Óscar Picardo
Felices…
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En los libros, artículos y ponencias sobre Ciencias Políticas la democracia es el mejor de los modelos de gobierno, pero en Latinoamérica no…, es el sistema más perverso que ha alimentado la corrupción, el autoritarismo, la impunidad y otras manifestaciones de lo peor del ser humano.
En el fondo Platón tenía algo de razón, obviamente en un contexto muy arcaico de pocos ciudadanos versus grandes mayorías de esclavos, la democracia podría ser la peor forma de gobierno; lo esencial de la crítica sigue vigente: cuando un colectivo de gente con limitada escolaridad logra el ascenso de un charlatán al poder nada bueno puede suceder; los ejemplos abundan y no es elitismo, es falta de educación.
Pero no hay asombro ni sorpresas, la mayoría de sociedades latinoamericanas están compuestas por una pirámide perversa: un 70% de personas pobres, excluidas y de baja escolaridad; un 20% de clase media, profesionales utópicos que trabajan para pagar impuestos y sostener su mediano estilo de vida; y un 10% de clase muy acomodada y millonarios dedicados a hacer dinero (quizá 7% + 3%).
La regla principal de la democracia es la mitad más uno o la mayoría, no hay vuelta atrás; la apatía o abstencionismo puede ser un arma de doble filo. Pero también aparece en escena la matonería y el populismo, el típico modelo de “zanahoria y garrote”, a veces represión, a veces subsidios.
La experiencia del continente latinoamericano es una “enciclopedia de vulgaridad política”, desde México hasta Argentina y Chile, pasando por Centroamérica y los países andinos; los partidos políticos han sido “sociedades anónimas de mafiosos institucionalizadas y legitimadas”.
La gente se cansa y decepciona de muchas promesas y tomaduras de pelo; vuelven a votar con esperanza pero su situación de bienestar no llega, son solo espejismos de la realidad; y esto parece ser un “bucle infinito”, una secuencia de instrucciones que, como está escrito, continuará sin fin.
La democracia ideal que describen Bobbio, Mateucci o Pasaquino, solo está en los libros; el Estado de Derecho, la seguridad jurídica, el imperio de la ley, son como mitos o leyendas de un mundo ideal que no existe.
Damos un paso hacia adelante y luego tres para atrás; no hay visión de largo plazo ni prospectiva; todo se reduce a planes ocurrentes de corto plazo. Hacen una cosa y deshacen tres. Como reza el adagio popular: prometen un puente dónde no hay río, construyen un puente mal hecho y luego se empecinan en conseguir que pase algo de agua. Pero el objetivo era ayudar al amigo o compadre que iba a construir el puente.
Han pasado dos siglos de emancipación, independencia y antagonismos; españoles versus criollos; terratenientes versus campesinos; comunistas versus anticomunistas; y hoy el duelo es entre mayorías y minorías.
Quedó en el pasado el dualismo entre Estados fuertes y Mercados desregulados; se deslegitimaron las ideologías de derechas e izquierdas; y el duelo actual es más pragmático entre tecnologías y tener dinero para comprar. Así, confundimos poco a poco el bienestar con el “bientener”.
Lo peor de todo es que no evolucionamos, estamos en una serpentina entrópica; es decir, hay un pequeño sector dominante que posee una gran capacidad científica de crear tecnologías y una gran mayoría de consumidores que viven para pagar esas tecnologías.
En efecto, cada vez somos menos ciudadanos y más consumidores y el fenómeno político se vale de esta sed de tener. Así, comenzamos también a relativizar todo, la familia, la formación académica, la religión, la cultura, el arte, etcétera. En la actualidad cualquiera es artista, y existe el “arte objeto” o los NFT que dan licencia para que un fulano pegue en la pared un banano con dop tape o diseñen un mono con asistencia computarizada y lo vendan en millones de dólares.
Tenemos gran capacidad científica para subir al espacio satélites sofisticados o crear en un año más de cien propuestas de vacunas y a la vez la ingenuidad de creen y difundir fake news a una velocidad vertiginosa.
La Inteligencia Artificial y BlockChain ya están en nuestras vidas, y se están utilizando para pocas experiencias positivas y muchas negativas; en el campo político, saben que pensamos, qué consumimos, cómo sentimos, qué preferimos, y la publicidad o la información nos llega a la medida como por arte de magia.
No sabemos muy bien que sigue en este guion político de incertidumbres, es difícil predecir el futuro a pesar de tener los más sofisticados sistemas matemáticos de prospectiva. Las primaveras contemporáneas son muy líquidas, diría Bauman, se salen de las manos.
Pero sí hay una certeza, aunque se está desvalorizando: la educación y la lectura; hoy lamentablemente pasamos mucho más tiempo con el móvil en la mano viendo TikTok o Instagram que leyendo. No hay demasiado interés en mejorar la calidad de los sistemas educativos. Se nos dañó la brújula, queremos formar gente para hacer dinero y de paso hacer dinero con la educación.
Al final, el problema no es el modelo, la democracia puede seguir siendo la mejor propuesta política, pero para que funcione bien se necesita gente educada, y los políticos nunca se han interesado por mejorar la educación de los pueblos. Disimulan bien, hacen planes, pero sus hijos siempre irán a colegios bilingües, ya que saben que el sistema público no da mayores oportunidades.
Si examinamos las estadísticas sanitarias de nuestras democracias hay más depresión, más suicidios, más intolerancia y más violencia; emergen nuevas minorías y se diversifican aceleradamente. Aparecen lo antagonismos como regla, y el diálogo se descarta. O estás conmigo o en contra de mí.
Vamos a una especie de precipicio, de espaldas, sin frenos y en retroceso… pero vamos felices con el Iphone en la mano…a