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 2706-5421

periodismo

Periodismo…

La pandemia de COVID-19, a escala global, aceleró un cambió, una involución o entropía: Vivimos una época de confusión vertebrada por las redes sociales; la gente vive aterrorizada; perdimos libertad; se comenzó a gobernar por decretos; emergió el autoritarismo y el populismo; los niños viven una crisis silente, los jóvenes una de socialización, lo adultos una de preocupación económica y la tercera edad una de temor e incertidumbre.

A nivel latinoamericano, observamos escenarios “regresivos” a nivel político y económico. Aparecen los neo-nacionalismos (México y Brasil), los gobiernos al garete (Argentina, Chile, Ecuador, Honduras, Guatemala, Panamá, Paraguay), las rupturas (Colombia, Bolivia, Perú, Uruguay), los caos fiscales (Costa Rica, El Salvador) y los sistemas cerrados (Cuba, Nicaragua); la repugnante, absurda y corrupta clase política “profesionalizada” ha desplazado al intelectualismo y también se lleva de encuentro al periodismo… 

El problema de fondo en la perversa relación entre política y periodismo es el uso de fondos públicos y el inadecuado manejo del poder: los políticos gastan y roban, creen que lo público no es de nadie y utilizan el poder a su antojo y ocurrencia. En medio está la gente -las mayorías- quienes creen que lo público debe ser gratis o ignoran cómo funciona la defectuosa maquinaria democrática; y en el otro extremo de la ecuación aparece el periodismo, que pregunta, investiga y revela las miserias de la mentira y la corrupción. Es una batalla ética entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, entre la verdad y la mentira.  

Recientemente, el destacado periodista español José Luis Cebrián nos recordó que los medios de comunicación formales son parte del sistema, trascienden a los gobiernos y que el oficio sigue siendo: “Contar a la gente lo que le sucede a la gente, aunque le moleste al poder”; no obstante, -agrega- el gremio de periodistas deberá buscar y encontrar el nuevo orden de relación con las redes sociales y sus nuevos actores comunicativos: youtubers, bloggers e influencers.

Una pandemia de dudas, sospechas y opinión ha ocasionado una sociedad confundida e infoxificada; el enemigo es invisible y a la vez una oportunidad política para cualquier cosa… Parte de los efectos es haber ocasionado una crisis sobre la verdad y aquí el periodismo debería ser el principal baremo ético de la sociedad contemporánea, pero se tambalea, en un entorno difícil y complejo.

Una de las principales funciones del periodismo es la “desideologización” (I. Ellacuría), para llegar a la verdad de la realidad misma utilizando los criterios de cientificidad. En efecto, el periodismo de investigación (incómodo) posee una intencionalidad: Desenmascarar, buscar la evidencia y presentarla.

A estas alturas, en muchos países de la región latinoamericana, ser periodista ha vuelto a ser una profesión riesgosa. El muro que el periodismo investigativo debe cruzar está construido con mentiras, violencia, difamación, corrupción, reservar y ocultar documentos, compadrazgo y amiguismo… y no permitir preguntas.

Algunos gobiernos crean o fortalecen aparatos de comunicación oficialistas Estatales sin precedentes; los cuales crecen de manera exponencial en las redes sociales y ahogan a la competencia independiente; y además son beneficiados con la pauta gubernamental y con el miedo empresarial. La sociedad ya tiene otro espejo, pero los reflejos deben verse con alta sospecha. Pero los medios de comunicación oficiales no hacen periodismo sino propaganda, no confundamos periodismo con relaciones públicas, comunicación o marketing, se parece, pero no es lo mismo.

No debemos dejar de lado en el análisis los “pecados” de los medios: hay un pasado; y en no pocos casos, la prensa convencional jugó a las cartas en la misma mesa con la clase política, y esto también ha salido a la luz. La movilidad laboral entre el gobierno y los medios de comunicación, las “mentas” sofisticadas, los apoyos y ataques como venganza política han dejado algunas cicatrices.

Pero la prensa independiente o incómoda o los medios de comunicación convencionales han trascendido a los gobiernos. Al fin y al cabo, la clase política es lo suficientemente deshonesta como para enarbolar un proyecto ético y sobrevivir más de un quinquenio sin cometer errores.

Políticos van y vienen, unos encarcelados, otros huyendo, la mayoría con una imagen deteriorada; mientras el periodismo sobrevive, se renueva, aprende y evoluciona. Aquí las cartas también están echadas y, sabemos lo que va a suceder…    

Al final podemos concluir algo potente, una especie de imperativo categórico kantiano: “Quien le teme al periodismo, ya ha confesado su culpa…

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