Óscar Picardo
Primera infancia: Menos obsesión, más realismo
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Para la mayoría de organismos internacionales que se dedican a la educación, la primera infancia se define como un periodo que va del nacimiento a los cinco u ocho años de edad, y constituye un momento peculiar y notable en el desarrollo de la plasticidad cerebral. Durante esta etapa, los niños absorben y reciben una mayor influencia de sus entornos y contextos.
Se trata de la etapa en dónde se desarrolla el “símbolo”, que luego permitirá procesos de codificación y decodificación (Piaget); y para este proceso será fundamental el gateo, el juego, el juguete, la imitación y el dibujo.
Mientras William James todavía estaba desarrollando la psicología como una ciencia y sir Charles Scott Sherrington estaba definiendo nuestro sistema nervioso integral, Santiago Ramón y Cajal, dibujaba el cerebro y también establecía las bases de la neurociencia moderna: The Beautiful Brain: The Drawings of Santiago Ramón y Cajal (1852-1934)
El acelerado desarrollo de las neurociencias cognitivas contemporáneas (algorítmicas, físicas, químicas), con los aportes de Claude Elwood Shannon, John von Neumann, Alan Turing, Vygotsky, Piaget, Elizabeth Spelke, Karen Wynn, Mel Levine, Howard Gardner, Rodolfo Llinás, Stanislas Dehaene, desataron una verdadera debacle de teorías y apuestas pedagógicas, didácticas en el campo de la estimulación temprana, llegando a planteamientos sensatos pero también ridículos para preparar al niño o niña para su proceso educativo.
Hoy sabemos mucho más sobre la capacidad predictiva del cerebro, los estímulos teleceptivos, la mente, el lenguaje eléctrico de las neuronas, la geometría funcional, la ritmicidad, las reacciones psicofisiológicas, la ontogenia, etcétera.
Pero lo que necesitan los niños y niñas de 0 a 6 años no es tan sofisticado; un hogar y un ambiente con calidez; espacios y tiempos para jugar, imitar; respeto al ritmo de su infancia; garabatear y dibujar; y menos dispositivos digitales que “sobre estimulen” y puedan llegar a causar problemas de déficit atencional e hiperactividad. Hoy está de moda metilfenidato ritalina y concerta…
Los negocios globales, editoriales y digitales comienzan a ofrecer muchas herramientas novedosas para la estimulación temprana basadas en planteamientos neurocientíficos; pero estas soluciones descuidan lo esencial: juego, juguete, imitación, garabateo, dibujo y alteridad.
Probablemente a muchas de estas soluciones le falten horas experimentales de verificación científica, y surgen como una necesidad novedosa de “mercado”: Hacer dinero. Luego, ingenuamente, los gobiernos compran estas soluciones y herramientas porque están de moda los tópicos: primera infancia y estimulación temprana.
Los niños y niñas no son simplemente adultos disminuidos o en potencia, ni tampoco adultos pequeños; son efectivamente niños, y se les debe tratar y respetar como tales, nos recuerda Arno Stern: “Se debe proteger la espontaneidad. Es necesario cambiar radicalmente la actitud hacia la infancia. Hay que partir del niño y no de una planificación. Hay que tener en cuenta en primer lugar al niño ahora y no lo que tiene que ser en un futuro. Si programamos el futuro de los niños y las niñas, no tendrán ya futuro. Se les habrá robado el futuro. Es necesario que los enseñantes tomen conciencia: su función no tiene que ser preparar al niño, sino ayudarlo, apoyarlo”.
Muchos docentes, padres y madres están obsesionados con estimular a los niños y niñas para que aprendan a leer y escribir antes de primer grado y esto es un grave error. Luego siguen: «Si no sacas buenas notas, no podrás tener unos buenos estudios. Si no tienes buenos estudios, no podrás tener una buena titulación. Si no tienes una buena titulación, no podrás tener un buen trabajo. Si no tienes un buen trabajo, no podrás ganar dinero, no podrás comprarte un coche, no podrás tener familia…» (Stern)
Quizá lo primero que deberíamos hacer en los sistemas educativos es revisar las teorías que tenemos sobre inteligencia y educación:
La American Psychological Association (APA) establece: “Los individuos difieren los unos de los otros en habilidad de comprender ideas complejas, de adaptarse eficazmente al entorno, así como el de aprender de la experiencia, en encontrar varias formas de razonar, de superar obstáculos mediante la reflexión. A pesar de que estas diferencias individuales puedan ser sustanciales, estas nunca son completamente consistentes: las características intelectuales de una persona variarán en diferentes ocasiones, en diferentes dominios, y juzgarán con diferentes criterios. El concepto de «inteligencia» es una tentativa de aclarar y organizar este conjunto complejo de fenómenos”.
Una definición más simple podría ser: “La capacidad de saber adaptarse responsablemente a un medio externo, decidiendo, prediciendo y sintiendo con creatividad e imaginación, para lograr una empatía ética y de cara a la alteridad”. Nosotros somos y nos reconocemos en función de los demás…
Dos principios claros surgen de estas definiciones: a) Mentes diferentes, aprendizajes diferentes, todos tenemos nuestra propia identidad para ser y aprender; y b) No educamos para hacer dinero y tener éxito, sino para ser felices, realizarnos y disfrutar la alteridad; somos en función de los demás.
Estamos en una época de “transformación digital”, pero no debemos descuidar el proceso de humanizar las tecnologías y ubicarlas en su lugar al servicio de la persona y no al revés; sin lugar a dudas, los móviles y tablets son un excelente psicotrópico para entretener a los niños y niñas, pero ese no es el fin…
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