yo digital” es una construcción personal, una especie de espejo psicológico en dónde reflejo cómo me gustaría ser… Ahora bien, desde el punto de vista psicoanalista, el yo forma parte de la teoría estructural de la mente; comienza a surgir en el recién nacido del contacto del ello con el mundo. Se rige por el principio de la realidad y su función es la de demorar o posponer la descarga instintiva o pulsional. Una parte del yo es inconsciente, otra parte consciente y otra preconsciente, esta última puede hacerse consciente rápidamente en caso de necesidad. Podemos considerar que si el ello es animal y el superyó cultural, el yo es humano. El yo desempeña la función de conciliar al ello (pulsiones), al superyó (restricciones morales) y al mundo exterior. El ”yo” crea mecanismos que permitan la obtención del mayor placer posible, pero dentro de los límites que la realidad imponga.
Palacios, Parra y Baldivia, en “Psicología digital: reflexiones sobre estudio el comportamiento humano en la era de las tecnologías de la información” (2022), señalan que la presencia de las tecnologías digitales evidencian los efectos de su presencia en los seres humanos sobre todo en la modificación del comportamiento por las interacciones algorítmicas.
El “yo digital”, desde la perspectiva patológica, depende de una estructura ideológica vulnerable o afectada; entendiendo estructura ideológica como un sistema de representaciones o realidad operante que no tienen nada que ver con la “conciencia”; son la mayor parte del tiempo imágenes, a veces conceptos, pero, sobre todo, se imponen como estructuras a la inmensa mayoría de las personas (Martín Baró).
Un sujeto amenazado, humillado, con baja autoestima, defraudado, con limitaciones culturales o educativas, etcétera, crea su “yo digital”, y a través de él, se expresa y se comunica, proyectado una personalidad alterna, probablemente opuesta a su realidad ideológica.
Estaríamos frente a un caso de “disociación” con mediación digital, ya que se altera o se crea otra identidad. Según la Sociedad Internacional para el Estudio del Trauma y la Disociación (International Society for the Study of Trauma and Dissociation – ISSTD), el término disociación hace referencia a desconexión o falta de conexión entre elementos que habitualmente están asociados entre sí. La disociación puede afectar a la conciencia, a la memoria, a la identidad o a la percepción, que habitualmente suelen estar integradas.
Como diría la reconocida psicóloga Suzette Boon: “Las partes disociadas de la personalidad no están separadas de la identidad o la personalidad de un solo cuerpo, sino más bien son partes de un solo individuo que todavía no están funcionando juntos de una manera suave, coordinada y flexible”; hay relatos y hechos que reflejan lo que realmente somos desde la perspectiva ética. Si alguien necesita un yo digital diferente a quién es en verdad por algo será; no es normal, no es lógico, no es honesto.
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