Rafael Lara-Martínez
Tecnológico de Nuevo México
rafael.laramartinez@nmt.edu
Desde Comala siempre…
Por los caminos de la Nueva España actual: De Cuzcatlán a Aztlán
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Mi fuerte acento en inglés a menudo provoca comentarios. Ante todo, ocurre en Nuevo México, un estado sin mayor inmigración reciente. Las cajeras de los supermercados suelen detenerme para indagar mi origen. Casi nunca respondo de inmediato por estar leyendo la viñeta en la cual se registran sus apellidos. Gallegos, Romero, Jaramillo… Me asombra que sean hispanos sin equívoco quienes me interrogan. Luego de declarar mi procedencia, invariablemente aciertan su sorpresa por la distancia que me separa del terruño, por mi carácter de foráneo. Yo reflexiono en sus apellidos, en los nombres de las ciudades (Socorro, Las Cruces, Mora), en la toponimia de los lugares (Sandía, Manzano, Sangre de Cristo, Bosque, Quebradas). Me admira que repitan su estirpe castellana con tanta insistencia.
Al reparar en esos sonidos persistentes, comienzo a recordar. Un similar sentido de la memoria invade toda percepción cuando camino por sitios desolados, por calles bulliciosas. Intuyo lo familiar. Surge el recuerdo como si algo olvidado, que me pertenece desde siempre, comenzara a abrirse brecha entre el opaco celaje. Hace presencia una parte de mí mismo que se halla por fuera de mí: proyectada, diluida y más allá de todo control, escondida en el entorno. Interrogo a esa figura extraña y propia sobre la razón de su paradero. Entonces, como en eco, se deslizan amarrados en trenza los contrarios: memoria y olvido. Anverso y reverso, victoria y derrota, verdad y falsedad de la historia.
Aún ahora, quienes viajan al noreste declaran la nombradía de la Nueva Inglaterra; muy pocos recordamos que en el suroeste pervive la Nueva España. Si declarase la necesidad de desenterrar el olvido, me acusarían de demencia. Mi destino sería un verdadero destierro. Por eso, lo callo y tan sólo lo transcribo para que extraños se enteren de lo oculto en la lejanía.
Desde las tierras floridas al este, las coloreadas al norte, el estado entejado al centro, la zona árida abajo, el reflejo mexica en lo alto, hasta la utopía de las calafias al extremo oeste, el español resiste la usura del tiempo. No es el simple recuerdo el que dibujan los astros tornasolados del ocaso en el baldío; más bien, esbozan el cuidado que debemos guardar por el mundo en que vivimos. Al desenterrar la presencia de la Nueva España en el suroeste, su más recóndito legado germina entre sus alusiones. El surtidor de la memoria irrumpe no sólo como herencia castellana y española, integral. Germina como lo que sigue siendo: Aztlán, Cuzcatlán, Cozcapan. Persiste la tradición del olvido, mera instancia de la memoria…