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 2706-5421

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Óscar Picardo

La epidemia de deshonestidad intelectual

Después de compartirle un artículo titulado Quaestiones Disputate sobre la reelección presidencial al destacado historiador Héctor Lindo, me contestó con una lapidaria sentencia: “Hay una epidemia de deshonestidad intelectual”.

Una epidemia es una descripción -en salud pública- que ocurre cuando una enfermedad infecta a un número de individuos superior al esperado en una población durante un tiempo determinado; también se le conoce como brote epidémico.

La deshonestidad intelectual, según el columnista Alvaro Fernandez Texeira Nunes (2023), aparece cuando los actos no se juzgan por su bondad o maldad, sino por quien los comete. Vale decir, si el que hizo algo malo es mi enemigo, entonces lo que hizo me parece horrible; pero si fue un amigo el que obró mal, le busco la vuelta para justificarlo. Incluso algunos llegan a justificar ciertas acciones con el patético: “ellos también lo hicieron”.

Actualmente vivimos esta epidemia de deshonestidad intelectual fomentada por ciertos vectores o agentes “intelectuales” ideologizados que están vinculados a estructuras del poder o viven del gobierno y tienen que defender lo indefendible.

Resulta extraño e infame leer o ver intervenciones del pasado y contrastarlas con el presente sobre una gran diversidad de temas; particularmente, llama la atención las posiciones antagónicas o en la antípoda del fenómeno de la reelección presidencial, “académicos” o “políticos” que antes defendían la alternabilidad del poder y el cumplimiento estricto de la Constitución y ahora resulta que “el pueblo” está por encima de cualquier papel. Igual sucede con los Acuerdos de Paz, que antes representaron el fin de una guerra civil y ahora resulta que es un pacto de corruptos.

La Constitución y las leyes están redactadas como un acuerdo convencional para cumplirse y crear un clima de convivencia y bienestar; siempre habrá asuntos “mínimos” de acuerdos políticos, económicos, sociales o culturales o puntos de vista divergentes. Pero lo establecido en un artículo se debe cumplir nos guste o no nos guste y no se debe someter a modas, primaveras e iluminaciones rapsódicas. Si se deben enmendar se cambiarán siguiendo un procedimiento institucional.

¿Hay países que tienen reelección? Sí los hay, como también hay regímenes monárquicos o teocráticos, pero es de suponer que eso está definido en sus documentos fundacionales o constitucionales; cambiar los modelos de gobierno es posible cuando se respetan los canales metodológicos institucionales a conveniencia de lo que demanda el pueblo.   

Pero volvamos a la epidemia de deshonestidad intelectual y presentemos el problema de la dinámica de “contagio”; efectivamente, para que exista una epidemia se necesita un virus y condiciones ambientales de prevalencia. Alguien que es huésped de una mentira, interés o manipulación y que comienza a repetir y a amplificar una idea en una comunidad “susceptible” que cree y repite sin razonar. Al final, la mayoría se contagia y el antídoto es complejo y no se consigue tan fácil: lectura y educación.

Fernando Pascual nos recuerda que se falta a la honestidad intelectual cuando se razona con sofismas, cuando se falsean los datos, cuando se cortan frases de otros estudiosos para hacerles decir lo contrario de lo que realmente dijeron. Son muchas las maneras en las que se falta a la honestidad intelectual. Entre ellas, podemos encontrar un sencillo síntoma o señal, que muestra poca seriedad, que lleva a errores, y que es muy fácil de individual.

Esconder información, diseñar argumentos absurdos, culpar a otros, presentarse como converso, leer entre líneas agazapadas, buscar referentes increíbles, son algunos de los síntomas de esta grave enfermedad de la deshonestidad intelectual.

Al final por conveniencia se imponen diversos sesgos cognitivos de correspondencia, de arrastre, de pensamiento de grupo, de falso consenso, de disponibilidad heurística, de realismo y cinismo ingenuo, de confirmación, entre muchos otros defectos racionales.

Al momento, buena parte de la sociedad salvadoreña está infectada, quizá más del 50 % de la población; habrá que esperar la evolución de esta epidemia, observar los resultados clínicos y sobre todo considerar la morbilidad y mortalidad de las instituciones democráticas. Al fin y al cabo, los datos hablan por sí solos y todo tendrá un correlato biológico: Salud, enfermedad o muerte.

La honestidad intelectual y el pensamiento crítico, una forma de construir una mejor democracia; como diría Agostinho Almeida: “es un trabajo duro: requiere resistencia, paciencia y comprensión. También requiere una autoconciencia -entre otras cosas, la capacidad de reconocer errores y crecer con el aprendizaje de los mismos- muy desarrollada, una característica clave en nuestra capacidad para liderar y ser guiados, para construir relaciones y trabajar juntos para alcanzar metas compartidas. Pero sobre todo, depende de decisiones y compromisos individuales. Afortunadamente para nosotros, todavía hay personas y líderes que creen en cosas más grandes que ellos mismos y son intelectualmente honestos sobre sus propios fines”.

La honestidad intelectual y el ser consecuentemente éticos es el mejor seguro de vida político. “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”. – Abraham Lincoln

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