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 2706-5421

Balmore Pacheco

La educación en tiempos de pandemia: aprendiendo desde casa

Sin duda, la pandemia del COVID-19 trajo consigo cambios importantes en el escenario educativo. La desolación descrita con realismo mágico por Gabriel García Márquez en las orillas del río Magdalena en tiempos del cólera, se asemeja a lo que el mundo ha vivido el último año.

Si bien aún se respira incertidumbre, también es cierto que las circunstancias difíciles han hecho florecer la creatividad y el optimismo en todas partes del mundo. Proteger la salud se ha vuelto la prioridad y con ello las instituciones educativas, de todos los niveles, han implementado estrategias para aprender desde la casa, a fin de que la educación de los niños y jóvenes no se detenga. Desde luego, aquellas instituciones con mayor sentido visionario y que habían emprendido más temprano el camino hacia la educación no presencial, se han visto menos afectadas por la migración forzosa a la virtualidad.

Para docentes y estudiantes hay dos retos importantes, el primero tiene que ver con la salida de las aulas y el segundo con el uso de la tecnología. La educación no presencial demanda una nueva racionalidad en todos los campos didácticos, lo que a su vez lleva a reconsiderar las preguntas clásicas de la pedagogía sobre el cómo enseñar o el cómo aprender. Por otra parte, no siempre los docentes y estudiantes cuentan con las habilidades informáticas requeridas por la educación virtual, o bien no cuentan con las condiciones de infraestructura tecnológica y físicas en sus hogares para un proceso de enseñanza y aprendizaje virtual. Muchas son las anécdotas que se conocen sobre las dificultades y condiciones deficitarias con que docentes y estudiantes han tenido que enfrentar este cambio forzado.

A este binomio humano (docente-estudiante), como lo llamó Luiz Alves de Mattos en su “Compendio de la Didáctica General”, se agrega un tercer “término”, el padre de familia, quien ahora se ve directamente involucrado en la educación formal de sus hijos, principalmente de los más pequeños, que en virtud de su madurez, aún no desarrollan competencias de aprendizaje autónomo, por lo que demandan un acompañamiento permanente de los padres, con las complejidades que ello conlleva.

Esta coyuntura, o lo que se ha dado en llamar la “nueva normalidad”, demanda que enseñemos y aprendamos en condiciones atípicas y para las que se requiere que continuemos preparándonos y aprendiendo. Seguramente en algún momento volveremos a las aulas, no sabemos aun cuándo, seguramente será cuando existan las condiciones de bioseguridad suficientes, pero desde luego habremos aprendido cosas importantes en tiempos de pandemia. Por ahora, lo importante es que nuestra juventud se mantenga fiel a sus aspiraciones de crecimiento, sin perder vista que la educación es un vehículo para la movilidad y el desarrollo social deseado.

La primera lección es para los líderes educativos, pues la pandemia nos ha enseñado que existen escenarios futuros impensables para los que debemos estar preparados. Para enfrentarnos a estos, la actitud visionaria es sumamente importante como fuente inspiradora de acciones estratégicas frente a una realidad que aún no existe, que como lo planteaba Edgar Faure en los años setenta, se requiere de una educación del futuro o de una educación prospectiva. Derivado de lo anterior, podemos decir también que la pandemia nos plantea la necesidad de promover procesos auténticos de transformación digital en el sistema educativo, con propuestas educativas más flexibles y abiertas, articuladas con la nueva economía digital, pensadas para estudiantes, docentes y un mundo digitales.

Por otra parte, la pandemia también nos ha enseñado a reconocer que el centro educativo no es solo un espacio de transmisión de conocimientos, sino fundamentalmente de convivencia humana, en la que docentes, estudiantes y padres de familia –en colectivo– intercambian significados y construyen un proyecto educativo para la niñez y juventud.

Finalmente, no puede obviarse que la capacidad de respuesta del sistema educativo pasa por un actor clave: el docente. Por ello, cualquier política de transformación educacional que se pretenda llevar a cabo debe considerar este factor. Y en la línea de comprender lo que compromete y motiva a los docentes, Christopher Day (2019) señala que para que la labor docente sea efectiva, a lo largo de su carrera profesional, los profesores no solo tienen que adquirir conocimientos de las materias que enseñan y las competencias pedagógicas para el manejo en el aula, sino que también “necesitan sentirse respetados, valorados y percibir que se confía en ellos”. Esta es la tercera lección que nos deja la pandemia, los docentes deben ser apoyados y brindárseles el ecosistema adecuado para que desarrollen su trabajo. Si los profesores son agentes determinantes de lo que sucede en el aula y la escuela –y consecuentemente de lo que aprenden los alumnos– comprender su trabajo, atender sus preocupaciones y atender sus necesidades, resulta imprescindible en la trasformación digital.

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