RLM-Peli
Rafael Lara Martínez

Rafael Lara Martínez

Professor Emeritus, New Mexico Tech
Desde Comala siempre…

Ouistreham Ø El dilema de una filosofía sin filiación (philos)

...el elemento fundamental es la vida...

I. Ellacuría

Resumen: La filosofía jamás cumplirá su objetivo de sabiduría (sophos), si le niega una amistad (philos) subjetiva a un grupo diferente por su trabajo de servidumbre.  Esta lección la imparte la película «Ouistreham» (2021) de Emmanuel Carrère. 

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La película Ouistreham (2021), de Emmanuel Carrère, plantea una seria interrogante a los estudios de Antropología.  Ese mismo cuestionamiento lo aplica a la novela testimonial, que anhela transcribir el relato de una experiencia ajena de manera directa.  Ambas actividades presuponen disimular la personalidad propia bajo un parecido sustituto, momentáneo.  En efecto, al disfrazar su verdadera identidad, la antropóloga Marianne Wrinckler —futura escritora de testimonios––, califica de traidora.  Es cierto que logra un éxito académico y editorial, tal cual lo reconocen sus colegas.  Con mérito, publica una obra sobre el trabajo de limpieza que efectúan las sirvientas en un muelle del puerto de Caen, en Normandía (Francia).  Gracias a la novela autobiográfica —originalmente Le quai de Ouistreham (El muelle de Ouistreham, 2010) de Florence Aubenas—, esa labor podría adquirir una mejor garantía de la política estatal, al detallar la experiencia de un trabajo inestable, carente de grandes beneficios sociales.   

Sin embargo, a este enfoque racional, el final de la película contrapone la perspectiva de la amistad (philos) truncada con dos colegas —Chrystèle y Marilou—, quienes le aportan a Marianne un apoyo afectivo.  El logro de la filosofía literaria implica el fracaso de toda filiación (philos) con las amistades.  Marianne pierde a ambas compañeras quienes, al término, la invitan a proseguir junto a ellas la labor diaria de la limpieza, la cual suelda su cariño.  Al negarse a ello, la académica insiste en verificar la separación entre la literatura —las palabras—, y la vivencia diaria de la servidumbre, lo real de lo vivido.  Antes de toda ilusión literaria —simulacro racional—, las criadas exigen el contacto inmediato durante el trabajo.  El dolor corporal lo viven incluso en la playa, cuyo deleite no mitiga la espuma escasa, ni las olas tímidas que humedecen los párpados exhaustos.  La pena no desfallece al hundirse en la arena, ni tampoco lo suplanta el bestseller literario.  «La esencia de la vida» no la dicta «una norma distinta de esa misma vida» (Ellacuría).   

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De manera bastante realista, el filme detalla la llegada de Marianne a la ciudad, donde se instala en un pequeño apartamento, adecuado a su nueva identidad de desempleada.  Visita agencias y ferias de empleo que la guían a elaborar su currículum vitae (CV).  No sólo debe describir su enorme vacío laboral, años de inactividad y sin estudios superiores; también le aconsejan explicar la motivación de su carácter que la inclina a la limpieza, así como sus debilidades.  Ahí conoce a Patrick, con quien entabla una honda amistad, casi amorosa, a la vez que anota la dificultad de obtener un trabajo remunerado a tiempo completo.  Luego de un breve cursillo de formación, inicia su tarea cotidiana de limpiar excusados insalubres, pisos sucios y cuartos desordenados.  Aun si su primer contrato colectivo fracasa, establece relaciones de solidaridad con sus colegas femeninas.  Gracias a ellas y a Patrick, consigue que le presten un vehículo para desplazarse más fácilmente.  Ese medio de transporte le simplifica obtener empleos distantes y de mayor duración.   

Su empeño la conduce al muelle antes mencionado, donde se acomoda como sirvienta de limpieza en los transbordadores que cruzan el canal de la Mancha hacia el Reino Unido.  El trabajo cotidiano es intenso.  Debe ejecutarlo a una velocidad sin par.  Ahí conoce a Chrystèle, a quien la transporta para apoyar su largo viaje del apartamento al muelle.  Si en un momento sospecha de ella —por hurgarle el bolso, mientras llena el tanque de gasolina—, luego advierte que no le roba.  En cambio,  lo hace para averiguar la fecha de su cumpleaños y celebrárselo con sus tres hijos, como madre soltera.  La relación con Marilou se estrecha luego, al ofrecerle también transporte al muelle.  La amistad final del trío la suelda un retraso por olvido, luego de que Marianne interioriza la muerte de su padre.   

Marilou deja su chaqueta en una cabina.  Al ir a recuperarla, las tres quedan atrapadas en el ferry que cierra las puertas, lleno de pasajeros hacia Inglaterra.  Se refugian clandestinas en una cabina vacía de primera clase.  Ahí se divierten y disfrutan del champaña y de los manjares, prometiéndose que se encontrarán de nuevo ese mismo día, cada año,  para refrendar su lazo sororal.  Al salir a fumar, Marianne y Chrystèle se encuentran con un familiar de Marianne, quien revela su verdadera identidad social.  Así, Chrystèle se entera de quien es su amiga disfrazada de sirvienta como ella.  Ante tal descubrimiento, rompe brutalmente su confianza.  Marianne es una impostora que las espía en su propio beneficio editorial.  La distinción social entre ambas provoca el descalabro afectivo.   

Para rematar el fracaso de la simpatía, durante la magistral presentación del testimonio, Marilou viene a buscar a la escritora para llevarla al muelle donde la espera Chrystèle.  Ella le ofrece continuar el trabajo de limpieza conjunto, para compartir la camaradería.  Luego de notar la distinción en la manera de vestir, le da un chaleco a Marianne, uniforme de sirvienta.  Su negativa por aceptarlo sella la separación final entre el par de sirvientas y la escritora de renombre.  Esta conclusión trágica derrumba el optimismo redentor que prediría la denuncia más radical.  

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Para Centroamérica, esta catástrofe política la certifica el resultado actual de la novela testimonial en auge durante la década de los ochenta.  De su compromiso guerrillero —ideal revolucionario—, acaba en la disolución actual de la izquierda.  Si en sus años álgidos —hace casi medio siglo—, se augura la utopía, hoy ya sólo queda su destino de diáspora migratoria.   En el éxodo, la utopía revolucionaria culmina en el american dream: laboral, académico y de divisas.  Este mismo sino Ouistreham lo percibe al describir la distancia abismal entre el éxito académico-editorial —la razón política de la jerarquía—, y la vida cotidiana de las sirvientas, en su sentimiento de ayuda mutua y de fraternidad continua.  La denuncia literaria no hace variar el arduo trabajo necesario para sobrevivir, ante todo para una madre soltera como Chrystèle.  En cambio, al repudiar la responsabilidad diaria del trabajo manual —incluido el mío—, el intelecto se distancia de la vida precaria en su enorme fatiga.   

Como este escrito, hecho durante el doble trayecto en tranvía entre Dijon y Quetigny, la escritura rehúsa el cansancio extremo del cuerpo, durante el trabajo a destajo.  Por ello, la filosofía testimonial y de la denuncia le levanta un muro infranqueable a la amistad compartida en el esfuerzo laboral.  La filosofía carece de filiación amistosa con las personas subalternas de quienes habla.  Sin una experiencia directa y permanente, el testimonio refiere vivencias ajenas y distantes.  Este hecho lo confirman varios países, en los cuales hay constancia de la dificultad por entablar un diálogo entre la filosofía latinoamericana y las filosofías indígenas —excluidas del currículo universitario.   

Aún más, en esos territorios se complica la fraternidad laboral de la intelligentsia con los grupos subalternos.  Mientras no se exija un intercambio vivencial directo —academia en el trabajo manual, viceversa—, la razón continúa eliminando el enlace sentimental, que suele tildar de irracional.  Sin un vaivén semanal o mensual —recuerdo mi trabajo de vendedor ambulante, pintor de brocha gorda, pordiosero en las calles—, la filosofía insiste en negar el principio de amistad (philos) que debería conducir su verdadera sabiduría (sophos).  Toda idea de liberación quedará truncada de la práctica vivencial, mientras no ejerza un servicio social continúo que vuelque la reflexión en acción laboral, viceversa, que las sirvientas —y demás asalariados—, hablen de su experiencia en el currículo universitario.  De proseguir la enseñanza de Ignacio Ellacuría —en su lectura de José Ortega y Gasset—, «la vida» no la resuelve la fidelidad de su representación en un testimonio.  En cambio, la vivencia se agota en «sí misma» en el «ser actual» de la acción. 

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