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 2706-5421

tzun
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Rafael Lara-Martínez / Jorge Molina Aguilar

Rafael Lara-Martínez
Professor Emeritus, New Mexico Tech
rafael.laramartinez@nmt.edu
Desde Comala siempre…

Jorge Molina Aguilar
Investigador del Instituto de Investigación y Formación Pedagógica de la Universidad Don Bosco.
Candidato a Doctor en Ciencias Sociales UCA-UDB
jorge.molina@udb.edu.sv

Po-Ética -Tzun. Engatusar los hechos en palabras

Resumen: por po-Ética, este breve ensayo lúdico entiende la falta de ética en el terreno de la Filosofía y las Ciencias Sociales en El Salvador que niegan las lenguas indígenas, en nombre de la descolonización.  Al analizar una simple palabra —tzun, «punta, cabeza/pelo, extremo», y su derivación compleja—, señala cómo la traducción de hechos anatómicos en palabras implica el salto de una experiencia corporal vivida hacia la esfera teórica de la epistemología.  Se trata de un proceso llamado abstracción morfológica.  A la espera de que los estudios culturales investiguen las culturas indígenas en su territorio —la vivencia femenina en su cuerpo—, el ensayo ofrece un ju-Ego entre el sonido y el sentido para demostrar cómo la lengua oficial ofrece un simulacro de lo real.  En su silencio, la sociedad solo reconoce la vida misma en la palabra y en la imagen, casi siempre distante y ajena. 

Bienvenida

Al desglosar los múltiples sentidos del término -tzun/-tsun en náhuat, se percibe su diferencia conceptual con el castellano.  Significa «punta», «extremo», «cogollo», «cabeza». Esta primera traducción establece correlaciones inéditas al enlazar la extremidad superior del cuerpo humano con el brote de una «flor femenina sin polinizar».  Si la gramática deja pendiente ese enlace sustancial, la mito-poético interroga cómo la madurez de ese cogollo-cabeza acaba en una fruta similar a la de su sinónimo vegetal.  En castellano, un simple cambio de género transforma la fruta del árbol en el fruto de la acción humana y en el disfrute espiritual. 

Más que vindicar la intensa brisa (-ejekat) que agita la cabeza (-tzun-), hasta provocar la locura (-tzun-ejecat, neologismo), defiendo el legado límpido (-pupu) de las hormigas rojas y protuberantes; la herencia de los zompopos, -tzun-pu:pu (-cabeza-limpia).  Si en canibalismo de ellos absorbo la proteína necesaria para la subsistencia —las mejores pupusas— también de su ejemplo descabellado (-tzun-x:ipe(tz), cabeza-pela), aprendo a mantener la pulcritud (-pu:pu(wa)) lisa (-pets-tik) de su carácter.   En mayo, los zompopos inauguran la temporada de lluvias que sitúa al mundo «en el lugar de lo verde, -xu:-pan/-shu-pan».  Acaso por esta aparición repentina, los consideraría el opuesto complementario del azacuán, -a:-tzakwa-ni, quien cierra las aguas al final del invierno.  Sin aludir al agua, su limpieza le abre el camino al torrente que cae de las nubes.  Esa decencia calificaría al zompopo de mayo como un «abre aguas». 

-Tzun no siempre produce esperanza, como lo testimonian el chimbolo, (-tzun-chichik, «-punta-amargo») y el renacuajo (-tzun-a:lepu, «-punta-¿?), quienes se escabullen a nado migratorio de todo intento de captura policial injusta.  Además, de las múltiples variedades de lagartija (-tzum-palachu, «-punta-¿?»), hay una privilegiada, -kwix-in, que intuye su parentesco volátil con el gavilán, -kwix-ti, al emigrar en vuelo hacia la lejanía.  Descolorido, algunos juzgan su paso de mal agüero.  Debido a ese trayecto acuático o aéreo, a esos animales los tildan de estúpidos (-tzun-tet, «-punta-piedra»), ya que perduran como la piedra (-tet), a la vez que los asocian a la fealdad sinónima del bagre (-tzun-tet).   

No importa que nunca salgan del agua, que vuelen —incluso que enarbolen su corona en chorcha (-tzun-kupil, «-punta-cuelga»)— el pavo (-tzun-wewech, «-punta-güegüecho»), los defiende en tierra firme.  Ahí su destino es alimentar la inteligencia  (-kwa-yulu, «inteligente; cabeza-corazón/cordial) de quien los degrada.  La simple consonancia melódica —-kwa, «comer»; -kwa(:h)-, «cabeza— indica que otro nombre de la cabeza rima con la nutrición y, al reunirse con el corazón o con su sonido similar, inicia el trabajo de la mente (-tzun-tekun, «-punta-tecomate»). 

El lugar que corona la cumbre corporal (-tzun-kal, «-punta-casa») —»nu-tzunkal, mi pelo»— a veces lo agita el viento (ejekat), como también remueve el techo de la vivienda, -tzun-pan -kal, «en la punta (de) casa».  Ese viento aturde la mente y la copa del árbol (-i-tzum-pan ne -kwawi-t, «es-su-punta-lugar/cima-en (de) el árbol») de quienes, en la locura, ya no advierten su correlación directa con el número.  Por la permanencia de lo absoluto (-ti), la mano (-ma(:)-, -mey-) proyecta sus cinco (-ma-kwi-l) hijos (-ma-pipil) hacia ese lugar de la calvicie (-tzun-).  Se tzun-ti, «un(a) punta-absolutivo» glosa la centena (100) como un derivado de los hijos de la mano: «veinte manos de maíz, 5×20».  Así, «en el lugar de la cima» —-tzum-pan— se emparienta con esa corona del cinco (5) que hoy se asimila al sistema decimal al desgajarse de su origen ancestral, tal cual el sistema vigesimal (20) o quizás quintesimal (5, véase el cacaopera).  Solo el trino del cenzonte le recuerda el parentesco original: pelo-techo-copa-número.  Se recuerda que para el proto maya, «*winaq» se construye como término para «hombre» —cuerpo de cuatro extremidades (5×4)— al igual que para «veinte», esto es, «sempual, una cuenta» de dedos, fingers and toes.  

Se despeine (-tzun-kal-ejekat, «punta-casa-viento») o se ofrezca calvo (-tzun-xi:pe, «punta-pela(da)»), su labor manual reconoce el olvido que ya no prosigue un conteo quintesimal (5) superior (6×20…10×20…) al calcar el sistema numérico del cabecilla (-tzun-pak, «-punta-sobre») en turno, sea chele (-tzun-xilut, «punta-jilote») o descabellado como fruto pelado y destusado (-xi:pe-wa).  El lustre de su calvicie invoca la madurez brillante de un fruto que se asocia a la falta de ideas: -tzun-xuku-t, «tonto, punta-jocote».

Escena

En esa obviedad —la filiación de la cabeza-mente con el número— tampoco se concibe su vínculo con la Muerte.  Disfrazada de Calavera —-Tzun-Tekuma-t, «-punta-tecomate»— su extremo superior sella cómo el valor del conteo abstracto les depara la muerte a los objetos naturales.  En ese lugar de la cumbre —-tzum-pan— la memoria ya no recuerda que la cabeza evoca el fruto simbólico del paraíso terrenal —morro, tecomate, guacal— de cuya siembra/entierro (-tuka) germina la vida.  -Tzun-wajkal, «cráneo, punta-huacal».  En este caso, -tzun designa un proceso el cual señala un movimiento circular, en espiral re-volucionaria, donde se desvanece la frontera entre la muerte y la vida.   Como el día y la noche, en su amanecer y atardecer, esos eventos no señalan lo finito y lo binario, sino son fenómenos complementarios de un mismo vaivén.

Ese morro engendra a los verdaderos próceres matrios —los Tepehuas—quienes, luego de almacenar el grano, se esparcen en semilla hacia el viento migratorio que la disemina por los rumbos más distantes del horizonte.  No importa que el nacionalismo anhele uniformarlos.  En la playa, en la abertura del agua —-a-tem-pan, «agua-abertura/boca-locativo»; -a-tami, «agua-termina»— la espuma nunca alcanza la cima, ni la montaña desciende a rastrear la arena.  Como el día y la noche —la razón y el sueño inconsciente, vivo hoy entre el estado de excepción, el cambio climático, la epidemia, la inflación y la recesión—, los distintos nichos ecológicos conviven sin entablar un diálogo continuo que reconozca la disparidad.

Por esa unión de los contrarios, en el sitio de la razón (-tzun-tekun) habita la pelazón (-tzun-xi:pe(tz)) y perdura la Muerte, como emblema del árbol genealógico de la Matria.  Desmembrada, la cabeza retoña hasta que el fruto estalla en Big-Bang migratorio que nos encomienda proseguir la misión diseminadora de los Tepehuas.   El Tecomate-Morro-Huacal conforma una trinidad en la cual se confunde la fruta vegetal y el fruto humano, la cabeza y el vientre, la semilla y el engendro.  La vida retoña de la muerte, como la razón del sueño. 

Si la Punta-del-Tecomate —-tzun-tekuma-t— se asocia con la Calavera y al vientre materno, no extraña que otras partes del cuerpo reciban también el derecho de percibirse como «punta» en cabezal.  Al pie lo alza el talón —-tzun-te-yu -(i)kxi, «punta-piedra-posesión -pie»— como al centro, la rabadilla, -tzun-bankuh-yu, «punta-banco-posesión» y, en fin, a la boca la levanta la «barba, bigote», «-t:en-tzun, boca/abertura-punta/pelo» en réplica al árbol «barbón», -te:n-tzun-yu:yuh.  Esas cuatro cimas corporales —talón, coxis, pelo y cabeza—, hacen «reventar-la-mente» —-tzun-ta-puna, «punta-algo-parir/revienta»—que busca sin cese una visión anatómica universal.  Sin embargo, sólo encuentra «animales dotados de lenguaje (zoon logos ejon)» quienes viven su rutina inmediata.  La mente la carcomen las pulgas —-tzun-pepeta, «despulgar, punta-buscar/revisar»—, mientras en su techo (-kal-tzun-kal, «-casa-punta-casa»; -kal-tzun-ti, «casa-punta-absolutivo») revisa (-pepeta) la respuesta. 

Al herir (-tzun-teki, «punta-cortar») una visión rígida del mundo —la literatura monolingüe imperante—, la poética náhuat la hace reventar por un dolor de cabeza —-tzun-te-kuku-k, «punta-persona-enferma/duele/fuerte»—, que niega todo diálogo académico con la diferencia.  El castellano-centrismo no advierte que el simple ju-Ego de palabras no solo voltea (-kwepa) los hechos en el idioma oficial, el único capaz de calcar el mundo.   Tampoco se da cuenta que, de manera transparente, un simple juego infantil anuncia su vigencia en los altos círculos académicos.  A esa transposición alude el subtítulo del ensayo: «engatusar los hechos en palabras». 

«Dar vueltas de gato» se glosa -mu-tzun-yul-i:x-kwepa, «reflexivo-punta-corazón/cordial-ojo-vuelve», lo cual implica una acción compleja de tres partes del cuerpo.  Cabeza-corazón-ojo.  A la mente se añade la filiación (philos) cordial (-yul) que la filosofía latinoamericana debería concederle a lo indígena ancestral, así como el ojo (-i:x), en su carácter visual de testimonio vivido.   Se trata de una historia que no está difunta en lo remoto sino, como el ombligo (-xik-ti), pervive tatuado en el cuerpo mismo del hablante (Yo-Ego) que la sufre.  Solo al engatusar los hechos en palabras ajenas, se olvida que ese traslado no es un simple calco objetivo, ya que implica la participación conjunta de la razón (-tzun), lo cordial (-yul) y lo visual (-i:x).  El lenguaje está dotado de la capacidad de transcribir el mundo, la cosmovisión y la cosmogonía de un pueblo, esto es, su filosofía y episteme.  Al negar o infravalorar el idioma indígena, se clausura la posibilidad de conocer esa visión particular del universo.  El vacío epistémico lo colman ideas globales ajenas a la región geográfica, las cuales argumentan la falta de un conocimiento local. 

Por tradición científica objetiva, el sujeto histórico es mudo, (no)nonti y, de hecho, se perfila como un objeto que transita rumbo al olvido.  Por ello, si a Anastasio Aquino (1833) lo motivan el alza de impuestos, el reclutamiento militar forzado, los problemas de las tierras comunales —sin más testimonio oral que el escrito de un enemigo distante, José Antonio Cevallos (1891)—, no extraña que las columnas de opinión actuales sobre el aborto acallen la voz de la mujer que lo sufre.  También la revuelta indígena más debatida (1932) la explican la extinción de las tierras comunales (1882), sin denuncia ni debate intelectual inmediatos, y la crisis económica (1929) sin manifiestos náhuat de los agentes históricos, según el acuerdo tácito de derecha a izquierda.  

Actualmente, no asombra que la perspectiva jurídica y científica masculina hegemónica ignore consultar a las mujeres que sufren el acoso sexual, los problemas ginecológicos —la violencia obstétrica—, y la cárcel, al legitimar la vida que el hombre mismo no vive («20 niñas y adolescentes embarazadas cada día», Lissette Lemus, EDH, Sep 03, 2022, https://www.elsalvador.com/noticias/nacional/embarazos-adolescentes-ninas-el-salvador/994082/2022/).  La vida misma carece de toda validez, hasta que la palabra ajena refiere la existencia muda, casi siempre desde la distancia temporal y existencial.   Así lo demuestran los estudios culturales al refrendar el axioma del compromiso: «de las mujeres mejor no hay que hablar» y «yo (hombre) te inventé a ti (mujer)» (véase la reciente conmemoración de Salarrué, sin mención del elemento vital femenino en su esoterismo, ante todo si es «negra» como Gnarda).

Despedida

En síntesis, al reclamar la poética en complemento de la Filosofía, la materialidad de la lengua no establece una relación directa del sonido-letra al sentido oficial único, en castellano.  En cambio, a imagen de la anatomía, indica la manera en que lo abstracto parte de lo concreto al generalizar ideas.  Este proceso se logra gracias a la abstracción morfológica que eleva el cuerpo hacia el empíreo filosófico.  La interrogante consiste en dilucidar los enlaces entre esas dos esferas: cuerpo-filosofía para las partes anatómicas; sonido/letra-sentido/significación para el idioma.  Si existe el sonido-letra sin sentido, viceversa, también persiste lo abstracto sin arraigo en su entorno geográfico directo y en el cuerpo humano vivo. 

Sea la filosofía latinoamericana sin filiación (philos) cordial (-yul) con las sabidurías ancestrales, sea la descolonización sin lenguas colonizadas a indagar, sea la historia política sin agente histórico hablante, la ausencia testimonia del vacío que las palabras dejan en su simulacro sonoro y escrito, desarraigadas de la geografía ancestral.  Sea el principio pro-vida masculino sin experiencia de la preñez ardua ni del parto conflictivo, menos aún hay mención de la violencia viril y de la embriología humana. en su (con)ciencia.  Si el Estar-en (Dasein) un lugar ancestral no deja una huella en el pensar, tampoco la experiencia corporal marca la verdad filosófica. 

El contenido juguetón de este ensayo sólo despliega ese contrasentido que, de la Filosofía invade la política, la literatura monolingüe, las Ciencias Sociales, los estudios culturales.  Con mayor razón, esta ausencia afecta las competencias interculturales y, peor aún, la epistemología global dominante se interioriza como única, pese a ser ajena a la realidad local de cada país y de sus regiones culturales.  Siempre resulta más fácil importar conocimientos extranjeros, prefabricados, que buscar las lenguas originarias del territorio nacional.  Así, el círculo cerrado de la academia evade consultar la vida misma de su entorno geográfico y poblacional. 

Hay un rechazo por indagar las lenguas originarias y su legado filosófico, al igual que el cuerpo vivo.  De lo contrario, su estudio sería tan intenso como el de los «héroes de la pluma» y el legado europeo, i.e., la vivencia femenina bajo el influjo del acoso.  En contraparte, en la actualidad, también existe un ditirambo ciego al conocimiento científico, el cual suela voltear su atención al epitemicidio.  Casi siempre lo justifica la idea de progreso y de evolución, como parte medular del castellano-centrismo en su resabio de colonialismo interno o, en su defecto, el uso reiterado de anglicismos.  De la falta de cursos sobre las lenguas, literaturas y filosofías indígenas a la ausencia de una simple antología multilingüe de las mito-poéticas en esos idiomas, la evidencia resulta tan flagrante que casi nadie la desapercibe.  También, a la liberación masculina,  el «embarazo» le resulta un tema embarazoso. 

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