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 2706-5421

arte entropia
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Óscar Picardo

La entropía del saber…

“Se mide la inteligencia de un individuo por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar”.

Más allá de las leyes físicas de termodinámica, utilizamos aquí el concepto de entropía bajo la acepción de dispersión, caos o desorden sistémico (parámetro de desorden Boltzmann); una especie de degradación o involución del estado convencional de los hechos, bajo el sentimiento o percepción de deterioro del contexto o ethos en dónde vivimos. La pregunta fundamental se mantiene: ¿Por qué ocurren los sucesos en la naturaleza -y en la sociedad- de una manera determinada y no de otra manera? Analicemos algunos equilibrios y desequilibrios del saber y de la cultura.

Culto es un concepto que procede del latín cultus y tiene diversos significados. Por ejemplo, como adjetivo, permite destacar a quien está dotado de conocimientos, valores, capacidades, actitudes y aptitudes que provienen de la instrucción o de la cultura. En este sentido, las carencias culturales como la ignorancia o el irrespeto son opuestas a la noción de culto.

Existen otras acepciones, como por ejemplo el “fenómeno de culto”, que ya hemos tratado en otros artículos; el cual se refiere a una relación que tienen un grupo de personas más o menos numeroso quienes admiran y veneran a un personaje dentro de su ámbito -no divino, pero elevado a una categoría superior-. También se utiliza como reconocimiento o admiración: rendir culto.

Ser culto implica ser educado, estudiar, leer e incluso reconocer dignamente las limitaciones humanas y el respeto a la autoridad en determinada materia. De un modo más sencillo, podemos decir que ser culto supone entender y asimilar la cultura o una buena parte de ella de modo universal.

Mi buen amigo y maestro David López acuñó una frase elocuente y útil para la vida: Hay que intentar ser docto, probo et probatur, es decir estudioso, honesto y probado en la sabiduría y honestidad; tarea complicada en un contexto líquido, digital y superficial.

La persona culta posee información del contexto histórico nacional, regional y global; tiene una noción de la historia de las ideas y del arte; esto implica el conocimiento filosófico y el consumo de productos artísticos plásticos, literarios, etcétera. Quizá no posee un dominio absoluto o total -del todo-, pero sí puede sostener una conversación geopolítica fluida con matices o especialidades en determinadas áreas del saber.

En el mundo profesional, sin pretender ser elitista, los médicos, abogados, arquitectos, ingenieros, científicos, entre otros, además de su especialidad y técnica, generan otras conexiones fundamentales de entendimiento de su realidad profesional, lo que les permite crecer y ampliar su campo del saber. Esto se expande más cuando los profesionales estudian un postgrado, maestría o doctorado, y se hacen expertos o especialistas.

Los títulos académicos en sí mismos no aportan una condición ética para decir este profesional es culto; sin lugar a dudas hay excepciones, lo que sí establecen es que la persona fue capaz de iniciar y terminar algo. A fin de cuentas, profesional es el que profesa algo, y profesar es una actitud frente a la vida, una dedicación. De ahí en adelante hay mucho camino que recorrer.

Lo que sí hace a una persona o profesional culto es sin lugar a dudas: I.- la lectura; II.- su interés por saber y comprender el mundo que le rodea; III.- la calidad y cantidad de productos culturales que consume; IV.- las conexiones con otras personas que comparten los mismos valores del saber; y V.- el reconocimiento de las propias limitaciones y el respeto o capacidad de adaptarse ante los criterios de los demás.

La personalidad culta parte de la “docta ignorancia” que propusiera Sócrates y Nicolás de Cusa, a partir de la idea del conocimiento como forma  conjetural, nunca conocemos algo en toda su verdad. Es aquí que el verdadero saber reconoce que no conoce todo ni algo en su totalidad, pero se preocupa por crecer y saber más.

Otros rasgo importante en la búsqueda del ser culto es el intento permanente de responder a las preguntas de Kant y su imperativo categórico: ¿Qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué debo esperar? Preguntas, que nos permiten acercarnos a un comportamiento humano decente, ético, sobrio.

Uno esperaría que ciertos actores fueran cultos y probos: Los funcionarios de gobierno, los legisladores, los magistrados, los docentes, los pastores y sacerdotes, los comunicadores sociales, es decir, todo aquel que esté en la palestra y sea referente para los demás.

Pero en la experiencia contemporánea estamos viendo una foto distinta: pastores y sacerdotes pedófilos y aficionados al dinero y los lujos; funcionarios de gobierno, magistrados y legisladores corruptos y sin educación, atropellando la cultura; comunicadores sociales que dejan mucho que desear. Entre otros…

El problema de origen de una sociedad inculta está en la familia y sobre todo en el sistema educativo, dos instituciones que están en un progresivo deterioro; las familias contemporáneas están mareadas en las redes sociales y en el consumismo, y sus hijos (as) están ahogándose con las tecnologías digitales. Los estudiantes no leen y no pueden escribir ni redactar un documento básico que respete normas mínimas gramaticales y que no esté plagado de faltas de ortografía. Diría Umberto Eco: La legión…

Pero lo peor es que muchas de estas familias llegan a las instituciones educativas a establecer apologías de la mediocridad y del delito, sobreprotegiendo a sus hijos y reclamando privilegios que rayan lo criminal a través del bullying y otras patologías sociales que padecen. 

Hagámonos las siguientes preguntas: ¿Quiénes son nuestros referentes intelectuales o culturales actuales…?, ¿a quienes admiramos y respetamos…? Siempre que consultamos este tipo de inquietudes los resultados son verdaderamente desesperanzadores, no se admiran a personas educadas, cultas, éticas, sino a patanes, ignorantes con dinero o difamadores u odiadores profesionales. Vamos, de espaldas, cuesta abajo y sin frenos… es la época de los influencers.   

Estamos asistiendo a un proceso progresivo de entropía cultural, un caos que permite la desvalorización cultural y el establecimiento de una posverdad absurda y digital. Una nueva estética basada en la ausencia de noesis y en la superficialidad del consumismo barato.  

El dramaturgo francés Sacha Guitry decía: “La diferencia entre un hombre inteligente y uno tonto es que el primero se repone fácilmente de sus fracasos, y el segundo nunca logra reponerse de sus éxitos”. Y vaya éxitos de los que no ufanamos.

Disclaimer: Somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol… Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor.

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