Cantarero 02

La imprudencia que nos mata, en tiempos de crisis

  • Introducción 
     

En lo que va de la pandemia del COVID-19, me ha llamado mucho la atención que un porcentaje significativo de salvadoreños no atiende las indicaciones emitidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS); normas higiénicas de seguridad, para que la población global evite contagiarse y así prevenir demasiadas muertes, debido a que tendremos el virus por mucho tiempo más. Todavía es imprescindible cuidarnos con las medidas estrictas de bioseguridad. Garantizar la vida depende de cada uno, de nadie más. 

Sin duda, los alcances de esta pandemia son diversos, sus dificultades y sus consecuencias son globales, es decir, este virus ha puesto de rodillas a todo el mundo; y ha impactado negativamente a casi todos los ciudadanos en el ámbito global. Este virus los ha obligado a cambiar de hábitos de un día para otro. 

La diferencia entre los ciudadanos civilizados del mundo y los salvadoreños es que estos últimos han sufrido los embates de un gobierno que creyó conveniente, por desconocimiento y falta de experiencia, actuar con un modelo coercitivo, con balas, acuartelamientos y con la firme creencia que con la fuerza iba a arrodillar a la población, someterla con acciones represivas. 

La otra diferencia es que los salvadoreños, somos tercos como el izote, no entienden de razones; estamos acostumbrados a la temeridad, a la imprudencia y a la irracionalidad. Estamos acostumbrados a rebelarnos al más pintado de los gobernantes. Por una serie de razones, que van desde el hambre -porque viven del comercio informal y se ganan el sustento día con día, o porque son tercos como una mula. 

Los salvadoreños, impulsados por la necesidad y por la rebeldía de antaño, se arriesgan instintivamente por sus sueños, por sus deseos inmediatos y por sus instintos, actúan cotidianamente, muy a pesar de que se jueguen la vida o porque sean sujetos de las amenazas y de las balas. 

Todas las «burradas» y las rebeldías tienen su razón de ser, ya sea por la necesidad de sobrevivir diariamente o por la fuerza de la costumbre, que moldea a la mayoría de los ciudadanos. 

Por ello, cualquier estrategia para encaminarlos o guiarlos por el camino de la seguridad, debe considerar un cambio en la cultura, en la modificación de hábitos, adquiridos y enquistados por generaciones y generaciones. Es decir, se requiere de estrategias de comunicación educativa, que los persuada y los presione, para cambiar de hábitos de vida imprescindibles.    

  • Temerarios ante el COVID-19 
     

A pesar del enorme riesgo de contagiarse y morir, como lo alertan los diferentes medios de comunicación a nivel mundial (BBC,2020), queda en evidencia nuevamente que los salvadoreños somos temerarios. Somos abusivos. Jugamos con la muerte, con la salud. “Burros”, “por eso estamos como estamos”, dicen los ciudadanos más conscientes y obedientes. 

 Sabiendo que los contagios y las muertes van en ascenso, que ellos pueden ser los próximos infectados del mortal virus o parte de las estadísticas de los fallecidos, se comportan con acciones que riñen con las normativas aludidas, realizan fiestas, se abrazan, se besan, permanecen apiñados. Hacen caso omiso, como si desconocieran el riesgo de enfermarse o de perder la vida.  

Los salvadoreños siempre han sido tozudos. Siempre van en contra de las normas. Casi siempre tratan de evadir el orden. No les importa el cumplimiento de las reglas, se rebelan contra todo precepto establecido por los órganos de gobierno y por los organismos internacionales como la OMS (Organización Mundial de la Salud). 

Por ejemplo, tras varios meses de encierro e invalidados los dictámenes ejecutivos que amparaban el claustro, los salvadoreños perdieron el poco miedo que tuvieron a la represión de los cuerpos de seguridad o el ejército, se relajaron y se aglomeraron en todos los espacios públicos y privados, como las playas de La Libertad, los supermercados, los bares y restaurantes, con el agravio de que dejaron de protegerse con la mascarilla. 

¿Por qué los salvadoreños tomamos esta actitud temeraria? ¿Cuáles son las razones que motivan esta rebeldía? 
 

  • Imprudencia, fruto de la poca ilustración 
     

Al buscar las causas de esos comportamientos imprudentes y temerarios, se encuentra la terquedad, motivada, en gran medida, por la falta de ilustración de la mayoría de los ciudadanos, de educación formal y de educación para la crisis. Su pensamiento es simplista, se dejan ir por la impresión y la creencia más que por datos fundamentados y por la racionalidad científica. 

Hay una motivación estructural. Esta falta de racionalidad o insensatez tiene su correlato en la inercia política, el desinterés de todos los gobiernos habidos en El Salvador que, por ignorancia, desinterés o mala intención, no han invertido en la educación de calidad para toda la población.  

Por esa falta de inversión esencial y adecuada en educación, la mayoría de la población salvadoreña es analfabeta intelectual. La educación en El Salvador ha sido vista por los grupos de poder, como un dispositivo que genera rebeldía, reclamos, movimientos sociales, racionalidad, deseo de cambio, levantamientos sociales y guerras civiles. 

En lugar de enseñarnos a pensar, a reflexionar, a crear y proponer, nos han mantenido en la ignorancia, con un sistema educativo desganado y con actitud de retaguardia. Han enfocado el sistema educativo exclusivamente en la transferencia de información; con esto a duras penas nos obligan a memorizar información reticente y segmentada, ligada muchas veces a escuelas de pensamiento positivista. Nos han enseñado a identificar, vivir y sentir con base a apariencias, a creer en las falacias y a sorprendernos con un saquito de víveres. 

Desde la Ontología antropológica, podemos afirmar que la mayoría de los salvadoreños adolecemos de un instrumental lógico que permite racionalizar los hechos, vincular los acontecimientos, explicar la relación entre dimensiones de la realidad, entre economía y religión, entre política y educación, entre regalías y búsqueda de votos, entre otros. 

Esto hace que rutinariamente en estos tiempos de pandemia por COVID-19, los salvadoreños no puedan racionalizar, analizar, indagar, priorizar, desaprender los hábitos que guiaban su vida antes de marzo de 2020 y aprender nuevas costumbres que nos permitan sobrevivir ante el agresivo embate de esta pandemia. 

 Si no hay un pensamiento racional, la reacción de la ciudadanía es instintiva, con base a un razonamiento superficial, lleno de creencias y de chambres, basados en un pensamiento inmediato y sin fundamento en la realidad estructural.  

Al parecer los salvadoreños pensamos instintivamente, por eso creemos que nacimos para la divierta, para consumir, para vivir el ahora, sin pensar que se debe cuidar la salud personal y ser responsable con la familia, el vecindario y el país.  

En este marco, tiene sentido la frase “de algo tenemos que morir”, tan esgrimida por miles de salvadoreños que no se ponen mascarilla ni guardan el distanciamiento físico; pero sí se beben el alcohol al por mayor. No se nos ha enseñado a pensar en los riegos y tomar decisiones oportunas, para evitar los riesgos y seguir adelante en unas rutinas más seguros y saludables. 

Por esas razones, muchos de los que se arriesgan a enfermar o a morir, no se inmutan ante la gravedad de la pandemia, aunque dispongan de alguna información al respecto a través de una diversidad de medios de comunicación tradicionales y redes sociales. 

  La mayoría de la población sabe de alguna manera del riesgo de transgredir las normas de bioseguridad, la han escuchado o visto en algún video institucional o gubernamental a través de la comunicación masiva o institucional, o en la entrada de un supermercado.  

En casa, la mamá o la esposa los increpan frecuentemente por su indiferencia o desatención, para que respeten las indicaciones de salubridad individual y su concomitante vinculación con la salud de los demás ciudadanos. 

Sin embargo, muchos salvadoreños no atienden los consejos ni los mandatos, mucho menos las practicarán en sus rutinas; quieren vivir como antes de la pandemia. Son tercos como una mula, y se comportan de manera irracional. 

Resultado de la falta de educación de calidad, de conciencia y el consecuente desacato a las normas de salubridad y de seguridad física, es el crecimiento desmesurado de muertes hasta llegar al desbordamiento de los hospitales.  

Los números de muertos e infectados son muchísimo mayor que los datos que manipula el gobierno. Esta temeridad tiene costos financieros enormes; pero un costo emocional que lacera el alma de la familia salvadoreña. 

Al poner en perspectiva este comportamiento imprudente de la población, se concluye que genera altísimos costos para el estado, y, además, se arriesga la vida de los demás. Asimismo, se sacrifica al personal de salud (médicos y enfermeras) que atienden a los enfermos.  

Muchos ciudadanos no terminan de entender que deben cuidarse en sus rutinas cotidianas, porque los hábitos adquiridos los han aprendido a través de toda su vida.  

En esta perspectiva, se torna necesario aclarar el concepto de salud, como parte de la responsabilidad de los ciudadanos mismos, no únicamente de organismos gubernamentales. 

 

  • Salud, consecuenca de la corresponsabilidad 
     

De acuerdo con el DHI (Desarrollo Humano Integral, 2021), «La salud es algo enraizado en mí yo y en mis circunstancias, por tanto, ha de sentirse notoriamente influida por lo que yo viva como sujeto activo o pasivo».  

En este sentido, no infectarme de COVID-19, y, consecuentemente, mantenerme saludable, dependerá fundamentalmente del cuido personal en mi rutina, siguiendo las medidas de bioseguridad.  

En esta dirección la OMS (Organización Mundial de la Salud), apela a la responsabilidad de los ciudadanos cuando les recomienda: «…manténgase seguro mediante la adopción de algunas sencillas medidas de precaución, por ejemplo, mantener el distanciamiento físico, llevar mascarilla, ventilar bien las habitaciones, evitar las aglomeraciones, lavarse las manos y, al toser, cubrirse la boca y la nariz con el codo flexionado o con un pañuelo. Consulte las recomendaciones locales del lugar en el que vive y trabaja.» 
 
El problema deviene cuando no asumimos nuestra responsabilidad, y abusamos de nuestra libertad, al optar por arriesgar nuestras vidas al infringir las sugerencias dadas por la OMS.  
 

Asimismo, la preservación de la salud ciudadana depende de la existencia y funcionamiento eficiente de políticas públicas, cuyo cometido recae en las instituciones gubernamentales especializadas en la salud de los ciudadanos.  
 
Estas instancias están obligadas a cuidar dicha salud a través de programas preventivos, como los proyectos de vacunación, de asistencia médica y de estrategias de comunicación educativa, para evitar enfermedades infecciosas de manera eficiente.  
 
De igual manera, la salud de los salvadoreños también depende de otras instituciones vinculadas con el proceso de socialización de los ciudadanos. La escuela debe propiciar el aprendizaje de la práctica de valores, en las condiciones de vida en los estudiantes, como el seguimiento de indicaciones, actitud tolerante, apertura a nuevos conocimientos, disposición a someterse a la adquisición de nuevos hábitos para asegurar la salud. 
 

Además, también los medios de comunicación social, por ser mediadores del conocimiento sobre la presente sociedad actual, y ser un referente cognitivo para los ciudadanos, desempeñan un papel formador de percepciones y costumbres, con campañas permanentes encaminados al cuido de la salud personal. 

Entre las instituciones socializadoras y formadoras de los ciudadanos, se encuentra la familia, que tiene un enorme poder en la fijación de hábitos saludables, así como la prudencia, la cooperación, la colaboración y el respeto a los demás ciudadanos. 

Con la funcionalidad eficiente y responsable de cada una de estas instituciones, en el marco de una estrategia de transformación de la cultura salvadoreña, para ponerla al servicio del progreso humano de la sociedad, las nuevas generaciones de ciudadanos serían más cuidadosos de sí mismo, con un uso prudente de la libertad individual y social. 

De acuerdo con estas perspectivas, la conducta de cada uno de los ciudadanos, fruto de la buena práctica de los hábitos y el uso responsable de la libertad individual y colectiva, tendrá una enorme influencia en la calidad de la salud de los salvadoreños. 

 

  • Imprudencia, resultado de la socialización 

 

La práctica de la imprudencia colectiva como factor detonador de crisis depende de la naturaleza de la cultura de los salvadoreños. En nuestro país, más que vivenciar diariamente los valores, para garantizar la seguridad, la concordia y la paz en nuestro país, se practican los antivalores, que son generadores de inseguridad, conflictos y violencia.  

Esta cultura del desacato y la violencia se expresa en hábitos de comportamientos cotidianos, que redundan, en términos generales, en una sociedad subdesarrollada social, psicológica, cognitiva, económica y políticamente. 

Estos hábitos son maneras de ver y actuar en la vida, resultados de un proceso de socialización, donde en cada una de las instituciones (familia, órganos de gobierno, escuela, iglesias, medios de comunicación, entre otros) que nos inculcan, nos promueven, nos permiten y nos alaban nuestros pensamientos, ideas y comportamientos diarios; motivaciones que van sedimentando los pensamientos y las conductas de los ciudadanos.  

Estos hábitos negativos, adquiridos a través de un largo proceso de socialización intergeneracional, que afecta negativamente la vida de todos los sectores de la sociedad, en estos momentos de crisis, requieren una intervención estratégica de dimensiones estatales, para crear conciencia y una actitud de apertura para desaprenderlos, sustituirlos y mejorarlos.  

No es fácil conseguir esta desaprensión de la noche a la mañana. Muchas veces ni las amenazas o los castigos físicos son suficientes para iniciar un proceso de restitución o modificación de los hábitos. 

 Los hábitos, entendidos como un conjunto de acciones que repetimos diariamente, son estructuras muy arraigadas a través de la vida de los ciudadanos. Por esa razón, cuesta mucho cambiarlos. Requieren de estrategias de comunicación educativa, para generar conciencia en la población de la necesidad de cambiar o modificar hábitos. 

La clave de la adquisición de hábitos está en que la persona se acostumbra a realizar las actividades esperadas. De esta manera la acción se incorpora a la rutina diaria y se ejecuta sin tener que involucrar la conciencia. Se ejecutan mecánicamente.  

En ese sentido, el salvadoreño tiene esa manera de actuar desde hace larga data: una vida para un individuo, largas secuencias de generaciones para una comunidad o la historia de un país.  

Estos hábitos o esta cultura se construye intersubjetivamente a través de las relaciones e interrelaciones sociales entre los ciudadanos, en diferentes espacios y tiempos. Esta particularidad de la cultura salvadoreña debió pesar cuando se pensó la estrategia de abordaje de la pandemia. 

 Para cambiar esos hábitos imprudentes y posibilitar el desaprendizaje de ellos y dotarlos de nuevos hábitos de cuido personal y de cumplimiento de las normativas de convivencia para protegernos y proteger a la sociedad del avance mortal del COVID-19.  

En lugar de generar pánico en la población, agredirla físicamente y lanzarla al contagio masivo, se debió presionar educativamente a través de un ejército de sanidad, con el poder de la palabra científica, en todas las plataformas comunicacionales (medios masivos, redes sociales, comunicación institucional, entre otros). 

Es decir, habituar a la sociedad a una nueva normalidad, donde el otro es el sospechoso y cada uno de nosotros el responsable de la salud de la familia y de la sociedad, por lo que hay que guardar la distancia física -no distancia social, porque con los amigos y familiares estamos siempre cerca a través de las nuevas tecnologías- y lavarse las manos frecuentemente, con agua y jabón o con alcohol gel, como las formas de seguridad sanitaria.  

Algo tan fácil de entender y de cumplir, si tuviéramos conciencia de que, saliéndose de esas normas, nos aventuramos a morir o propiciar la muerte a los demás. 

 

  • Debemos cambiar hábitos 

 

Según la Organización Mundial de la Salud, “la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Se reconoce en esta definición la importancia no sólo de la ausencia de enfermedades en las personas, sino a su vez, la relevancia de encontrarse bien consigo mismo y nuestro alrededor. 

 En esta perspectiva, la salud sólo es posible mediante la adopción de hábitos de vida saludable, que implican la asunción de nuevos paradigmas más fundamentados, conductas y actitudes que posibiliten la salud, realizados de manera constante y regular. Estos nuevos hábitos benefician nuestra salud y favorecen nuestra calidad de vida, y la de las comunidades. 

El COVID-19, enfermedad provocada por el virus SARS-CoV-2 se ha convertido en el gran enemigo de la humanidad, desde su aparecimiento en diciembre de 2019 y que, según los profesionales especializados en el tema, estará con nosotros por lo menos dos años más.  

Ha tenido un impacto negativo en todas las áreas de la vida humana, ha afectado negativamente la economía de las naciones, la psicología de las personas y ha interrumpido la cotidianidad de los ciudadanos, al grado de demandarle cambios en los hábitos de auto cuido. 

En esta perspectiva, los salvadoreños debemos cambiar de hábitos de vida saludable, con el cumplimiento de normas higiénicas de seguridad, para evitar contagiarse y así prevenir demasiadas muertes.  

Debemos asumir que sólo podemos protegernos individual y colectivamente cumpliendo con las normas higiénicas. Eso implica que hay que cambiar de hábitos. Este proceso no es imposible ni tampoco fácil, sólo que hay que programarnos y disciplinarnos. 

Para ello se requiere caracterizar los hábitos y considerar algunos consejos para tener éxito en el proceso de cambio que nos asegurará la vida. 

 

  • Características del hábito 
     

De acuerdo con lo que se ha señalado anteriormente, también para el Instituto de Desarrollo Humano Integral (2021), institución especialista en la implementación de modelos o sistemas educativos para el desarrollo integral de la persona, y para Carlos Alejandro Armenta Pico (citado por DHI), los hábitos se adquieren a través del proceso de socialización a lo largo de toda la vida.  

En este sentido, en la vivencia cotidiana los hábitos se caracterizan por lo siguiente: 

  1. Son el resultado, como lo establece la Antropología Cultural. Somos y hacemos lo que aprendemos en la vida, en unas condiciones determinadas. Se sedimentan intersubjetivamente de tal forma que aprendemos a ver y actuar a partir de los hábitos adquiridos. Esto se extiende desde la familia a todos los ámbitos, tiempos y espacios de la vida. 
  2. Es un proceso automático. Se adquiere a través de la repetición. Desde que nacemos, si no antes, nos someten a un régimen de vida, nos enseñan a través de una repetición constante, hasta que terminamos haciéndolo por nosotros mismos, por ejemplo, bañarnos todos los días o lavarnos los dientes, comer en tres tiempos de comida, entre otras costumbres. 
  3. El escenario es la cotidianidad, con el apoyo de las personas y las instituciones responsables de su socialización, presentes en todos nuestros tiempos y espacios de vida. Los hábitos son generados por los agentes socializadores como la familia, la escuela, la religión, los medios de comunicación, entre otros agentes. Depende de las instituciones y los sistemas de ideas que se le inculquen al ciudadano, así tendrá unos u otros hábitos en la vida. En la medida que los hábitos aprendidos sean buenas prácticas ciudadanas, cuido de la salud y convivencia pacífica tolerante, la vida será en armonía, paz y buena salud. 
  4. Intersubjetivamente comunicados. Desde mi perspectiva, los hábitos para que se sedimenten con la repetición, en todos los espacios y tiempos necesarios, para que se vuelvan mecánicos, deben reproducirse a través de la comunicación social, en esos actos de interlocución, donde deben existir mediadores (instituciones como la escuela, la familia, los medios de comunicación, las iglesias, entre otros), que posibiliten los cambios en plazos definidos, con mensajes que informen, animen, formen, repitan, orquesten, en sistemas de signos atractivos estéticamente, expresados en la diversidad de plataformas de mediáticas, con el apoyo de la planificación, realización, auditoría y evaluación de políticas públicas fundamentadas en la educación formal e informal. 
     
  5. Los sustentadores y posibilitadores de los hábitos sólidos en beneficio de los individuos y la sociedad en general son los sistemas simbólicos que conforman la cultura de la ciudadanía, que se produce, reproduce y se consume en el marco de todas las instituciones socializadoras. De igual manera, estos sistemas simbólicos cognitivos y actitudinales también pueden limitar del desarrollo de nuevos hábitos, para adecuarse a los vaivenes de la sociedad y de la naturaleza. Es más, estos son los que impiden el progreso social o autocuidado las personas. 
     

Según diferentes investigaciones sobre este tema, el tiempo para sedimentar un hábito varía, dependiendo de una diversidad de variables, como la edad, la educación, la religión, el género, entre otros. Pero sacando un promedio, se puede decir que se requieren 66 días para adoptar un nuevo hábito en nuestra vida cotidiana, siempre y cuando actúen las condiciones como la voluntad, el compromiso, la disciplina, la animación y la comunicación. De lo contrario, los cambios de hábitos sólo quedarán en el intento. 

A partir de ese momento, el hábito adquiere cierto automatismo y no hace falta voluntad, ni siquiera pensar en ello intencionadamente para poder repetir dicho comportamiento. Asumido el comportamiento o la manera de pensar, mecánicamente se hacen o se perciben las cosas. 
 

Pero los hábitos no están labrados en piedra. Se puede desaprender aquellos hábitos cognitivos que impiden aproximarse a los hechos o a racionalizar pragmáticamente el acontecer desde las dimensiones que lo constituyen. Sin duda, podemos acostumbrarnos a comer más saludable que lo que nos ha enseñado el consumismo con la nociva comida chatarra. 
  

Tampoco se puede afirmar que sea sencillo cambiar de hábitos, nadie dijo que sería tan fácil como comerse una pupusa. Por esa razón, muchos negocios engañosos ofrecen salidas mágicas para bajar de peso, con un sinfín de dietas. El problema no es la dieta, el asunto es como adquirir hábitos de comida saludable y desaprender los que son poco saludables. 
 

Es complejo y delicado un cambio de hábito, por las razones que hemos delineado. Al adquirir un hábito nuevo se debe tomar en cuenta que es un proceso arduo, requiere de esfuerzo, mucha constancia, colaboración y el seguimiento por parte de los formadores. En caso de catástrofes o pandemias, el problema debe atenderse desde la perspectiva de la comunicación educativa, como confinarse por meses, cuando se es guapachoso de fin de semana. 

 

  • Aspectos para el cambio 

Es hermoso el esfuerzo, aunque sea una tarea difícil, vale la pena, pues su resultado es la mejora personal-social dada su repercusión lógica hacia el amor y servicio a los demás. Esto es un impacto a largo plazo, porque las personas aprenden a ser ciudadanos respetuosos. 

Para tener éxito en el afán de cambiar o modificar hábitos, para beneficio personal o colectivo, se requiere considerar seriamente los siguientes aspectos: 

Reiteración programada 

Para incluir un nuevo hábito en su vida es necesario practicar la repetición de forma programada, es decir, hacerlo todos los días y no posponerlo bajo ningún concepto ni pretexto. Se trata de disciplinarse, luchar contra el no puedo hacerlo, y dedicarle el tiempo establecido llueva o truene.  

Antiguamente, se creía que adquirir un nuevo hábito tomaba 30 días aproximadamente; peroestudios prominentes demuestran que el nuevo número es 66. Si asume con decisión, disciplina y trabajo, seguramente con ese número de reiteraciones del nuevo hábito, se logra establecerlo mecánicamente en su vida. 

Conocer bien la situación y la necesidad del cambio. 

Para eliminar un hábito, cambiarlo por otro o instaurar uno nuevo es importante identificar bien de qué se trata, es decir, meditar sobre en qué consiste ese hábito, por qué lo hemos instaurado en nuestra vida o por qué queremos hacerlo. Es necesario preguntarse también qué beneficios te proporciona el hecho de abandonarlo o implementar el nuevo. 

Esto supone tener conciencia de la necesidad de cambiar de hábito, estar convencido de la necesidad que con una mejora en su vida (comida saludable, ejercicio cardiovascular, protegerse del contagio de un virus, entre otros), y el compromiso de programarse para cambiar el hábito. De lo contrario, no hay una fórmula mágica, no garrote que valga ni tiro que perfore, para que las cosas cambien, sólo con decisión, programación, disciplina y trabajo se mejora la vida. 

Paciencia y perseverancia, claves del éxito. 

Tras asumir la situación que requiere de cambios y la necesidad de adoptar el hábito, habrá que reconocer que las transformaciones en nuestras vidas, no se dan de la noche a la mañana, que requieren paciencia y perseverancia para ver los frutos en nosotros o en el entorno. Esto sólo se logran con un trabajo sostenido. 

Al parecer nuestro cerebro recuerda y repite una acción en forma de hábito si recibe algún tipo de recompensa a cambio, es decir que necesita una motivación, un estímulo para fabricar esas “autopistas”. Estos motivos están en el orden de la salud, de los logros personales, familiares o el beneficio que tendrán personas de nuestro entorno. 

Ni un paso atrás, ni para tomar impulso. 

La falta de voluntad o indisciplina en el propósito programado, pueden llevarnos a recaídas. Generalmente, los arraigos a las costumbres sedimentadas nos llevan a la duda, a volver al tiempo pasado.  

Neurológicamente, las recaídas son la manera que tiene nuestro cerebro de avisarnos que el hábito aún no está arraigado y debemos perseverar. No se debe desistir. 

La información sobre los beneficios del nuevo hábito y los perjuicios que esta causa en la salud o en las relaciones sociales, deben de servirnos para perseverar y continuar en la lucha por la mejora cualitativa en la vida de las personas. 

Comunicación para el cambio de hábito 

En tiempo difíciles como una pandemia o sindemia, se requiere de cambio de hábito para autoprotegerse, con las medidas de seguridad, como la mascarilla, distanciamiento físico y el lavado de mano con agua y jabón o alcohol gel, con el apoyo de campañas educativas y comunicacionales que empujen el reconocimiento, la toma de conciencia, la asunción del compromiso de cambio, con la información sobre el tema y con motivación necesarias, en el marco de una política pública, encaminada a educar a los ciudadanos, para la prevención de riesgos sociales y la responsabilidad con la sociedad. 

 

  • FUENTES CONSULTADAS 

 

  • Llanos Cifuentes, Carlos (2005) La formación de la Inteligencia, la Voluntad y el Carácter. España: Editorial MAD 
  • Armenta Pico, Carlos Alejandro (s.f). «Etapas del proceso de adquisición de un hábito en el ámbito práctico-práctico (agere)», citado por DHI (2021) 
  • Diario de Hoy (2020). Recuperado de: 
  • https://www.elsalvador.com/ 
  • La Prensa Gráfica (2020). Recuperado de: https://www.laprensagrafica.com/ 

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