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 2706-5421

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La arquitectura del cerebro: Apuntes educativos sobre neurociencia III

Desde la perspectiva de la división fisiológica del trabajo, los órganos suelen considerarse como componentes del cuerpo con funciones especializadas sorprendentes; las cuales suelen ser vitales para el ser humano y para su supervivencia. 

El corazón, los ojos o el hígado, por ejemplo, son módulos funcionales o sociedades celulares especializadas del cuerpo en dónde podemos observar y comprender su operación. Pero el funcionamiento del cerebro, que es un órgano cerrado que escapa al examen de los sentidos, no lo podemos ver, oír, sentir, etcétera.  

El cerebro no depende de los sentidos ni necesita entradas sensoriales para funcionar, sino que los utiliza para apropiarse del mundo exterior. La actividad cerebral es una metáfora de todo lo que le rodea interna y externamente. 

Ese kilo y medio de masa con un poder de consumo de 14 vatios, se va formando sin saber a priori, lo que puede llegar a ser como ente asimilador de fenómenos externos y diseñador de soluciones creativas. 

A la base de este profundo proceso evolutivo del desarrollo cerebral, la evidencia indica que un primer eslabón fueron los foto-receptores primitivos y patrones de iluminación (la vista); y así los demás sistemas sensoriales fueron transformándose en las herramientas sofisticadas con las que hoy contamos para articular la actividad cerebral con el mundo exterior. 

El cerebro solo acepta las propiedades específicas del mundo exterior que estimulan los órganos sensoriales y la trasmisión de estos mensajes se realiza por medio de la actividad eléctrica neuronal como único sistema posible. 

Por ejemplo, el ojo y la retina, es una extensión del sistema nervioso central; la arquitectura de propiedades macroscópicas es procesada a través de propiedades eléctricas excitadoras e inhibidoras. Los fotones que conforman la luz- son paquetes u ondulaciones de energía de cantidad y longitud diversa captadas por el ojo. Las ondas electromagnéticas que viajan a 300,000 kms por segundo- viajan de modo lineal, se reflejan o refracta (pueden cambiar de trayectoria) creando un conjunto de propiedades ópticas del universo que es captado por nuestro sistema visual. 

Nuestro espectro visual, que distingue colores desde la pigmentación diversa incluye categorías nanométricas asociadas a las longitudes de ondas, frecuencias de luz y se da algo increíblemente mágico: ¿La taza azul que veo en mi escritorio es realmente azul o la capta así mi ojo? El ojo captó la luz azul y la taza captó todas las frecuencias de color, pero no las azules; la luz de una frecuencia 420 nm que llamamos azul rebota en la taza en línea recta y los fotones de esta frecuencia llegan a mi ojo. El azul no existe en el mundo exterior, es una sensación de interpretación que hace el cerebro 

¿Qué sucede entre la realidad, el ojo y el cerebro? Los fotones son absorbidos por las neuronas fotoreceptoras que poseen una proteína llamada “opsina” y que forman parte del pigmento visual; luego interactúan con una molécula llamada cromatóforo y finalmente el cerebro interpreta la magnitud de la onda: 420 nm= Azul 

Ahora bien, tenemos otro elemento de análisis asociado a lo anterior: la imagen; una imagen es una representación o simplificación de la realidad. El cerebro constantemente simplifica la realidad de una forma útil. La imagen es una especie de lenguaje geométrico del cerebro. Luminosidad, olores, sonidos, temperaturas, etcétera configuran estas imágenes o símbolos.  

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