Luis Méndez
Estudiante de la Maestría en Política y Evaluación Educativa de la UCA.
Lo que se pudre se tira pero la ley educativa obsoleta se conserva
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Considerar que las leyes educativas y en particular la “Ley de la Carrera Docente” es lo absoluto para el desarrollo profesional docente, y que impacte y dé los resultados educativos que aspiramos, no es del todo cierto. Sin embargo, lo que sí es seguro, es que dicha ley puede convertirse en un medio para el crecimiento docente. De lejos, dicha ley pareciese como un gran banquete que se ve suculento, sin embargo, al acercarse, se respira lo fétido, el alimento en descomposición.
La ley de la carrera docente actual fue diseñada en un momento determinado, en los noventa donde se tenía un concepto distinto de docente al que hoy en día se necesita; sin embargo, han pasado 23 años desde su aprobación y sigue congelada en el tiempo. Pareciera que esta ley es como un gran tesoro guardado en un hermoso cofre que nadie se atreve abrir, ya que es visto nada más por fuera, pero si alguien se decidiese a abrirlo se dará cuenta que el tesoro que encierra ya está podrido y no es tan útil como pudo ser cuando fue conservado.
¿Por qué es una ley obsoleta? Si bien en el cuerpo de la ley se establece que una de sus prioridades es el desarrollo profesional docente, por otro lado, es contradictoria porque no puede haber mejora profesional que impacte en la educación si seguimos concibiendo a la docencia como una carrera técnica, de tres años, que implica poca preparación y por lo tanto el docente simplemente se convierte en un técnico implementador y no se forma en competencias para poder transformar, crear y recrear el currículo.
Por otra parte, en el artículo 31 de la ley se presenta un concepto de docente que no corresponde a nuestros tiempos. Por ejemplo, se dice debe ser “diligente y eficiente” y este es un enfoque basado en resultados; es decir se le pide efectividad, cuando en muchos casos este no cuenta con las condiciones y herramientas para hacerlo. Sin embargo, algo bien importante se está dejando de lado, y es el proceso como medio de construcción de educación de calidad. No obstante, la ley se enfoca en la valoración del docente por su producto, como si este fuese un simple objeto y no se le ve como profesional, como humano.
Además, la ley establece un docente obediente, de buena conducta, discreto (Art. 31), en otras palabras, un simple peón, una máquina que solo recibe y aplica órdenes. En la práctica he conocido esa cultura de la obediencia, de mordaza, del no cuestionar, de no tener la capacidad de levantar la mano y refutar ideas de personeros del Ministerio de Educación.
Está claro que necesitamos un docente mejor preparado que trascienda de lo técnico y pase a lo profesional, que sea competente, critico, reflexivo, propositivo y con autonomía pedagógica, sin embargo, con la legislación y las políticas educativas actuales es difícil trascender.
¿Quién se atreve a cambiar esta realidad?, ¿Quién ha alzado la voz por estos temas? Considero se ha evadido hablar y tratar la sustitución de la ley actual por una moderna que propicie el desarrollo profesional docente generando autonomía pedagógica; y excusas habrá, no obstante, el silencio y la omisión ha sido la respuesta
Por otra parte, nos cuestionamos ¿si la administración actual tendrá la gallardía para actualizar la ley y que esta se centre en el desarrollo profesional docente de manera integral?, En este caso el Plan Cuscatlán plantea la reformulación de la Ley de la Carrera docente (p.57), por lo que esperaríamos se abra ese cofre y se sustituya el tesoro podrido por uno nuevo y pertinente.
Os digo: la ley de la carrera docente no es palabra de Dios y al estar como un muro agrietado a punto de caer, se debe tener el honor y la decencia de derrumbarlo y así poder “concebir la carrera docente como instrumento de desarrollo profesional y no solo como documentos que norman una relación contractual entre el Estado y el magisterio” (UNESCO, OREALC, 2016). Por tanto, lo que se pudre se tira, no se conserva.