Óscar Picardo
Vinicio y los conejos…
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“Nomás me imagino un conjunto de conejos de monte que se han cruzado la calle en la noche y ven las luces de un tráiler venir y se quedan parados sin hacer nada…; eso parecen los partidos políticos no oficiales; esperando que los aplasten en forma inminente sin puntos comunes que defender al unísono (y los hay)”, me comentaba el experto en tecnologías Vinicio Valencia, veamos el diálogo:
La política contemporánea nace, crece y compite en el ecosistema de la transformación digital y de la Sociedad Red (Castells), caracterizado por el acceso libre e indiscriminado a las plataformas de comunicación pública. Los políticos se ven rodeados de asesores, comunicadores, troles, influencers, youtubers, community managers, blogueros y creadores multimedia, que distribuyen sus contenidos con resultados que a menudo superan a los medios tradicionales. En este contexto, el uso de los modelos tradicionales, denominadas “legacy media”, tratan de potenciar su capacidad en internet y facilitan el acceso desde todos los soportes con más credibilidad pero con limitado impacto.
Sin embargo, en la mayor parte de los casos, las campañas “tradicionales” han fracasado a la hora de implementar su expansión en internet, con objetivos apenas definidos, una estrategia errática y escasa capacidad de liderazgo frente a la enorme voracidad de los grandes conglomerados (Google, Facebook, Twitter, YouTube…) y a la iniciativa de los nativos digitales, que entienden a la perfección internet. No es necesario enumerar aquí el listado de las dificultades que asolan a los legacy media frente a las redes sociales (pérdida de audiencia, disminución de ingresos publicitarios, reducción de plantillas, etc.), desencadenando una especie de “tormenta perfecta” con consecuencias disruptivas para el sector (García Avilés, 2016).
La teoría de la disrupción sostiene que una tecnología triunfa en un mercado cuando es capaz de ofrecer más o mejores utilidades a menor coste que las tecnologías ya existentes. En esta línea, el concepto de “innovación disruptiva” acuñado por Clayton Christensen argumenta que un nuevo producto o servicio con menores márgenes iniciales conquista otros mercados y termina por arrebatar el liderazgo al actor dominante en ese ámbito, que se habría limitado a satisfacer la demanda de sus actuales clientes, explotando productos o servicios que le resultaban más lucrativos.
Y continua Vinicio: Los políticos y gobiernos siempre quieren inflar sus logros y esconder sus errores, eso no es nuevo. Funes hablaba demasiado en la televisión. Saca hablaba demasiado en la radio. Sánchez Cerén era todo lo inverso: no hablaba nada. Quizás un poco de prensa tradicional. Lo que parece interesante es que estos personajes usaran un medio de comunicación de una vía. Es decir su mensaje se lanzaba hacia una audiencia dispersa, amorfa y sin cohesión. Una de las claves de este estilo de comunicación era la ausencia total de feedback de la audiencia. No se sabía si la audiencia rechazaba o aplaudía (incondicionalmente) el mensaje. La población en general no expresaba feedback, y a lo mejor ese feedback llegaba por las encuestas y finalmente por las urnas.
Con lo monstruoso de corruptos de estos personajes y sus falsos mensajes, a pesar de todo eso no se atrevieron a cruzar ciertas líneas de un modelo de comunicación de una forma más «maquiavélica» que hoy sí es la regla. La primera fue crear una audiencia artificial. ¿Para qué perder el tiempo esperando que cientos de miles de personas le den «like» a un perfil político cuando estos se pueden comprar instantáneamente? Prácticas de sobra conocidas en el mundo del marketing de baja categoría (spam). Dentro de esta audiencia artificial aparecen dos perfiles: uno pasivo y otro activo. Todos falsos pero con propósitos diferentes e integrados a la vez.
El perfil pasivo solo hacen «bulto», «presencia», «numero». No pueden opinar nada porque no son personas reales. Y hasta pueden estar en países que no hablan español. Son importantes para simular un volumen grande de seguidores. La explicación más fácil a esto es cuando usted ve un restaurante lleno y otra sin ni un alma. Claramente usted se va a la que está lleno, pensando que son mejores. Pero no se pone a pensar si los que están ahí son invitados pagados del dueño, por decir algo. Se genera una ilusión de masas que pueden también dar like aunque no comentan nada.
El perfil activo es un número muy bajo pero su función es simular la recepción del mensaje, validar y aplaudirlo lo más efusivo, eufórico y emocional posible. Su objetivo no es hacer número sino estimular el crecimiento orgánico mediante la transmisión emocional del mensaje y su reinterpretación añadiendo conceptos falsos. Es decir atraen a gente real mediante la difusión, re-expresión del mensaje original y sesgo de confirmación, añadiendo tergiversaciones que dotan de mayor emocionalidad el mensaje. Tampoco son personas reales, sino «servicios» contratados. Pero dada su influencia orgánica, tienen mucha popularidad cuando difunden algo. Es un feedback falso.
Por supuesto hay un número real de personas que tienen la convicción que esta plataforma con esta estrategia de comunicación es lo único cierto en el mundo. Pero apostaríamos que ese número real no es ni el 30%, siendo extremos. Las tasas de penetración de internet y de teléfonos móviles inteligentes en todo el país (los publica ITU periódicamente) no son para creernos a ciegas que millones de personas siguen una causa política así como así.
Por tanto la audiencia artificial es inmensa, mucho más inmensa de lo que imaginamos. ¿Porque se ha llegado a tal nivel de engaño artificial? Fácil. Las plataformas de redes sociales tienen amplios vacíos de ciberseguridad y legales, vacíos que incluso pueden ser intencionales. No hay exigencia de equivalencia de un documento identidad por usuario. Si eso fuera así, todo ésta aplanadora de publicidad se cae.
La segunda línea de comunicación es que ahora en lugar que el mensaje se dirija a la audiencia, es la audiencia la que aparentemente genera el mensaje. Esto es completamente inverso a las estructuras de comunicación del pasado que son más desde arriba hacia abajo y casi nunca de abajo para arriba. Anotamos «aparente» porque habrá que diferenciar si ese mensaje vino de una audiencia artificial activa o de una persona genuina. La autoría del mensaje parece ser comunitaria y termina subiendo al «Nodo principal» quien valida el mensaje aparentemente comunitario. Para que esto funcione la audiencia artificial activa debe ser sensacionalista, poco educada e intolerante a cualquier pequeña desviación del «guion». Lo que suele suceder a continuación de la reacción histérica de la audiencia artificial activa es que se movilizan instituciones y autoridades y se ejecutan acciones igualmente sensacionalistas. Derivando esta histeria en casos particulares y lamentables en leyes que no se necesitaban o acoso cibernético.
Y el tercer punto sobre las líneas de comunicación cruzadas es ¿de dónde se paga esta audiencia artificial? Muchos analistas apuntan a un inusual y alarmante incremento del presupuesto de publicidad estatal. Deberíamos preguntarnos si es legal y ético que los impuestos se destinen a crear estas audiencias artificiales que sirvan las características anteriores. El punto de vista es que ni es ético ni es legal.
Hay muchos conejos en esta historia de Vinicio…; los políticos ingenuos y tradicionales que intentan ganar una elección con tácticas tradicionales; los ciudadanos o analistas que confunden el mundo digital con el mundo real; los qué no saben que hacer.
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