Portrait of a lovely girl sitting by the desk and reading
Carolina Bodewig

Carolina Bodewig

Colaboradora en gestión de evidencias en ConTextos.

Lo que la crisis reforzó: la escuela (y la educación) no están trascendiendo el aula

Ante la inminencia de la llegada del COVID-19 a El Salvador, el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología (MINEDUCYT) suspendió las clases desde el 11 de marzo y lanzó a través de sus diferentes medios orientaciones para garantizar la continuidad de los procesos educativos a nivel nacional. Estas buscan dar, como se puede intuir por su nombre, ideas para las docentes y los docentes sobre cómo continuar con el proceso educativo en el marco de las medidas de distanciamiento social promoviendo el uso de diferentes dispositivos y plataformas virtuales, el uso de guías metodológicas y, más recientemente el uso de Google Classroom como plataforma digital.  

No dudo que con estas orientaciones el MINEDUCYT ha tratado de responder de la forma más rápida posible a la crisis con el propósito de evitar que las estudiantes y los estudiantes pierdan un año escolar lectivo y se vulnere su derecho a una educación de calidad. Sin embargo, pareciera que estas respuestas reflejan dos cosas. Uno, falta de reconocimiento que no es lo mismo que falta de conocimiento de las realidades y contextos de estudiantes, pero también de docentes, ambos como sujetos fundamentales del acto educativo. Y dos, refleja una concepción del proceso educativo bastante lineal y casi en automático, no diría que es algo completamente nuevo, pero la crisis lo ha hecho muchísimo más evidente.  

En cuanto a la falta de reconocimiento es necesario que explique a qué me refiero, a que no es falta de conocimiento sobre las realidades y condiciones de vida docentes y estudiantes. El conocimiento tiene que ver con que se puede conocer que aproximadamente 6 de cada 10 familias en El Salvador tienen acceso a internet, hay cuatro familias que no. Sin embargo, la falta de reconocimiento de una realidad o condición tiene que ver con no adaptar y adecuar las respuestas educativas a estas realidades, significa ignorar que estas condiciones existen.  

Entonces, la falta de reconocimiento a la que me refiero tiene que ver con decidir ignorar la realidad y las condiciones de vida de niños, niñas y adolescentes. Se está pensando a la escuela, en el marco de esta respuesta educativa, como un lugar igual para todos y todas, con las mismas condiciones y facilidades. Eso significa decidir ignorar que no todos ni todas tienen internet disponible las 24 horas del día los 7 días de la semana, tiene que ver con decidir ignorar que hay niños, niñas y adolescentes estudiantes que no tienen un dispositivo en casa para descargar las guías o para acceder al Google Classroom o no tienen los recursos económicos para tener datos y comunicarse vía WhatsApp o Facebook a diario con sus equipos docentes o estudiantes con sus docentes, en el caso de estudiantes.  

Esta falta de reconocimiento de las condiciones y realidades de los sujetos educativos significa decidir ignorar las condiciones físicas y emocionales de los hogares en los que viven docentes y estudiantes y la medida en la cual le facilitan o no el aprendizaje (facilitarlo y adquirirlo). Una cosa es vivir en una casa en la que se tenga un espacio en silencio, bien iluminado y limpio para concentrarse en lo que se quiere aprender o para planificar la clase y otra cosa muy diferentes es vivir en un espacio de cinco metros cuadrados con siete personas más hablando al mismo tiempo, viendo televisión, hablando fuerte. Se ha asumido que la escuela, en este contexto, debe pasar tal cual a los hogares y que todos los hogares presentan las mismas condiciones para el aprendizaje.  

Lo anterior, me lleva al segundo punto: la concepción del proceso educativo que las respuestas educativas ante las medidas de distanciamiento social reflejan o dejan entrever. Se ha pretendido replicar, tal cual, el aula en las casas, buscando completar los contenidos que el currículo manda haciendo como si existieran las condiciones físicas, de tiempo e incluso, emocionales, como para lograrlo. Pareciera que el proceso educativo se concibe como algo lineal y casi automático y Pareciera que ambos (estudiantes y docentes) corren el peligro de estar atravesando el proceso de aprendizaje como en automático: entregar guías, resolver guías, revisar guías. Repetir. 

Lo anterior en contraposición de un ejercicio de priorización que implique diseñar experiencias de aprendizaje ya no desde un enfoque de contenidos, sino desde un enfoque en habilidades relevantes y significativas para la vida, basado en el desarrollo del pensamiento crítico y la autonomía del sujeto educativo que, en este caso, son los niños, las niñas y adolescentes. Al respecto, Gil Antón decía en un texto hace algunos días: Si tuviésemos imaginación pedagógica creo que sí podríamos conseguir una hora de aprendizaje en casa. Los chiquitos están viendo un vídeo les hacen cinco preguntas, las escriben, las ponen en un fólder de “experiencias” y van a llegar con su fólder de experiencias, pero los maestros, siguiendo su tradición, quieren estar cerca… y les mandan hacer treinta páginas de “mi mamá me mima”, y el de matemáticas treinta sumas, en la casa, en un ladito de la mesa del comedor. En fin, no se están pensando experiencias que hagan sentido ni a docentes y, menos, a las y los estudiantes.  

Y lastimosamente, no puedo decir que estas concepciones sobre el hecho educativo sea algo nuevo o que surgió en este contexto, más bien la emergencia y la necesidad de pensar el proceso educativo a distancia lo ha hecho mucho más evidente. Es decir, las carencias y las limitaciones que estamos viendo en el sistema educativo ante la nueva realidad a distancia solo fortalece las conclusiones a las que muchos ya habían llegado: las respuestas educativas de nuestro sistema no están trascendiendo el aula.  

Supongo que aquí es donde digo que es momento para preguntarnos, entonces: ¿Desde qué lugares o posturas deberíamos pensar y diseñar respuestas educativas ante esta nueva realidad, que más temprano que tarde debemos aceptar que van para largo? 

Necesitamos replantearnos la relevancia que le hemos dado a desarrollar el currículo desde el enfoque excesivo en los contenidos o conocimientos, no porque estos no sean importantes para el desarrollo de las y los estudiantes, claro que lo son. Sin embargo, no resultan relevantes si el objetivo de aprender dichos contenidos o adquirir conocimientos no es trascender el aula, si no es desarrollar individuos más autónomos y conscientes de la necesidad de forjar comunidades más críticas y sostenibles. Tenemos enfrente la necesidad de hacer un ejercicio de priorización entre los conocimientos y habilidades que queremos que no se podrán contestar si no se piensa primero en qué tipo de sujeto queremos formar y para qué tipo de sociedad lo queremos formar. Tenemos la necesidad de reconocer las realidades, condiciones y posibilidades de las y los sujetos educativos. 

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