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 2706-5421

PERIODISTA
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Óscar Picardo

Un periodista…

Tenemos demasiadas leyes, instituciones y tratados de vigilancia para evitar la corrupción, pero el fenómeno se ha instalado en nuestra cultura política, y da la lamentable impresión que a más mecanismos de control mayor corrupción…  

“Cuanto más corrupto es el Estado, más leyes tiene” definía el historiador romano Cayo Cornelio Tácito. Pero veamos el inventario de herramientas anticorrupción ineficientes con las que contamos, nada menos y nada más que 20 instancias:   

1.- Corte de Cuentas de la República (y su Ley de la Corte de Cuentas de la República);  
2.- Tribunal de Ética Gubernamental; 3.- Fiscalía General de la República (y su Ley Orgánica de la Fiscalía General de la República); 4.- Instituto de Acceso a la Información Pública; 5.- Probidad de la Corte Suprema de Justicia; 6.- Portal de Transparencia; 7.- Ley de Adquisiciones y Contrataciones de la Administración Pública; 8.- Ley de Acceso a la Información Pública; 9.- Ley de Ética Gubernamental; 10.- Ley sobre el Enriquecimiento Ilícito de Funcionarios y Empleados Públicos; 11.-Ley contra el Lavado de Dinero y Activos; 12.- Código Penal; 13.- Convención Interamericana contra la Corrupción; 14.- Convención de las Naciones Unidas Contra la Corrupción; 15.- Tratado Marco De Seguridad Democrática en Centroamérica (XVII Cumbres de Presidentes); 16.- Convención de Las Naciones Unidas Contra la Delincuencia Organizada Transnacional (Convención De Palermo); 17.- Declaración de Guatemala para una Región Libre De Corrupción; 18.- La Declaración de Gobierno Abierto (OGP/AGA); 19.- Instrumentos doctrinarios del Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo (CLAD); 20.- Normas que, de acuerdo con el derecho internacional, son de obligatorio cumplimiento en relación con la actividad de los funcionarios en ejercicio de sus funciones (Código Iberoamericano de Ética Judicial. Código de Conducta para Funcionarios Encargados de Hacer Cumplir la Ley. Directrices de las Naciones Unidas sobre la Función de los Fiscales. Código Internacional de Conducta para los Titulares de Cargos Públicos. Declaración de las Naciones Unidas contra la Corrupción y el Soborno en las Transacciones Comerciales Internacionales).  

Lo más llamativo del caso, es que al final lo que ha destapado la corrupción en los últimos años no ha sido ninguna de estas 20 instancias, sino el periodismo investigativo; es más, la mayoría de corruptos han obtenido sus respectivos “Finiquitos de la Corte de Cuentas” y han evadido los limitados controles de Probidad de la Corte Suprema de Justicia. Como bien anotaba Montesquieu: “La corrupción de los gobiernos comienza casi siempre por la de sus normas y principios.” 

Un par de preguntas complementarias: ¿Cuántos millones de dólares anuales nos costará mantener este aparato burocrático ineficiente de anticorrupción?; y segundo, la banca privada y pública, en dónde se han movilizado cientos de miles de dólares sucios, ¿no tiene nada que decir? Al ciudadano común y corriente le solicitan una constancia formal para demostrar la procedencia de US$ 5 para abrir una cuenta de ahorros, ¿y al corrupto…? 

El problema de la corrupción no se resuelve con leyes, oficinas, tratados, es un asunto “ético”…; sobrellevar la tentación de ser decente ante una partida secreta o fondos reservados implica sólidos valores, pero parece que nadie pasa la prueba. Todos han robado y roban, creando mecanismos sofisticados para blanquear dinero del erario público. 

Aportar información de licitaciones a amigos, contratar familiares, privatizar o nacionalizar servicios públicos, crear una agencia de publicidad, comunicaciones y marketing o sacar burdamente dinero en bolsas, entre muchas otras malas prácticas, han estado a la base de la cultura de corrupción frente a las narices de todos los contralores de transparencia. 

Solo necesitamos un buen periodista… que haga preguntas incómodas, que confronte las fuentes, que indague, que busque la evidencia y que tenga el valor de publicar en un entorno tan hostil, amenazante y peligroso, para destapar la corrupción, y lo más importante es que no le cuesta un centavo al Estado. 

El muro que el periodismo investigativo ha tenido que cruzar está construido con mentiras, violencia, difamación, corrupción, compadrazgo y amiguismo… y no permitir preguntas. En la democracia contemporánea, ser periodista es una profesión demasiado peligrosa, mal remunerada y con limitado apoyo, pero es la única garante que permite vitalizar o rescatar el concepto del gobierno por el pueblo y para el pueblo; todo lo demás sale sobrando.  

Así ha sido la historia, ningún corrupto ha sido amenazado o perseguido por sus propios sistemas de anticorrupción -que de hecho son pro-corrupción, bajo el aforismo legal: hecha la ley, hecha la trampa-; y cuando las instituciones de gobierno han actuado es tras un interés ideológico o político. Es la maquinaria perfecta. 

Pequeña corrupción o gran corrupción, corruptores o corrompidos, políticos o empresarios, narcos o gánsteres, es una fauna compleja que genera un perverso dinamismo económico en países de renta baja y media. De ahí surgen los nuevos ricos, los que hacen turismo obligatorio en algunos destinos o los que financian los partidos para cobrar favores. Son el ácido desoxirribonucleico de la pobreza, de la migración y de las pandillas.  

Como diría el periodista mexicano Javier Sicilia: “Si no tenemos policías, jueces, abogados, fiscales, honestos, valerosos y eficientes; si se rinden al crimen y a la corrupción, están condenando al país a la ignominia más desesperante y atroz”; así están la mayoría de países de Latinoamérica, postrados ante la infamia de la clase política, de los partidos, de la corrupción y del populismo. 

Como sea: Quien le teme al periodismo ya confesó su culpa… 

Disclaimer: Somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol… Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor.

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