Rafael Lara Martínez
Professor Emeritus, New Mexico Tech
rafael.laramartinez@nmt.edu
Desde Comala siempre…
Tres nociones Identidad ≠ -Yulishkalyu ≠ -Itwaya
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- , Cultura
Prólogo a la ponencia en Invernadero-Resistencia, Centro Cultural de España en El Salvador, 18 de julio de 2022.
Mientras el castellano tiende a confundir identidad con semejanza, dos lenguas indígenas de El Salvador —náhuat y lenca (potón)—, subrayan una perspectiva diferente sobre el mismo concepto. La identidad cultural significa la filiación (philos) cordial con la sabiduría (sophos) comunitaria, el contacto visual directo con el amigo y con el rival, así como un cimiento hondamente arraigado en el entorno ecológico. La Id-Entidad señala también el rechazo de lo inconsciente (Id-) hacia el margen migratorio de la entidad nacional.
- Identidad
Al revisar el concepto vigente de identidad en El Salvador, persiste un acuerdo que —al calcar la revolución sinódica de los astros—, se recicla sin cese desde el siglo XIX. Se trate de la historia oficial o académica y crítica, de los estudios literarios, luego llamados estudios culturales, de la filosofía latinoamericana y de la teoría de la descolonización, todas esas disciplinas juzgan irrelevantes las lenguas indígenas para su esfera del saber. Por ello, hasta 2022 no existe una sola antología mínima de las mito-poéticas de los idiomas xinca, poqomam, ch’ortí, náhuat, lenca, cacaopera, ni su filosofía y literatura se transmite en los departamentos que reclaman ese título en nombre de la identidad regional.
Tal cual lo refiere un texto náhuat transcrito en 1930, la lengua castellana ejerce el poder jurídico absoluto de transcribir el mundo en palabras. «Aquí en el pueblo, antes de que vinieran los españoles» —antes de que la ciudad letrada inventara la literatura nacional—, «nadie tenía nombre. Hasta que llegaron los españoles» —hasta que se creó la literatura salvadoreña monolingüe—, «comenzaron a poner nombre», empezaron a escribir poesía y prosa: nikan techan, keman inteyuk kwalajtiwit ne espanyolujmet, intiaka kipiatuya intukey; axta walajket ne espanyolujmet pejkit kintaliat intukey (x=sh). Sin la modernización consagrada por la Ley de Extinción de Ejidos (1882), y el auge de un canon literario —quien nombra el universo nacional—, no habría la más mínima educación sobre la cultura y la literatura nacional.
Desapercibida, la ausencia indígena contrasta con los múltiples estudios que arraigan la identidad nacional en la escritura literaria de los autores clásicos. En ellos se anota no sólo la necesidad de establecer un canon literario monolingüe —en castellano exclusivo—, sino esta omisión certifica el imperativo de olvidar la episteme fundadora de la diversidad lingüística nacional. A lo sumo, las ciencias sociales y humanas aceptan la presencia de los pueblos originarios por fines nacionalistas que asientan el poder estatal, o bien por objetivos políticos contrarios para fundar una oposición. Sin embargo, siempre queda en suspenso implementar la difusión de esos idiomas, tanto en su uso práctico, como en su visión mito-poética y filosófica, según sus entronques y discrepancias con la filosofía latinoamericana en boga. Ya no se diga, hay un abandono de todo reclamo oficial sobre la verdadera re-volución, esto es, el retorno de las tierras indígena comunales.
Si por identidad se entiende una semejanza o equivalencia entre esos antiguos proyectos literarios y el presente, esta propuesta desdeña la dinámica entre la memoria histórica y su opuesto complementario, el olvido. En verdad, más que ofrecer una verdadera igualdad entre el ser-nacional y su pasado, se intenta inculcar una identificación filial (philos) única, en el desdén de toda diversidad étnica y cultural. Con este proyecto —sea nacionalista o liberador—, El Salvador adquiere una raigambre más castellano-céntrica que la española, la cual hoy admite una diversidad lingüística y regional desdeñada en el país. Para profundizar el concepto de identidad, en seguida se compara esta visión con los términos actuales que utilizan dos lenguas indígenas nacionales, a saber: el náhuat y el lenca (potón), (en consonancia al castellano, véase el término náhuatl-mexicano: nehneuhcatiliztli, «igualdad, paridad, identidad»; nehneuhcayotl, «igualdad»).
- Tuyulishkalyu
En primera contraposición, el término náhuat para identidad —Tu-yul-ish-kal-yu, «nuestra/o-corazón/cordial-ojo-cara-posesión» (Werner Hernández, 2019) —, cuestiona esa exclusión. Su análisis juzgaría que la pretendida igualdad fundamenta una concordancia y una afinidad. Por tanto, la identidad anhela constituir una filosofía salvadoreña o latinoamericana sin filiación estrecha —sin philos, -yul—, con la sabiduría (sophos) de los pueblos originarios de la región. Para explicar esta paradoja, es necesario descomponer el concepto náhuat innovador. Dejando de lado el posesivo, remite a dos secciones corporales: -yul e -ix, «corazón» y «ojo». En la filosofía clásica, ambas partes definen el concepto mismo de la personalidad: in ixtli, in yollotl, en náhuatl-mexicano. Si el corazón subraya el elemento dinámico y activo del organismo —la palpitación y la energía universal (e=mc2) —, el ojo resalta la visión. El rostro o «visage» en francés —-ish-kal-yul, «el hogar del ojo»—, señala el cara a cara que —en un mundo tangible y no-virtual—, hace de todo diálogo una consulta directa entre hablante (Yo) y oyente (Tú). Se trata del principio discordante de la democracia, la cual no existe sin un mínimo de dos enfoques disímiles sobre los mismos hechos.
Bajo esta perspectiva, el canon filosófico y literario monolingüe anula toda plática que enlace su perspectiva actual con las poblaciones originarias. Si resulta común hablar de memoria histórica, su constante insistencia olvida que no recuerda siquiera la consonancia que el término castellano «recordar» instaura con el náhuat. Más que memorizar, hay que re-cord-ar las tres nociones elementales de este concepto castellano, a saber: re-, «volver a»; -cord-, «corazón, cordial (-yul, heart)» y -ar, «infinitivo». Esto es, la raíz «cord-ial» traduce a la letra la actividad de filiación (philos) que obliga a una disciplina a reconocer (-ish-mati) la diferencia que habita en su propio territorio. Literalmente, «te recuerdo» poéticamente lo glosarían los neologismos «I re-heart you», «ni-metz-yul». El diálogo existe sólo en el momento en el cual Yo reconozco el rostro y la visión ajena: i-ish-kal-yu, «su-ojo-casa», en su argumento filial palpitante (-yul).
En síntesis, la equivalencia castellana de la identidad la completa la concordancia y la afinidad náhuat, cuya traducción más amplia designaría lo siguiente: la cordialidad visual/facial, lo cordial que hospeda nuestra cara/mirada, la filiación (philos)/el movimiento cordial hacia el Otro (Tú). Por esta primera contraposición, no habría una verdadera filosofía salvadoreña ni latinoamericana sin reconocer —-ix-mati, «-ojo-saber, saber ocular»— su filiación (-yul, cord-) con las diferencias culturales que habitan en un mismo territorio nacional.
- -Itwaya
En segunda contraposición, se insiste en que, por la filiación (-yul, philos) implícita en el estudio de la filosofía, el recuerdo (-yul, cord-; véase también el náhuat -el-namiki, «recordar, entraña/pectoral-encontrar»), debe reemplazar la memoria. El recuerdo —»el encuentro entrañable con el Otro, -el-namiki»—, suplantaría la memorización de la diferencia al hablar de la historiografía y de la identidad. Por ello, en El Salvador, no basta adoptar un término náhuat Kuxkatan o náhuatl, Cuzcatlán, a la hora de hablar del país. En cambio, el oriente de la república convida a reconocer la diversidad regional que —incluso en el occidente—, la ampliarían el olvido del xinca, poqomam y ch’ortí en la literatura monolingüe nacional, al igual que en el desdén de la filosofía.
Managuara refiere esa zona oriental que aún no recibe atención alguna de los estudios culturales (Danilo Vásquez). Ignoro si ese término evoca el río (guara, wara) que se escalona como la geografía se reparte en regiones abruptas, entre los altibajos de quebradas y montañas. Interesa que al interpretar otro término lenca, -itwaya, se insista en redoblar al árbol (sun) como razón lingüística de la oración y como exposición genealógica del pasado. Con toda claridad manifiesta una metáfora botánica que explica la identidad. Si en el mundo europeo, el árbol representa la estructura de la frase —el árbol sintagmático— y luego el árbol genealógico, en el universo lenca funda el asiento ecológico de la comunidad. Vásquez lo traduce como «conectar con la raíz (-wa-pala)», lo cual acentúa los cimientos en rizomas autóctonos que la filosofía latinoamericana juzga impropios a su esfera de pensamiento. El árbol subraya la estrecha correlación entre la población ancestral de una comarca y su geografía, la cual pervive como verdadera escritura (graphos) de la tierra (geo), ya que las «corrientes…arrastran susurros de gente» (Marta Méndez Quintana, 2019).
En el terruño, los antepasados inscriben su paso constante por el mundo, que al presente le corresponde descifrar, en vez de erradicar esa biblioteca viva en nombre de la modernización.
Antes de concluir, el recuadro siguiente ofrece un ejemplo clave de la geografía como «Biblioteca de Babel» que se leería como un códice en jeroglifos.
Según otro concepto clásico Chicômoztôc —»en el lugar (-c) de las siete (chicom-) cuevas (-ozto)-—, ofrece una réplica del cuerpo humano el cual se define por un número idéntico de aberturas, varias en par. Nuestro ser primordial proviene de una cueva y acaba en otra cueva semejante, salvo que las cenizas se diseminen en rocío por el entorno (véase el mito de creación lenca, asociado a la cueva del Espíritu Santo y la gruta de Corinto, Danilo Vásquez).
Igualmente, el Tacuatzin/Takwatzin —»algo-comer-diminutivo; comeloncito»—, simboliza al Prometeo mesoamericano, quien le entrega el fuego a la humanidad, por lo cual tiene la cola sin pelo. Esta doble significación mito-poética glosaría el refugio de Anastasio Aquino en 1833 de la siguiente manera: «El Prometeo mesoamericano le ofrece la abertura/boca del cuerpo vivo de la Tierra al Nonohualco insurrecto como refugio durante su gesta». Se anota que los amplios estudios de la historiografía sociopolítica aún no rescatan un solo manifiesto político en lenguas indígenas, pese a su interés científico por investigar los levantamientos indígenas desde el siglo XIX.
Sometido a las estructuras sociopolíticas y económicas, el agente histórico indígena carece del derecho al habla en su lengua materna y en la lengua coloquial o «castiya».
- Id-Entidad
Mientras el náhuat cuestiona la falta de cordialidad (-yul, -mapil en lenca), de filiación (philos) y la falta visual (-ish/-ix, -sap en lenca), con la diferencia, el lenca interroga la ausencia de todo arraigo en la región oriental repartida en micro-ecosistemas, tan variados como su geografía accidentada y las culturas igualmente diversas. Desconocida por la política, por las ciencias sociales y las humanas, la igualdad suprema consiste en aceptar la diversidad. La unidad de la diferencia transcribe la más simple lección de la aritmética elemental. Por una compleja adición de escuela primaria, cuatro (4) es idéntico a las infinitas fracciones que lo nombren: 4=1/8+1/8…=1/4+1/4…= 1/2+1/2…=… Sólo la admisión democrática de esa fragmentación cultural conforma la unidad que tanto añora anular lo cordial, la vista y el rizoma en estratos de su propia identidad, la cual la percibe como única y absorbente. La memoria no recuerda el inconsciente (id-) de una entidad nacional que se ensambla en fragmentos autónomos, a la espera de un diálogo denegado hasta 2022. Tal cual testimonia el reciente asesinato de los jesuitas en la sierra tarahumara, México, el ideal de restaurar la presencia viva de hábitats culturales dispares equivale al martirio o a la exclusión de todo debate cara a cara.
Al centro, las nociones se anudan en la pedagogía escolar y en la investigación académica que inculcan una sola vertiente, la castellana, mientras desdeñan los otros afluentes indígenas ancestrales de un mismo caudal complejo. Sin desaparecer, el proyecto nacional y científico remite ese legado al subsuelo inconsciente (Id-) de su propia Entidad formativa.