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 2706-5421

Balmore Pacheco

La automatización de empleos ¿Qué futuro depara a los docentes?

“La probabilidad de automatización de un trabajo está muy estrechamente relacionada con el nivel de habilidades o estudios. La gente con altos niveles de habilidades y estudios estará mejor equipada para moverse hacia los nuevos trabajos que surjan en los próximos años, mientras que los que están menos capacitados serán los que corren más riesgos de ser reemplazados por completo” (Osborne, citado por Oppenheimer, 2019).  

En efecto, de acuerdo con algunos futurólogos que estudian los avances en el desarrollo de la inteligencia artificial, entre ellos Carl Benedickt Frey y Michael A. Osborne, de la Universidad Oxford, existen una amplia lista de ocupaciones con altas probabilidades –en las próximas dos décadas– de ser sustituidas por robots, tablets, drones, vehículos que se manejan solos y otras máquinas inteligentes. Entre esas ocupaciones, según el algoritmo desarrollado por dichos futurólogos, se encuentran los telemarketers, vendedores de seguros, auditores de cuentas, bibliotecarios, secretarias, meseros, agentes aduaneros, agentes de viaje, empleados bancarios, e incluso árbitros deportivos (lo vemos con el empleo reciente del VAR en el fútbol) y hasta médicos, entre muchos otros (702 ocupaciones según el ranking desarrollado por los autores). 

Como reacción a esta inminente realidad, en la que se pronostica que los robots estarán por todas partes, Oppenheimer en su libro Sálvese quien pueda, plantea el desarrollo de dos tendencias: la de los tecnoescépticos, quienes tienen serias dudas de que estos adelantos tecnológicos conduzcan a un mundo mejor, pronosticando un significativo aumento del desempleo, menos capacidad de consumo, estancamiento del crecimiento económico y aumento de la brecha entre ricos y pobres; y por otro lado están los tecnooptimistas, quienes consideran que el empleo de inteligencia artificial producirá un aumento de las capacidades humanas, mayor eficiencia y productividad, así como el abaratamiento de las cosas, lo que las volverá accesibles a mayor número de personas.  

El debate es intenso entre estas dos posturas y pareciera por ahora no existir consenso sobre los efectos positivos y adversos que tendrá para la humanidad esta revolución tecnológica. En lo que si parece existir bastante claridad es en que la educación de las personas conferirá mayor capacidad para adaptarse a los cambios tecnológicos y a los nuevos empleos que se crearán en los próximos 20 años. Claramente, la inteligencia artificial será más fácil que reemplace a personas que realizan tareas operativas, pues la automatización de trabajos manuales será mucho más rápida que aquellos que demanden creatividad, razonamiento abstracto y pensamiento crítico.  

Ahora ¿Qué depara el futuro a los docentes? Sin duda, el rol tradicional del docente como transmisor de conocimientos muy pronto, si no es que ya, quedará obsoleto. Hoy en día, los niños y jóvenes tienen a su alcance un amplio repertorio de alternativas de instrucción basadas en realidad virtual e inteligencia artificial, incluyendo robots con apariencia humana que son verdaderas enciclopedias, que a diferencia de los docentes de carne y hueso, no se irritan y tampoco pierden la paciencia y siempre están dispuestos, a cualquier hora y en cualquier lugar, a responder las más inusitadas preguntas e inquietudes de los estudiantes. Si el alumno no comprende algo, estos robots siempre estarán dispuestos a ensayar una nueva forma para darse a entender, las veces que sea necesario. 

Esto significa que los docentes también tendrán que recrearse y asumir roles que difícilmente podrán ser reemplazados por la inteligencia artificial y que son esenciales en el proceso educativo. Como lo advierte Oppenheimer, los “docentes de carne y hueso” tendrán que reinventarse y convertirse en motivadores, consejeros académicos, guías espirituales y terapeutas personales, pues aunque siempre tendrán que transmitir algunos conocimientos, su nuevo rol estará centrado en la capacidad para despertar en sus estudiantes la curiosidad intelectual, la iniciativa, la flexibilidad mental, la capacidad de trabajo en equipo, el pensamiento crítico, la competencia para resolver problemas y manejar conflictos, así como para inspirar un comportamiento ético. Pareciera que los futurólogos coinciden por ahora en que, al menos en el futuro cercano, igualar a los docentes humanos en estos asuntos, no será posible para los robots.  

El reemplazo de la realidad virtual y la inteligencia artificial a ese rol tradicional del docente como transmisor de conocimientos, abre la oportunidad para que estos dediquen tiempo a otras tareas sumamente importantes en la educación. En esa línea, siguiendo los planteamientos de P. Diamandis (2017), los docentes del futuro deberán priorizar la enseñanza de tres capacidades en sus alumnos, la primera de ellas es “ayudar a los niños a encontrar algo que los apasiones, no importa lo que sea”, la segunda “la curiosidad” para fomentar el hábito de hacer preguntas constantemente, y la tercera, enseñar “la persistencia y la tolerancia al fracaso”, considerando que el éxito es por lo general antecedido por una serie de fracasos (conferencia dada por Peter Diamandis en 2017 en Singularity University en Silicon Valley, citado por Oppenheimer). 

Este es el verdadero reto de la llamada cuarta revolución industrial en el rol de los docentes, la ineludible necesidad de reinventar la profesión docente, lo cual también implica reinventar su formación, inicial y sobre todo la formación en servicio, pues lo que se aprenda en la Universidad seguramente se desfasará muy pronto y se requerirá estar aprendiendo siempre, como un evento permanente a lo largo de toda la vida profesional. Quienes no desarrollen las habilidades metodológicas para aprender permanentemente, y asumir un proceso de formación continua, se quedarán a la zaga. 

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