Ricardo Hernández Pereira
¿Funcionará el espectáculo hasta el 2024?
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En la película Gladiador (2000), Cómodo (Joaquin Phoenix) se enfrenta, luego de ascender al poder, a un senado romano dividido, elitista y alejado de la realidad del pueblo. Sentencia, con pasión y no poca altanería, que la plebe es su hijo y él será su padre, y que le brindará el mayor y más grande espectáculo nunca antes visto: el circo romano.
Panem et circense o “Pan y circo” fue una estrategia utilizada por los emperadores para mantener a la plebe distraída de los principales problemas que afectaban al imperio. Como herramienta política, buscaba dar una falsa impresión de bienestar presentando a la ciudadanía situaciones que la movían a la excitación, mientras se olvidaban por un tiempo (o varias semanas) de problemas críticos como el hambre, la delincuencia, etc.
El abuso del espectáculo como política pública es una tendencia a nivel mundial que se mantiene vigente hoy en día. Presidentes como Donald Trump, AMLO y el presidente de nuestro país, Nayib Bukele, acostumbran a privilegiar la forma por sobre el fondo, hasta límites intolerables.
Un ejemplo de ello fue la construcción del puente “María Chichilco”, hecho que reforzó la narrativa de presentar modestas obras como hechos extraordinarios. El Ejecutivo prometió su construcción en un tiempo récord de tres días, pero el puente fue entregado 177 días después. A pesar de esto, su inauguración fue suntuosa, con flashes y lágrimas, y con el subtítulo del mayor logro alcanzado en los últimos tiempos.
Frases como “Por primera vez en la historia” y “Nunca antes visto” se volvieron un estribillo trillado, cansino, repetido hasta el hartazgo durante días por ministros y cuentas gubernamentales que tuitearon cada diez minutos las fotografías del puente y de la ministra, cuyo Ministerio aún no ha sido creado.
Para esos días, también ocurrió otro hecho que rayó en el descaro: la extensión del TPS a los salvadoreños residentes en EE.UU. Bukele y el embajador Ronald Johnson montaron, en cuestión de horas, una versión que sería desmentida esa misma tarde por la Oficina del Departamento de Servicios Humanos (DHS). El presidente lo manejó, otra vez, como un logro, fruto de las excelentes relaciones diplomáticas con el gobierno norteamericano, pero el beneficio también fue para Nicaragua, Honduras, Haití, Nepal y Sudán. ¿Cómo podía ser eso? El montaje se vino abajo, y sus seguidores no alcanzaban a digerir esta respuesta.
Por otro lado, la crisis del agua marcó otro punto en el libreto del espectáculo mediático. El presidente y sus ministros, luego de innumerables quejas, aceptaron que ANDA proveía agua contaminada. Y mientras resolvían el problema, improvisaron un plan de contingencia que consistió en fotografiar a ministros y ministras repartiendo botellitas de agua en algunas colonias de la capital. De nuevo, se vendió la narrativa de la respuesta inmediata, pero el montaje fue tan malo que incluso en este video se muestra una fila de empleados trasladando garrafas de un lugar a otro, teniendo un montacargas justo detrás de ellos. Nuevamente: abuso del espectáculo e improvisación.
Sin embargo, los hechos del 9 de febrero marcaron un antes y un después en la permanente agenda mediática. Bukele nos recordó a Cómodo rodeado de su guardia pretoriana justo antes del duelo con Máximo Meridio (Russell Crowe). El presidente arengaba a una plebe enardecida que gritaba “¡Insurrección!” a las puertas del Palacio Legislativo. Irrumpió en el parlamento salvadoreño y luego «habló con Dios”. Mientras todo esto ocurría, los curules de los legisladores estaban rodeados por un centenar de soldados empuñando sus fusiles en una actitud desafiante, hecho que contraría totalmente sus funciones constitucionales.
Este fue un duro revés para Bukele. La comunidad internacional condenó su espectáculo, tildándolo de autoritario y de conducirse a la manera de un dictador. Incluso sus aliados políticos, así como diferentes organizaciones sociales y empresariales, repudiaron el hecho. Sin embargo, Bukele trató de matizarlo.
Para terminar, podríamos afirmar que a este gobierno le interesa más un mensaje que suene bonito a que sea cierto, que una fotografía es más valiosa que resolver las necesidades reales de la población, o que aumentar el presupuesto de publicidad es prioritario a comparación de una compensación económica para maestros en edad de retiro. Porque precisamente Bukele juega a eso: su comunicación política gira entorno a las emociones, su maquinaria propagandística (páginas y redes sociales) apela a los sentimientos, a poses salvadoras, a respuestas inmaduras, y a administrar la animosidad hacia “los mismos de siempre” actuando como “los mismos de siempre”, obviando la sensatez del diálogo, la concertación, la discusión y el análisis de propuestas serias para la coyuntura del país. Razonar (como si de Cómodo se tratara) no está dentro de la estrategia mediática del presidente.
El plan “Pan y circo” podrá funcionarle algún tiempo, pero el desarrollo y la libertad de nuestro país se vería seriamente minada por el populismo, la intolerancia, la corrupción y el fanatismo que ha comenzado a causar estragos con sus actitudes autoritarias, tanto en redes sociales, como en su gestión presidencial.
¿Funcionará el espectáculo hasta el 2024?
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