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 2706-5421

Business process and workflow automation with flowchart, businessman in background
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Óscar Picardo

La algoritmocracia…

La democracia tradicional representativa ha evolucionado a un nuevo estado político-tecnológico: la algoritmocracia. Ya Bob Kling, de la Universidad de Indiana, hace 20 años, presentaba las primeras ideas de “Social Informatics” (Informática social), explicando cómo las tecnologías impactaban en la vida de la gente; y en 2019 retomamos el tema y publicamos un artículo expansivo y aplicado a el caso salvadoreño (Google: (PDF) Informática Social aplicada: Caso El Salvador, Akademos, 2019).

En este contexto, recientemente, Pablo Blázquez entrevistó, para “Ethic”, al director del Foro de Humanismo Tecnológico de ESEADE, José María Lassalle, quien aporta un mapa y una brújula para entender que está sucediendo. En efecto, la intermediación institucional de la democracia se está volviendo esclava de las tecnologías y de sus algoritmos: “La autoconciencia y la capacidad de gestionar la propia identidad en términos de propiedad personal se ve despatrimonializada en términos emocionales y cognitivos por unos algoritmos…”.

Así, las disrupciones tecnológicas provocan profundas mutaciones, cambios difíciles de entender y descifrar debido a la hipercomunicación y a los nuevos escenarios digitales transmedia. Emerge una nueva identidad digital –de la clase política y de los electores-; y todo cambia, de lo real a lo virtual, de lo tangible a lo intangible, de la certeza a la incertidumbre…

Unido a lo anterior, la transformación se está dando frente a nuestras narices y no nos damos cuenta: los taxis en Uber, los hoteles en Airbnb, la escuela tradicional por la educación online, las burocracias por aplicaciones móviles, el trompo por Fortnite; ¿y la democracia no iba a cambiar…?

Las tecnologías e internet escapan a cualquier ente regulador; si bien representan una libertad de pensamiento y opinión plena, también nos acorralan y saben todo de nosotros. Las redes sociales no estudian y alimentan; comprenden nuestra forma de pensar y necesidades, y nos sirven en el plato digital las “verdades que necesitamos”, no más y no menos. Puede que nos interese o no, y para esto está el cómodo reset

El concepto de “demos” se diluye en la nueva categoría algorítmica global. Efectivamente estamos ante el poder tecnológico de las redes, del big data, de la inteligencia artificial, de la automatización, de la analítica de datos.

Los gobiernos también responden poco a poco con nuevas formas de gestión y comunicación digital –e-government- reduciendo las burocracias, digitalizando procesos, pero sobre todo en el campo de la comunicación.

Algunos partidos políticos tradicionales no han entendido el proceso de transformación digital que vivimos; siguen pensando en lógica territorial y haciendo cálculos industriales o aristotélicos de cocientes y residuos; pegan carteles, pintan muros, hablan solos y nadie les escucha. No entienden lo que sucede…

Finalmente, la gente ha encontrado otros canales de anuncio y denuncia de sus malestares y problemas; likes van y vienen, el anonimato, la pseudo-indignación, las Fake News, en fin, se desarrollan nuevos grupos sociales que trascienden los vecindarios y que conectan problemas y enfermedades sociales comunes.

El poder de la imagen, del video corto y del meme viral, doblegan todos los esquemas convencionales de publicidad y marketing. El mundo está cambiando y las formas de poder también; vamos dejando atrás la democracia y emerge con fuerza la algoritmocracia.

En la algoritmocracia nos deshumanizamos, perdemos capacidades emocionales y reflexivas; se lee menos y se retwitea más; los argumentos y verdades se tuercen fácilmente; no hay autoridad ni historia de referencia; prevalece la inmediatez vacía. La gente vive, literalmente, pegada al móvil, esa caja de resonancia que está transformando de manera inclemente nuestras vidas.

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