Oscar Picardo
Reelección: ¿Rumbo a Caracas con escala en Managua…?
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La mayoría de ciudadanos en El Salvador sabe que la Constitución de la República prohíbe la reelección presidencial; lo sabe muy bien el Presidente, el Vicepresidente, la clase política, los empresarios, los rectores, los pastores, las iglesias, los militares, etcétera. Pero resulta que hay un cambio político-metodológico: la popularidad se ha superpuesto sobre la Constitución; es decir las encuestas son más importantes que los criterios constitucionales, y “sacra populi lingua est” diría Séneca o “vox populi, vox Dei” agregaría Alcuino de York…
Lo popular no es sinónimo de plenitud democrática, ni un criterio certero para orientar las políticas públicas; mucho menos en sociedades con escolaridad baja, exclusión y pobreza. Efectivamente, las mayorías o masas suelen equivocarse y aplaudir, pero obviamente después de los desastres nacionales nadie se hace cargo ni da cuentas. Esto abarca tanto encuestas como elecciones, y sí, la democracia tiene sus limitaciones, y en Latinoamérica somos expertos en repetir errores.
Hay videos y declaraciones contundentes, de un pasado reciente que muchos quieren obviar. “Puedes ser ochenta veces presidente, pero no de manera consecutiva” (Bukele, 2013); “la alternabilidad es una cláusula pétrea” (Ulloa, 2020).
Son demasiados artículos y suficientemente explícitos (75, 88, 131, 152, 154 y 248) y abordan diversas temáticas acorralando cualquier hipótesis escapista al marco jurídico constitucional: la alternabilidad, la pérdida de derechos, los periodos, los procedimientos, las exclusiones, entre otros aspectos.
No hace falta recurrir a artículos escondidos, ni exégesis o hermenéuticas torcidas, tampoco a nuevas acepciones conceptuales entre reelección y segundo mandato. La situación es evidente: En base a la alta popularidad, el Presidente ha decidido -el solito- mantenerse en el poder; porque el poder es un psicotrópico potente: el poder transforma a las personas, el poder protege, el poder enferma, el poder controla.
Esto de aferrarse al poder no es nuevo, ha sucedido demasiadas veces en la historia política, tanto a escala global como a nivel nacional; el historiador Héctor Lindo lo ha documentado prolijamente y comunicado de modo claro y explícito.
Existe una relación entre reelección y autocracia, entendiendo esta última acepción como un sistema de gobierno que concentra el poder en una sola figura cuyas acciones y decisiones no están sujetas ni a restricciones legales externas, ni a mecanismos regulativos de control popular.
Regímenes imperiales, monárquicos, dictatoriales, teocráticos, totalitarios y dementes megalómanos, hay de sobra en la historia política de la humanidad; hasta tenemos un vecino ejemplificante que nos adelanta el guion, cerrando universidades, encarcelando candidatos políticos, expulsando a demócratas, persiguiendo periodistas y barriendo con cualquier intento de disidencia.
Pero hay dos tipos de modelos autocráticos, uno “fuerte” que se sustenta en capacidades reales de la nación sobre la base de la riqueza natural, científica, militar y económica (Venezuela), y otro que es simplemente “bananero”, basado en el capricho de un personaje que maneja las relaciones de poder y miedo utilizando a un pobre ejército y a una pobre policía con el esquema de zanahoria y garrote (Nicaragua).
Los autoritarismos intergeneracionales o fuertes poseen un poder real económico y militar de sustento; mientras que los autoritarismos bananeros podrían ser menos estables por el hartazgo político, el desencanto o hasta que una crisis financiera los sacuda y los hace desaparecer como un castillo de naipes, por que su poder es débil y efímero.
La experiencia nos indica que ningún político autócrata está interesado en el bienestar de los ciudadanos, sino en los privilegios del poder, en los grandes negocios y en su salvaguarda personal; saben que si dejan una grieta de democracia terminarán huyendo o en la cárcel, porque para mantener el poder suelen violar Derechos Humanos y romper la seguridad jurídica. Ejemplos hay de sobra…
Los autócratas se preocupan y trabajan muchísimo por su imagen y reputación, llegando al límite de crear un fenómeno de culto a su personalidad; para ello utilizan una maquinaria propagandística enorme y el famoso “libro de las Jugadas” y sus diez capítulos citados por la embajadora Jean Elizabeth Manes: 1.- Consolidación del poder; 2:- Debilitamiento de la independencia judicial; 3.- Atacar y destruir a la oposición política; 4.- Declarar enemigo a cualquier voz de opinión diferente; 5.- Crear un ambiente de miedo, en donde las personas no pueden decir nada en contra; 6.- Crear una máquina de comunicación de propaganda del Estado; 7.- Atacar y destruir a los medios de comunicación independientes; 8.- Crear un ambiente en donde los medios están entrando en un ambiente de censura; 9.- Cerrar el espacio a la sociedad civil; y 10.- Empezar a usar elementos de seguridad en contra de sus mismas personas, puede ser para intimidarlos o perseguirlos.
“¿De qué país estoy hablando, es difícil decir las cosas ¿de qué país estoy hablando? Puede ser Nicaragua, puede ser Venezuela, puede ser decisión de los salvadoreños, es un libro de jugadas, es un paso a paso. Duele decir eso”, manifestó Manes.
Las cartas están echadas, poco y nada se puede hacer…; la gente en El Salvador vive una atmósfera de un bienestar futuro que difícilmente será real, porque los datos económicos nos dicen otra cosa; pero la gente cree, tiene una satisfacción vicariante con el Presidente y espera un futuro mejor, basados en las experiencias fortuitas de seguridad y en los símbolos imaginativos del surf, del bitcoin, de los juegos deportivos y del Miss Universo; hay buenos argumentos, el país ha cambiado, dicen.
Vendrán ahora el tren del pacífico, el aeropuerto de oriente, el viaducto de los chorros, bitcoin City, la migración inversa, las grandes inversiones de Google, Amazon, Tesla, el satélite Cuscatlán, las 5,000 escuelas remodeladas y muchas cosas más; es un tema de trámites y de esperar.
El Presidente seguro ganará las elecciones, y tendrá entre 58 o 60 diputados, el control total de todas las instituciones del Estado ¿qué puede salir mal?; los empresarios valientes y visionarios solo tendrán que obedecer y esperar el alto rendimiento de sus dividendos y utilidades…
¿Vamos hacia Singapur…?, no, vamos rumbo a Caracas con escala en Managua…
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