Iván Gómez Trejo
NICARAGUA: ¿CÓMO EN SIETE MESES SE PERDIÓ LO CONSTRUIDO EN SIETE AÑOS?
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Las maletas estaban hechas en la mente de cientos de salvadoreños que habían escuchado hablar de Nicaragua, el lugar por excelencia en Centroamérica por su ambiente de seguridad social y envidiable economía. La idea era pasar las vacaciones agostinas de 2018. Incluso, pasando por alto que desde casi un año antes, Managua había solicitado a los salvadoreños un prechequeo migratorio por medio de una página oficial de la Dirección de Migración. Al final, qué importaba. Un trámite migratorio más en medio del pésimo servicio en las aduanas de la región.
El pasado 19 de abril, los medios de comunicación titularon sus notas principales, que en Managua, Masaya, León y Estelí, se habían registrado actos de violencia entre la policía y un grupo de estudiantes universitarios. Los estudiantes alzaron su voz en contra de la imposición de reformas al Seguro Social que afectaría a las pensiones.
Dos días después, los movimientos de protestas estallaron con el saqueo de supermercados, la quema de vehículos privados y de gobierno y con las primeras víctimas, entre ellas un policía. Imposible creer que esto pasara en la Nicaragua de Sandino.
Desde El Salvador, la revuelta hacía pensar que todo el problema tendría un fin favorable con el llamado al diálogo por parte del mismo presidente Daniel Ortega, teniendo como mediador a la incondicional iglesia católica. Una estrategia siempre utilizada en Nicaragua, y más en una coyuntura en la cual Ortega había alcanzado “amigos leales” en la Conferencia Episcopal como Monseñor Bosco Vivas, Obispo de la ciudad universitaria de León, en donde también cientos de jóvenes universitario pedían cambios en la, hasta ese día, pacífica nación centroamericana, muy alejada de la violencia pandilleril de sus vecinos del llamado “Triángulo del Norte” (Honduras, Guatemala, El Salvador).
En los ocho días antes de iniciar el diálogo, Nicaragua lloraba sus primeros cincuenta muertos, la mayoría estudiantes universitarios. La decisión de Ortega de ceder a las conversaciones tenía dos metas: impedir una multitudinaria marcha en contra de Ortega y su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo; y el desalojo de carreteras tomadas por decenas de personas con la bandera de Nicaragua en sus manos, exigiendo que la bandera del partido sandinista se dejara de utilizar como símbolo patrio.
Miles de jóvenes, cientos de ellos menores de 17 años, reclamaban al sonar de morteros, utilizando las mismas frases revolucionarias que entonaba la milicia sandinista en los setenta en contra del régimen de Anastasio Somoza. Los estudiantes exigían la renuncia del mandatario, disolver el Parlamento, el órgano judicial y electoral controlado por la pareja presidencial, y convocar a elecciones presidenciales. Daniel podría intentar su cuarto periodo consecutivo. Ya en el 2016, había logrado su tercer mandato incorporando a su esposa Rosario Murillo como camisa de fuerza en la vicepresidencia.
Con lo que no contaban los alzados en las calles y algunas universidades, era con aquel presagio que repitió en los 80 el FSLN, que no había revolución sin contrarrevolución.
Y es que faltaba la respuesta del movimiento danielista al que el mismo Presidente les pedía paciencia mientras se dañaba propiedad gubernamental.
Ya para la celebración del 19 de julio, Día de la Revolución, fecha en que se celebra la caída de la dinastía de Somoza en 1979, los grupos de choque armados comenzaron a salir con el respaldo de la misma policía, removiendo a punta de bala las barricadas de las calles y autopistas, dejando un saldo no oficial de más de 500 muertos hasta agosto.
Pero, ¿qué pasó con aquel país con vocación de paz, considerado por las agencias de crédito internacional como la tercera economía sostenible de la región latinoamericana?, ¿qué pasó con el país más seguro de Centroamérica, en donde la palabra pandillas ni siquiera estaba en los informes de seguridad policial?, ¿qué pasó con el país que había celebrado con gala los XI Juegos Centroamericanos -y que ahora persigue a la medallista Michele Richardson-?, ¿qué pasó con la nación con un crecimiento sostenido en turismo? y finalmente, ¿qué pasó con la alianza tripartita entre gobierno, trabajadores y empresa privada?
Desde el Salvador, en mis redes sociales aparecían voces de nicaragüenses que alentaban al odio y contaban los días en que Daniel y su esposa partirían hacia Cuba.
Hermanos nicaragüenses residentes en el exterior, principalmente en Miami, y que no tienen ningún impedimento de ingresar al país, se auto denominaron exiliados.
Este grupo se mostró, desde el inicio de las manifestaciones, intolerable al diálogo y con una solo consigna; Daniel fuera de Nicaragua. “De que se va, se va”.
Pero no existía una planificación sensata que determinara cuál sería la ruta a seguir después de su salida. Primero, porque no había ningún partido político de oposición detrás de las manifestaciones capaz constitucionalmente de retomar el poder. Hay que destacar que en Nicaragua, Ortega lidera el 72.44 % de la población que fue a votar en las elecciones de 2016, según el Consejo Supremo Electoral un 53 % de la población participó. De ese universo, le sigue muy distante el partido Liberal con un 15.03 % y el partido Liberal Independiente con apenas el 4.5 %. Este es el mundo político real en Nicaragua, gracias a la “astucia” de Daniel Ortega que ha desplazado a todo aquel que no esté de acuerdo con su proyecto, incluso a sus mismos excamaradas. La abstención fue notoria en esas elecciones, ya que la población se ha distanciado de la oposición. Simplemente no hay líderes.
Y segundo; ¿cómo obligar la renuncia del poder legislativo y judicial, sin violar la Constitución?
Daniel jugó su única carta de conciliación; el diálogo. Y soportó en público todo tipo de ofensas, como la del universitario Lester Alemán, quien encaró a Ortega una reunión donde el tema de fondo en la cabeza de Alemán era la renuncia de Daniel, y no una salida al tema de pensiones del Seguro Social.
Una semana después, contraatacó Daniel. Llamó a la revuelta como un intento de golpe de Estado, era el momento de defender al gobierno y exigir justicia y castigo para todos los participantes, entre ellos los propios impulsores del diálogo, los obispos, dirigentes de organizaciones, profesionales del magisterio y de la salud, artistas como los Mejía Godoy, periodistas y empresarios.
Daniel culpó también a exmiembros del movimiento de izquierda y hasta a su hermano Humberto, exministro de Defensa, quien se uniría al pedido de adelantar las elecciones.
En Nicaragua, hoy por hoy se defiende con las armas al gobierno de Ortega y Murillo en contra de todo aquel “golpista” que se oponga y se manifieste públicamente al “buen gobierno de amor y solidario”, como lo reza Rosario todos los días en su acostumbrado informe de actividades.
Se han detenido a cientos de personas, con condenadas desde los 10 a 50 años de prisión, acusándolos de asesinatos, amenazas y destrucción y violentando el debido proceso. Mientras, para las víctimas de la policía y de los grupos de choque, la fiscalía argumenta falta de pruebas y de individualización de los sospechosos.
La Asamblea Nacional quitó de tajo la personalidad jurídica a más de cinco organizaciones no gubernamentales relacionadas con los derechos civiles y medios de comunicación, entre los que se encuentra Confidencial, del periodista Carlos Fernando Chamorro, hijo de la expresidenta Violeta y del exdirector del diario oficialista Barricada en los años ochenta.
Regresó el adoctrinamiento en niños y adolescentes sobre los revolucionarios que murieron en la guerra y sobre la defensa de la bandera roja y negra.
Mientras tanto la iglesia continúa llamando al diálogo y recordando que la crisis sociopolítica no ha finalizado. Las últimas actividades populares de corte religioso las han desarrollado de manera sobria, al considerar que no se puede celebrar en medio de tanto odio y división. Pero Murillo, por medio de la casa de la cultura, ha sustituido esas conmemoraciones festejando por su cuenta sus propias procesiones y cánticos marianos. Tanto así, que festejan con sus propios santos en los alrededores de la iglesia. Hoy tendrán una navidad mariana de corte orteguista en la emblemática avenida Bolívar a Chávez de Managua.
El agitar con fuerza la bandera azul y blanco en espacios públicos en días o momentos en los que no se conmemora nada oficial, es sinónimo de rebeldía, pues la bandera solo se utiliza durante las celebraciones patrias o eventos de corte internacional como las competencias culturales o deportivas.
¿Qué deparará a Nicaragua en los próximos dos años, antes de convocar a las elecciones presidenciales? Y ¿de verdad la población ha tenido que aceptar la reconciliación por decreto?, ¿qué le deparará a los miles de desempleados? ¿a quienes han sido condenados? ¿qué pasará con la inversión nacional o extranjera? ¿qué efectos tendrán las sanciones de Estados Unidos?
Definitivamente, lo real es que Nicaragua no será igual que antes de abril de 2018, y la reconciliación, de momento, no se ve venir. Es imposible que cualquier nica dentro de su patria vea con miopía la situación y argumente que “si no trabaja no come”. Lo que pasa en Nicaragua y lo que pasará, de alguna manera afecta a todo el colectivo.
En las manos de Daniel está la respuesta y será él mismo quien deberá evitar otro derramamiento de sangre cuando los auto convocados busquen venganza de los seguidores de Daniel.
Finalmente, como decía un empresario; en siete meses se perdió lo construido en siete años…