Mauricio Manzano

Urge un diálogo político centrado en el ser humano y en el bien común

Para unos la política es “el arte de lo posible”, otros la definen como “el arte de saber gobernar”, saber y poder, es decir, la esencia de la política es el poder que emana del saber, y la esencia de lo político es la asistencia al ser humano, por lo tanto, la política es servicio. Los principios rectores del acto político, es la defensa y promoción de los derechos humanos. Así lo reconoce la Constitución de El Salvador cuando declara que la persona humana es el origen y el fin de la actividad del Estado, y el fin de la organización estatal es la justicia, la seguridad jurídica y el bien común (Cfr. art. 1Cn).

Valores como la justicia, el bien común, entre otros, además de ser categorías jurídicas son también éticas. Estos valores deberían ser la base y el barómetro para medir la actuación de los políticos y por extensión de todos los órganos del Estado. Cuando la Constitución habla de organización no necesariamente está haciendo alusión al orden, armonía, concordia. De suyo se sabe que la percepción de la realidad es diversa, esta diversidad e intereses son generadores de conflictividad.

La conflictividad es constitutiva del ser humano y se materializa en la convivencia. De ahí que la conflictividad es inseparable de las formas de diversidad que una sociedad política concibe y practica. En el ámbito stricto sensu de la política, superar conflictos es parte importante de lo que significa convivir en democracia, si un conflicto no se resuelve no nos libra de la conflictividad, es decir, de la eventualidad de nuevos conflictos. Y el método más eficaz para resolver conflictos, en este caso políticos, es el diálogo.

En nuestro país la conflictividad política se ha convertido en un peligro inminente para los principios democráticos, para los derechos de los ciudadanos y para el desarrollo social. La política salvadoreña ha alcanzado grados de intolerancia, de violencia, de tensión social y odio entre los ciudadanos. Este conflicto también ha alcanzado a los órganos del Estado. Basta echar un vistazo a las redes sociales para percatarse de la intolerancia, descalificación entre políticos y ciudadanos y provocadoras injerencias entre órganos. 

Para algunos esta violencia social es derivada del modo de concebir y hacer política en el país, un país marcado por diferencias e intereses encontrados que en ocasiones terminan en estallidos sociales, a veces con saldos tristes y lamentables. Estas discrepancias se han configurado a lo largo de la historia y han configurado una sociedad altamente polarizada, dividida y desigual.  

En cierta medida, la política no puede ser causa de tensión, sino que debe recalcar la preeminencia de la paz social, la tolerancia, la justicia y el desarrollo. Los líderes políticos tienen la enorme responsabilidad de promover estos cometidos. En la actualidad penosamente los actores políticos generadores de inseguridad e incertidumbre. Por esta razón, el diálogo político claro, como método de resolver las desavenencias, se ha convertido en un tema prioritario y esencial en el país.

No se percibe otra forma de apaciguar estos conflictos que pueden terminar en una tragedia social. De ahí que el diálogo político es urgente. Pero deben existir ciertas condiciones y principios rectores entre las partes en pugna para alcanzar acuerdos y minimizar asperezas. Algunos elementos que debe tener a la base el diálogo político en nuestro país:

Centralidad de la persona humana. Indicamos que la esencia del acto político es el servicio a la persona humana. Esto significa despojarse de intereses personales y enfocar todas las acciones y operaciones, decisiones y políticas públicas en dar respuestas positivas a las demandas de la población, especialmente, las peticiones de las clases más vulnerables de la sociedad.

Sabemos, por estudios de diferentes academias, los problemas más sentidos de la población, los políticos deben enfocar sus capacidades en resolver temas neurálgicos, por ejemplo: el tema del agua, las pensiones, la seguridad, la salud, educación, el alto costo de la vida, el desempleo etc., dificultades que angustian a la clase social que los eligió y a quienes representan. 

En segundo lugar debe haber prioridad en la defensa del bien común. Es decir, el conjunto de intereses propios de la colectividad, estos intereses están por encima de los beneficios particulares, grupales o de clases. Es necesario poner a funcionar todas las instituciones estatales de manera que beneficien a toda la población. Es urgente un desarrollo social justo, que proporcione a cada uno lo que necesita para una vida realmente digna. El interés individual no puede menoscabar o debilitar la perspectiva del bien común. Una política que vaya en detrimento del bien común es contraria a la democracia representativa y al humanismo constitucional.

En tercer lugar, debe haber un reconocimiento de la ideología del otro. Cuando nos relacionamos con honestidad y sin prejuicios con el otro, esto provoca un encuentro que nos lleva a entrar en una cosmovisión diferente a la nuestra. Este encuentro puede provocar inicialmente situarnos en “modo reserva”. Esto inicialmente es normal porque comenzamos a ver al otro con nuestras categorías ideológicas, sin embargo, se va cediendo poco a poco en la medida que vamos conociendo y descubriendo la otredad referencial, este encuentro honesto, al final nos lleva a la comprensión que lo que sabemos todos es lo que no sabe nadie. Y que la diversidad no es sinónimo de conflicto, sino de armonía, desarrollo, prudencia y aceptación. 

En cuarto lugar, la tolerancia. Esta tiene que ver con el respeto a la diferencia, a la forma como describe y comprende la realidad los otros, es el reconocimiento que no hay un único punto de vista, sino puntos de vista. Cuando conocemos las posturas ideológicas e intereses del otro sabemos más de los nuestros, las diferencias se minimizan cuando anteponemos intereses propios y miramos el bien común. Trabajar por el bien común no demanda unicidad en el modo de pensar, sino en el objetivo que nos une, la armonía es la unión de la diversidad, aceptar la pluralidad tiene que ver con la tolerancia.  

Por último, que no es lo último, es necesaria una narrativa de la concordia. Significa construir los discursos con palabras y frases no descalificadoras, ofensivas o ambiguas cuando nos referimos a los que no piensan igual o a los adversarios políticos, religiosos etc., Es necesario prescindir de frases imprecisas que conduzcan a la confusión o la convulsión. Necesitamos cambiar el discurso guerrerista por una narrativa de paz.

En fin, el conflicto entre los políticos no sólo está enviciando la razón propia, también están rodeando a los ciudadanos en un círculo de odio y la imagen internacional sigue en deterioro. Es necesario un cambio de actitud, para ello requiere un diálogo sincero, que tenga en el centro a la persona humana, la tolerancia y el bien común, para crecer en armonía aún en la diversidad.

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