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 2706-5421

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Padre Xavier: Jesuita, párroco y amigo

El 13 de noviembre del corriente nos dejó el P. Francisco Xavier Aguilar SJ, tuve el privilegio de conocerlo y de ser su discípulo por varios años en la Parroquia de Monte Tabor, fue un hombre extraordinario, quien merece ser recordado y reconocido por su obra pastoral.

Nació el 21 de mayo de 1928, en Ilobasco, hijo del Doctor Francisco Norberto Aguilar y Paula María Abrego, ambos salvadoreños. Graduado del Colegio Externado de San José, su educación Superior la realizó en Quito, Ecuador en 1947, como Licenciado en Psicología. Luego viajó a Nicaragua por tres años y posteriormente se trasladó a estudiar teología en Estados Unidos en San Luis University, Missouri, después decidió estudiar comunicación social en tres universidades Wisconsin, Illinois y New York, luego viajó a Colombia, para desempeñarse como misionero popular de casa en casa.

En 1965, regresó a El Salvador como sacerdote trabajando de manera humanitaria durante la Guerra Civil del país, en 1977, llegó a la ciudad de Santa Tecla, para apoyar a refugiados que venían desplazados de la zona norte y oriente del país que eran atendidos en el Cafetalón, tomó a su cargo tres parroquias de Santa Tecla en tiempo de la guerra. Un año más tarde fundó la parroquia Monte Tabor en Ciudad Merliot, en donde trabajó incansablemente.

Difícilmente podría listar todo lo que realizó en su ministerio como jesuita, párroco, psicólogo, activista social, cooperativista o emprendedor; era un ser humano incansable, que siempre estaba pensando cómo ayudar a los demás y no había momento del día en que no estuviera diseñando o trabajando en sus proyectos. En su oficina desfilaban médicos, ingenieros, arquitectos, abogados, economistas, agrónomos, consultores, entre muchos otros. 

A inicio de los años 90 dispuso crear un seminario en la parroquia Monte Tabor, de allí surgieron muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida cristiana, con el apoyo de Mons. Arturo Rivera y Damas de grato recuerdo. Su afable asistente “Tía Pollo” llevaba su compleja agenda, que incluía múltiples proyectos cooperativistas en el área rural, apoyo y asistencia técnica a las comunidades, desde Chalatenango hasta Morazán, y proyectos de intercambio de bienes y servicios por trabajo. 

En sus ratos libres atendía a jóvenes y aplicaba el test de Raven (inteligencia abstracta) para ayudar a cada quién a descubrir sus capacidades y vocación. En la parroquia los proyectos no se detenían, un día herrería, otro día mosaicos, talleres, centro de asistencia jurídica, asistencia médica, arte y música; era increíble e incansable.

En su parroquia convivían todos los movimientos apostólicos habidos y por haber: carismáticos, legionarios, catecúmenos, juveniles, sociales, etcétera; había espacio para todos, reflejando así un espíritu muy ecuménico y progresista. En Monte Tabor nadie se quedaba afuera… 

El diseño conceptual del templo de Monte Tabor fue del P. Francisco Xavier, cada rincón, cada detalle, cada vitral, cada espacio habla de él; lo pensaba y luego lo ejecutaba, y todo tenía un sentido artístico de apertura, alegre, vivaz y evangélico. Obviamente, ahí estaba San Óscar Romero.

Dentro de su ministerio, el P. Francisco Xavier fue capellán de muchos colegios y congregaciones, debe haber muchas historias que contar. Era un pastor a tiempo completo, siempre atendiendo y ayudando a todo el que lo necesitara, sin importar el día y la hora; era una vida en pro-existencia.

Su personalidad era afable, un sacerdote ético, culto y pulcro, siempre con su clerigman, de la vieja escuela, pero a la vez con ideas progresistas y liberadoras, ya que asumió con entusiasmo el llamado de la Congregación General XXXII de la Compañía de Jesús (1975): ¿Qué significa hoy ser compañero de Jesús? (2): “Comprometerse bajo el estandarte de la cruz en la lucha crucial de nuestro tiempo: la lucha por la fe y la lucha por la justicia que la misma fe exige”.

El P. Francisco Xavier siempre nos recordaba a sus compañeros mártires de la UCA y respetó muchísimo su legado, también el de San Óscar Romero, el de su hermano P. Rutilio Grande SJ y el de Mons. Arturo Rivera y Damas. Era un gran devoto del misionero jesuita San Francisco Xavier, de hecho, en la entrada de su oficina parroquial se aprecia un mural del santo evangelizando el mundo. Creo, sin lugar a equivocarme, que siempre buscó imitarlo y también creo que lo logró.  

Particularmente lo voy extrañar mucho, a él le debo, en gran parte lo que soy, me abrió importantes puertas, conversamos largas horas. Gracias por su legado y su tiempo. En 1993 recibí de sus manos y de Mons. Rivera el acolitado; gracias a él estudié Teología en la UCA y conocí a grandes maestros; casi, casi me ordena de diácono el 27 de noviembre de 1994 en San Esteban Catarina, pero en su lugar ofició mi matrimonio el 22 junio de 1996 y un año más tarde bautizó a mi primer hijo.  

Así le recordaremos como un gran jesuita, un párroco incansable y un amigo afable…

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