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Malos perdedores…

En la vida hay que administrar bien las opciones de “ganar” y “perder” …sabemos que el triunfo suele ser embriagante y la derrota, posiblemente, humillante o depresiva. Esto se puede enmarcar en el concepto de competencia y sobre todo en la visión que podamos tener los seres humanos en administrar el éxito o el fracaso. 

Aprender a ganar y a perder es una tarea educativa, familiar y escolar. A veces, nos mal acostumbramos a ganar o perder de modo sistemático, y se puede crear un espíritu arrogante o derrotista. 

A nivel político y en procesos electorales se requiere madurez para reconocer derrotas y también para administrar los triunfos. Hay malos ganadores, que se ufanan de sus resultados humillando con gestos y discursos; y hay malos perdedores que comienzan a buscar “la cana en el vaso de leche” o excusas para no reconocer su derrota. 

Fraude, sobre interpretaciones normativas, crear desconfianza en las instituciones o en los jueces o árbitros del proceso, son algunos de los recursos más empleados por los políticos que no aceptan que perdieron. 

Lo que observamos el 6 de enero en el Capitolio de los Estados Unidos fue un típico berrinche de un político mal perdedor; que desde hace semanas intenta sembrar la desconfianza en el sistema, y no para de proponer hipótesis de fraude, las cuales han sido descartadas, una a una, por autoridades electorales, incluyendo miembros del partido Republicano. Incluso la llamada de Trump a Raffensperger, refleja la desesperación y la actitud del mal perdedor. 

Trump estaba acostumbrado a ganar en el mundo empresarial y mediático, pero en democracia las cosas no funcionan bajo las mismas reglas especulativas, financieras y de marketing. Es cierto que casi la mitad de los ciudadanos en Estados Unidos apoyan a Trump y piensan como él, pero el sentido común ha ido ganando espacio en la conciencia colectiva y para ganar se necesita un poco más que la mitad más uno. 

Ya habíamos descrito en “The Trump Model” (EDH 24 de noviembre de 2020) las estrategias de populismo digital (Nicholas Carr“Unfortunately, lies can Trump truth) y los métodos típicos para encontrar culpables de todo lo que sucede en Estados Unidos (Mark Bauerlein: “Trump exposed how overrated the elites really are”). Y esto lo sabíamos desde la campaña, antes de asumir la presidencia; sus patéticas ideas sobre el racismo, la misoginia, el muro, “bad hombres” o el desacertado: shithole (shithole diplomacy), al referirse a El Salvador. 

Trump fue un presidente arrogante, malcriado, irrespetuoso, y las posibilidades de reelección eran mínimas y, obviamente, las posibilidades de que reconociera su derrota, menores aún. Gritó fraude, sin evidencias y el “extremismo digital de derecha” corrió a incendiar el Congreso, a tal punto que hasta los más conservadores republicanos se distanciaron del mal perdedor. El patán de Trump no merecía un segundo periodo y menos agitar a sus hordas para manchar el expediente democrático del Capitolio.     

El ADN de la democracia es la alternancia o el traspaso del poder; existen muchos casos de presidentes o partidos políticos que se aferran al poder y no lo pueden soltar: Daniel Ortega, Nicolás Maduro, el PRI de México, los Hermanos Castro o Juan Orlando Hernández, por poner algunos ejemplos. Y para mantenerse en el gobierno hacen lo que sea, reforman los marcos constitucionales o crean una institucionalidad amañada; mientras se enriquecen y controlan todo a su antojo y capricho. 

Siempre, siempre que observen un político alérgico a la prensa ya saben lo que va a suceder: Está confesando su delito con anticipación…; y es un candidato in extremis aferrado al poder, potencialmente corrupto y que buscará como sea seguir en el gobierno. Y es que los populistas están cortados con la misma tijera, su megalomanía se expande y acrecienta con una mínima cuota de poder. 

Ganar y perder son condiciones humanas no negociables; tenemos que reconocer nuestras fallas o que puede haber alguien mejor y, en materia política la honestidad, ética y sobriedad son pólizas de seguro para ganar o perder con dignidad.  

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