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Ana Evangelina Aguilar

Ana Evangelina Aguilar

Máster en Asesoría de Imagen, UPSA, España. Lcda. Periodismo y Comunicaciones, UCA. Miembro de la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Campañas Electorales, ALICE. Investigadora del área de comunicación en el ICTI-UFG.

La violencia política de género en los partidos políticos

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Teniendo como contexto del Día Internacional de la Mujer y la reciente campaña electoral que vivimos los salvadoreños, creo que es importante señalar algunas situaciones que son evidentes dentro de los partidos políticos y que están directamente relacionadas con el papel que desarrollan las mujeres y su intervención dentro de la política nacional.

En términos generales, y como parte de un reflejo demográfico, en algunos partidos las mujeres casi componen la mitad de la militancia partidaria, aunque eso no signifique que sean valoradas para ocupar puestos importantes de conducción o liderazgo, de hecho no son ni siquiera valoradas como tal. Solo de manera discursiva, o para la foto, los miembros de las cúpulas partidarias reconocen el papel que desempeñan las mujeres dentro de los partidos y la construcción de sus agendas políticas.

De ahí que, para tener un poco de luz en este tema, creo significativo señalar que países como Bolivia, Perú y México han tomado cartas en el asunto en cuanto a las situaciones a las que las mujeres se enfrentan en el ámbito político y que denominan “violencia política de género”.

Por ejemplo en Bolivia para el año 2012, la Cámara de Senadores de Bolivia, aprobó por unanimidad, la “Ley Contra el Acoso y Violencia Política hacia las Mujeres”, más de 10 años después de que la Asociación de Concejalas de Bolivia (ACOBOL) realizara las primeras versiones del proyecto de Ley que posteriormente se denominaría Proyecto de Ley contra el acoso y la violencia política en razón de género. Específicamente el Artículo 8 de dicha Ley enumera una larga lista de comportamientos que constituyen acoso y violencia contra las mujeres en la política y que en El Salvador podríamos ir subrayando, ya que ninguna mujer ha estado exenta de padecerlos.

Así, algunos de los comportamientos que se consideran violencia política están:

  • Dar información errónea o imprecisa que hace que las mujeres hagan su trabajo de manera inadecuada.  
  • Evitar que mujeres electas o nombradas asistan a las sesiones u otras actividades relacionadas con la toma de decisiones.
  • Proveer información falsa o incompleta en relación con la identidad o el sexo de las o los candidatos, a las autoridades electorales.
  • Restringir el derecho de las mujeres a hablar en las sesiones, comités u otras reuniones que son parte de su trabajo.
  • Imponer sanciones injustificadas que restringen el ejercicio de los derechos políticos a una mujer.
  • Divulgar información personal y privada para forzar a una mujer a renunciar o para que solicite una licencia, y obligar a las mujeres electas a firmar documentos o tomar decisiones contra su voluntad usando la fuerza o intimidándolas.
  • Cuando las mujeres están en campaña política, la violencia implica aspectos económicos negándoles a ellas, pero no a los hombres, los recursos financieros necesarios para tener una campaña exitosa.

Por estas y otras razones más, muchas mujeres prefieren no comprometerse con postulaciones políticas o cargos de responsabilidad partidaria, y deciden mejor participar de manera secundaria o en apoyo a otros para no afectar sus obligaciones familiares o enfrentar las presiones de múltiples jornadas de trabajo o la sanción social. Las posibilidades de liderazgo de las mujeres políticas también se ven obstaculizadas por los patrones aprendidos y transmitidos socialmente, respecto a qué es ser mujer y el papel que desarrollamos en la sociedad, una sociedad que cuando le conviene es extremadamente ortodoxa y rigurosa con el actuar de las mujeres. Así, como parte de las asignaciones de género, el éxito para muchos reside principalmente en que las mujeres cumplamos en el ámbito familiar con el papel de “buenas hijas, madres y esposas”. Esos roles, que por extensión, se reproducen en los partidos políticos.