Óscar Picardo
Estudiar, ¿para qué…?
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Una de las mayores preocupaciones de padres, madres y jóvenes recién graduados de educación media es la elección de un programa o carrera universitaria que pueda proyectar un buen futuro y opciones de empleo. La inquietud también incluye la reputación de la institución educativa que otorgará el título.
Obviamente, el primer paso es tener evidencia de las capacidades vocacionales y conocer el tipo de inteligencia dominante; para esto recurrimos a tres fuentes: a) Los intereses personales del estudiante; b) Una prueba psicológica de orientación vocacional (Kuder, Holland, CHASIDE); y c) El récord histórico de notas; no hay dónde perderse. Debemos considerar, además, que la inteligencia madura y los estudiantes cambian; es probable que pueda emerger una pasión o interés profesiográfico particular luego del bachillerato.
No debemos cometer el error de correlacionar programas académicos con “dinero”; creyendo, por ejemplo, que dedicarse a una profesión atípica al mercado laboral (como Deportes, Artes, Ciencias puras, etcétera) estará predestinado al fracaso. Ni de imponer o forzar a estudiar algo por tradición u opinión de otro. La decisión es personal, aconsejada, pero propia.
Como una referencia a considerar ante dudas sobre qué estudiar, recientemente el Departamento de Inmigración, Refugiados y Ciudadanía de Canadá (IRCC: Immigration, Refugees and Citizenship Canada) anunció el 31 de mayo de 2023 que había finalizado nuevos criterios de selección basados en categorías para los sorteos de Entrada Rápida. Las categorías se eligieron en base a las proyecciones del mercado laboral y las discusiones con los socios y partes interesadas de IRCC, así como con los gobiernos provinciales y territoriales.
Las demandas de profesionales actuales de Canadá son las siguientes: Arquitectos y paisajistas; Gerentes de arquitectura y ciencia; Ingenieros Civiles; Gerentes de sistemas informáticos y de información; Ingenieros informáticos; Ingenieros desarrolladores y programadores de sistemas informáticos y/o de Software; Especialistas en ciberseguridad; Científicos de datos; Analistas de bases de datos y administradores de datos; Ingenieros eléctricos y electrónicos; Ingenieros industriales y de fabricación; Agrimensores; Matemáticos, estadísticos y actuarios; Ingenieros metalúrgicos y de materiales; Investigadores, consultores y oficiales de programas de políticas de ciencias naturales y aplicadas; Planificadores urbanos y de uso del suelo; Diseñadores web; Desarrolladores y programadores web; Cuidado de la salud; Profesiones de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM); Especialistas en Transporte; Agricultura y agroalimentación; entre los más destacados.
Una cosa es Canadá y otra El Salvador…; digamos que en nuestro mercado laboral una condición fundamental de empleo rápido o habilitación laboral es dominar el idioma inglés; luego son importantes las “certificaciones” orientadas a programas técnicos e informáticos. Finalmente habrá que decidir un programa o carrera de pregrado.
Aunque no hay estadísticas actualizadas ni un estudio serio que defina demanda laboral profesional, da la impresión de que: 1) Hay algunos sectores saturados: Abogados, Médicos, Docentes, Comunicadores, Administradores de empresa; 2) Otros sectores con demanda insatisfecha: Ingeniería de Software, Diseño industrial, Prototipado, Modelaje Matemático aplicado; 3) Programas casi inexistentes: Neurocientíficos, Oceanografía, Geología, Nanotecnologías, Ingeniería Textil, Especialidades veterinarias y médicas, Medicina Deportiva, Dirección cinematográfica, Música, Forense; 4) Programas que posibilitan emprendimientos: Chef, Laboratoristas, Diseñadores; y 5) Programas que se niegan a morir: Filosofía, Sociología, Arqueología, Antropología, Teología, Política; entre muchos otros.
Debemos reconocer que en nuestro medio los programas de postgrados, maestrías y doctorados o especialidades son muy limitados; y en países más desarrollados son los que generan habilitación laboral y buenos salarios. Por ejemplo, en las universidades para ser docente el requisito mínimo es tener un doctorado; aquí estamos lejos de eso, ni siquiera los Rectores, Decanos, Directores o Coordinadores de carrera a veces ni tienen maestría.
También es cierto, que muchos graduados terminan trabajando en áreas ajenas a su especialidad; en los años 90 ningún gerente o director de medios de comunicación era de la especialidad; de lo que recuerdo: Enrique Altamirano, Ingeniero; Moisés Urbina, Ingeniero; el Chiri Rivas, Odontólogo; Mauricio Funes, Letras; Cecilia Gallardo, Psicóloga; Guillermo Deleón, Arquitecto; entre otros. En efecto, a veces una cabeza gerencial tiene la capacidad para guiar muy bien un proyecto empresarial o sectorial.
Quizá lo importante y básico es concluir una carrera o programa; al margen de la especialidad y de las oportunidades de empleo, quien ostenta un título puede demostrar que “es capaz de iniciar y terminar algo…”; y antes que se les venga a la mente la cantidad de genios empresariales que no terminaron su carrera universitaria: Zuckerberg, Jobs, Gates, Dell, Disney, Adelson, etcétera, no debemos olvidar en qué entornos y bajo que condiciones tomaron esa decisión; no estamos en Silicon Vally ni en Cambridge Massachusetts…
Se me olvidaba: Los gobiernos emplean a personas incapaces por clientelismo, nepotismo o amistad, pero esto también es efímero y suele terminar mal.
La tasa de eficiencia universitaria es baja (5 %) y la Tasa Interna de Retorno (TIR) del nivel superior, hoy por hoy, es negativa; incluso para muchos representa un largo camino de gastos en un escenario de necesidades económicas; pero, al final estudiar una carrera o programas abre más puertas de las que se cierran por no haber estudiado.
Estudiar una carrera o programa universitario, además de los conocimientos, aporta otros valores agregados, habilidades o capacidades humanas; crea redes de contactos; permite una madurez cerebral guiada; y fortalece la disciplina. Actualmente, con las condiciones de matrícula solo 1 de cada 10 estudiantes que terminan la educación básica llegan a graduarse de la universidad. Solo 30 % de los bachilleres que se gradúan ingresan al nivel superior. ¿A dónde va el otro 70 %?
Como país no vamos a atraer inversión extranjera de buena calidad o de valor agregado con una escolaridad promedio de 7.1 grados (EHPM, 2021); si queremos seguir condenados a maquilar en lugar de diseñar o proponer mantengamos el patrón actual que ya tiene más de 30 años de repetir ciclos ineficientes que fomentan la pobreza y la migración.
USAID, con el programa “Educación Superior para el crecimiento económico” (2015), sembró una importante semilla, y si no se cuida o se le da continuidad en pocos años volveremos a la situación inicial. La política que surgió de este programa tiene ideas audaces e importantes pero requieren una gerencia arriesgada y financiamiento. Por el momento seguimos sin patentes y con un impacto científico limitado.
Como sea, hay que estudiar, es importante seguir aprendiendo y se deben crear programas de estímulos, apoyo o becas. Como anotara José Pepe Mujica: “Las inversiones en educación son de rendimiento lento, no le lucen a ningún gobierno, movilizan resistencias y obligan a postergar otras demandas. Pero hay que hacerlo”.
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