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Oscar Picardo

Oscar Picardo

Ver, oír, callar y ¿desaparecer…?

Hay un aforismo jurídico que más o menos dice que lo que se hace con una ley se deshace con otra ley…; aplicado a las Ciencias Sociales, sobre todo desde la antropología y la sociología, resulta difícil creer que con encarcelar a 60 mil pandilleros han desaparecido las pandillas; y no es una apología, sino una duda razonable. 

El fenómeno de las pandillas fue una creación socio-cultural lenta, progresiva, imbricada por procesos migratorios, pobreza, falta de oportunidades y deserción escolar; se trata de una “construcción social” que no se deshace fácilmente con ingeniería social o limpieza social. 

El ADN de las pandillas está en la exclusión y en la pobreza, y su forma de manifestarse es a través de la violencia. Pero hay algo más, las pandillas han creado marcos culturales, cosmovisiones y sistemas de creencias; poseen sus propios códigos y símbolos. 

Es muy extraño -y a la vez afortunado para la sociedad- que este procedimiento de capturas masivas no haya tenido respuesta violenta; sobre todo si se consideran a estos grupos como “terroristas” y/o ”grupos de crimen organizado”. 

¿Se han desmoralizado?, ¿se han calmado o replegado?, ¿han desaparecido de la faz de las comunidades?; la evidencia estadística indica que han disminuido los homicidios; algunos especialistas -antropólogos y periodistas- indican, según sus fuentes, que las pandillas han perdido totalmente el control territorial. 

La suma de las medidas de seguridad tomadas como parte del Plan Control Territorial: Cercos militares, Régimen de Excepción, Capturas Masivas, campaña de intimidación, la cárcel CECOT, entre otras, serían los vectores que han fulminado las redes pandilleriles, su presencia y accionar. 

Pero ¿qué sigue…?; ¿se ha movido o trasladado el problema a los centros penales?; ¿se han resuelto las causas del fenómeno de pandillas?; ¿se ha intervenido en las redes de apoyo criminal internaciones o nexos con los países vecinos?. 

Carlos Martínez, Efren Lemus y Óscar Martínez, periodistas de El Faro, afirman: “Ni la Mara Salvatrucha-13, ni las dos facciones del Barrio 18 -Sureños y Revolucionarios-, ni otras pandillas menores, como la Mao-Mao, La Mirada Locos o CODEMAR, operan más en las calles de El Salvador de la forma en que lo hicieron por décadas (…) El Faro habló con un veterano líder pandillero, ahora en huida fuera del país; visitó 14 comunidades que solían vivir bajo control pandillero en las zonas occidental, central y oriental del territorio; recorrió el Centro capitalino, circulando por las fronteras criminales controladas durante décadas por pandillas; habló con empresarios de distintos niveles sometidos por años al pago de extorsión; con policías, oenegés y políticos de oposición. La conclusión es contundente: las pandillas ya no existen de la manera en que El Salvador las ha padecido.”. ¿Es real esta hipótesis?, ¿la muestra es válida y confiable para llegar a éstas conclusiones?        

Si la edad para ingresar a la pandilla es de los 13 a los 15 años…; si la escolaridad promedio de los pandilleros es 7.3 grados…; si la deserción escolar se mantiene intacta…; si no se observan nuevas inversiones ni oportunidades formativas, laborales, educativas, culturales, deportivas…; si las intervenciones de programas son superficiales o sin evidencia; ¿es posible que las pandillas hayan desaparecido? 

¿Deberíamos creer que con esquemas represivos o de disciplinamiento social se elimina una forma cultural violenta como las pandillas? En grupos tales como pandillas, barras bravas, guerrillas, etcétera, desde el punto de vista psicológico, antropológico y sociológico, se estudia el “sentido de pertenencia”, la “identidad”, las “conductas contagiosas”, entre otros aspectos reveladores de su forma de ser y actuar. 

Además de la herencia genotípica, los factores culturales, familiares, religiosos, escolares, contextuales y sobre todo los referentes que acompañan el proceso de plasticidad cerebral, entre la niñez y la juventud, condicionan ciertos comportamientos y conductas, creando un inventario ético particular para enfrentar la vida.  

La pertenencia a grupos de pandillas o radicalización es un proceso mediante el cual los individuos, a menudo jóvenes, pasan de apoyar puntos de vista moderados de la corriente principal a apoyar puntos de vista ideológicos extremos o crueles. Existe así un proceso “pseudo educativo” o de adoctrinamiento que posee etapas, niveles y jerarquías. 

El problema psicológico de fondo es la “búsqueda o restauración de significado”; este elemento semiótico perdido, deteriorado o dañado por el contexto, probablemente se descubre frente a otros actores devotos o es guiado por un líder emergente emancipador.  

En el fondo, sobre todo en una etapa de desarrollo de la personalidad, los jóvenes buscan “pertenecer” a un grupo y ser “reconocidos” en este grupo; en no pocos casos, las familias disfuncionales o familias saturadas o agobiadas por asuntos económicos descuidan las relaciones o lazos y los jóvenes buscan otros espacios; a veces lo encuentran en iglesias, deportes, grupos culturales o partidos políticos; en otros casos son aceptados en pandillas, barras bravas, grupos mafiosos, fascistas o de crimen organizado.     

En opinión del especialista español Roberto Lobato, ante la pregunta ¿qué motiva a individuos “normales” para convertirse en radicales o violentos? Webber y Kruglanski (2017) proponen que la respuesta se haya en la intersección de tres fuerzas psicológicas a las que denominan las 3N (Needs, Narratives, and Networks): 1) las necesidades o motivación del individuo, 2) las narrativas ideológicas de la cultura del individuo, y 3) la interacción entre la presión grupal y la influencia social que ocurre dentro de la red social del individuo. 

1.- Necesidades: La primera fuerza psicológica es la búsqueda de significado se refiere a la necesidad de las personas de marcar la diferencia, importar, ser alguien, en medio de una sociedad que los atomiza. 2.- Narrativa: La segunda fuerza psicológica es la narrativa cultural. Los individuos cuentan con una lista de medios culturalmente determinados que están socialmente compartidos y enraizados en una ideología a la que su grupo se suscribe.  

3.- Networking: La red social se refiere al grupo de personas que se suscriben a la narrativa. Su manera de contribuir a la radicalización individual es doble. Por un lado, el contacto con dicha red hace que la narrativa justificadora de comportamientos inadecuados se haga cognitivamente accesible para los sujetos; por otro lado, la validez de la ideología justificadora de actitudes radicales se desmoronaría si no se compartiera de manera consensuada dentro de un grupo más grande. 

La “fusión de la identidad” es otro elemento que ocurre cuando la identidad social se vuelve un componente esencial del autoconcepto personal; en efecto, se desarrolla un sentimiento visceral de unidad con determinado grupo en el que el yo personal y el yo social se fusionan, perdiendo o debilitando la personalidad individual frente al grupo.  

En los grupos pandilleriles, las sinergias y los lazos relacionales cambian, a tal punto que aparece una creencia de “invulnerabilidad”, nuevos vínculos fraternos, nuevas convicciones morales, nuevos valores, todo apuntando hacia un modelo protector o defensivo.   

Las pandillas, el fanatismo o la radicalización es un producto social, un constructo fabricado por sociedades excluyentes, que por años ignoraron las condiciones desfavorecidas de los otros. De repente, se despliega una implosión social y el fenómeno comienza con sus daños colaterales. 

Pero no solo estos factores enunciados activan un proceso de pertenencia y/o radicalización en las pandillas, se necesita caer en la cuenta que el único camino para obtener significado en estos grupos es el camino violento o criminal.  

Ver, oír, callar… y desaparecer; de la violencia cruel a la sumisión sublime; de los homicidios y la renta a la entrega sin resistencia; de las treguas al anonimato; algo aquí no está claro… habrá que esperar y no ser tan apresurados en las conclusiones.  

Disclaimer: Somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol… Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor.

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