Óscar Picardo
Covid-19: Propagación y dinamismo de contagio
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El comportamiento de contagio del SARS-Cov2 es complejo, a veces errático y poco predecible, incluso para los modelos matemáticos de predicción más apropiados: SEIR (W. O. Kermack and A. G. McKendrick, 1927), Gompertz, Milán Batista, ZZData labs, etcétera.
Hay zonas con brotes drásticos de contagio y otras con un impacto leve o nulo; regiones o países con alta letalidad, mientras que en otros escenarios la tasa es mínima. Curvas epidemiológicas atípicas; picos, descensos; países sin restricciones con limitados casos… ¿qué sucede con el SARS-Cov2?
Se ha oído hablar de R0, el número reproductivo básico de un patógeno –dinamismo y velocidad de contagio- pero no ha sido intelectualmente satisfactorio. Pero en la literatura epidemiológica existe también el parámetro “k”, equivalente a la medida de su dispersión o propagación (sobredispersión y estocasticidad).
Han existido muchas explicaciones para el dinamismo de contagio: clima, población envejecida, vitamina D, inmunidad previa, inmunidad colectiva, movilidad, confinamientos y restricciones, pero ninguna de ellas explica el momento o la escala de estas variaciones drásticas de contagio.
Podemos pensar en los patrones de enfermedad deterministas o estocásticos: en el primero, la distribución de un brote es más lineal y predecible; en el segundo, la aleatoriedad juega un papel mucho más importante y las predicciones son difíciles, si no imposibles de hacer. En trayectorias deterministas, esperamos que lo que sucedió ayer nos dé una buena idea de qué esperar mañana. Los fenómenos estocásticos, sin embargo, no operan así: los mismos datos de entrada no siempre producen las mismas salidas, y las cosas pueden cambiar rápidamente de un estado a otro.
Zeynep Tufekci en “This Overlooked Variable Is the Key to the Pandemic. It’s not R” (septiembre, 2020) señala: “Después de nueve meses de recopilar datos epidemiológicos, sabemos que se trata de un patógeno sobredispersado, lo que significa que tiende a extenderse en grupos, pero este conocimiento aún no ha entrado completamente en nuestra forma de pensar sobre la pandemia, o nuestras prácticas preventivas”.
La sobredispersión y superpropagación de este virus se encuentran en investigación. Para que ocurran eventos de superpropagación, deben suceder varias cosas al mismo tiempo. Ambientes interiores con poca ventilación donde muchas personas se congregan con el tiempo: bodas, iglesias, coros, gimnasios, funerales, restaurantes, mala ventilación, hacinamiento, hablar en voz alta sin mascarilla (Muge Cevik, profesor clínico de enfermedades infecciosas y virología, Universidad de St. Andrews & Natalie Dean, bioestadística de la Universidad de Florida).
En este momento, muchos estados y naciones participan en lo que se denomina rastreo de contactos prospectivos. Una vez que se identifica a una persona infectada, intentamos averiguar con quién interactuó posteriormente para que podamos advertir, probar, aislar y poner en cuarentena. Pero se debería utilizar también el modelo retrospectivo¸ en efecto, el rastreo hacia adelante solo puede, en promedio, identificar como máximo el número medio de infecciones secundarias (es decir, R); en contraste, el rastreo hacia atrás aumenta este número máximo de individuos rastreables, ya que es más probable que los casos identificados provengan de conglomerados que se dieron de hecho.
También para saber qué sucedió y cómo sucedió deberíamos estudiar los decesos, pero con fuentes confiables: hospitales privados, aseguradoras, alcaldías, etc.; así, conociendo los excesos –en comparación con años anteriores- y creando muestras específicas, podemos conocer el nivel de contagio real de ciertas zonas o regiones.
Uno de los casos más interesantes en la pandemia de COVID-19 ha sido Japón, un país golpeado desde el principio y siguió lo que parecía ser un modelo poco convencional, sin desplegar pruebas masivas y nunca cerrarse por completo. A fines de marzo, economistas influyentes publicaban informes con advertencias catastróficas; sin embargo, la gran crisis predicha nunca llegó a ocurrir, y aunque el país enfrentó algunas olas futuras, nunca hubo un gran aumento en las muertes a pesar del envejecimiento de la población, el uso ininterrumpido del transporte masivo, las ciudades densas y la falta de un cierre formal.
Japón inicialmente no tenía la capacidad para realizar pruebas PCR generalizadas. Tampoco podía imponer un cierre total o estrictas órdenes de quedarse en casa; en Japón, habían notado las características de sobredispersión de Covid-19 desde febrero y, por lo tanto, crearon una estrategia que se centra principalmente en la “destrucción de grupos significativos”; educaron y evitaron grandes agrupaciones, que incluyó la realización de un rastreo hacia atrás agresivo para descubrir agrupaciones. Japón también aconsejó a su población que evite los lugares donde se juntan las tres C (Crowds in Closed spaces in Close contact).
Al día de hoy (5 de octubre de 2020), Japón registra 85,339 casos y 1,597 decesos. La pandemia inició el 15 de febrero con seis casos. La población es de 126,529,100 millones de habitantes.
Para evitar un rebrote en noviembre o diciembre las autoridades de salud –según el ejemplo de Japón- deberían tener listo un protocolo para “restringir los grupos significativos” de forma rápida, es decir, aglomeraciones en oficinas, empresas, iglesias y otros espacios; esto será más fácil que cercar municipios o departamentos o identificar contagiados vía nexos, y así evitar picos epidémicos.
El debate sigue abierto y los investigadores seguimos estudiando el fenómeno viral con múltiples herramientas; aún no entendemos, por ejemplo, la dinámica y la relación de contagio entre San Francisco Gotera (muy alto), Sensembra y Yamabal (muy bajo).