José Rodolfo Pérez
Efectos psicológicos ante el COVID-19
Se denomina pandemia a la propagación global de una nueva enfermedad, en este caso, una pandemia de gripe surge cuando un nuevo virus se propaga por el mundo y la mayoría de las personas no tienen inmunidad contra él (WHO, 2010). En la actualidad diferentes países en el mundo han tomado medidas sanitaria gubernamentales para hacer frente a la amenaza que representa el COVID-19.
Este tipo de fenómenos epidemiológicos no son frecuentes y cuando suceden suelen cambiar drásticamente la forma de vida de las personas y del mundo en general. Además, este tipo de sucesos tienden a poner a prueba los sistemas de salud nacionales, quienes deben dar una respuesta rápida a la epidemia, con recursos limitados, evitando el menor número de contagios y decesos producto de la enfermedad. Otras consecuencias directas o indirectas son de índole económico y social, no obstante; en la emergencia de atender la salud física de la población, las autoridades sanitarias parecen olvidar los efectos psicológicos que se manifiestan o exacerban en este tipo de crisis, tanto en la población saludable como la que sufre el contagio.
Los investigadores Duan & Zhu (2020) han analizado que existen al menos tres vacíos en la gestión sanitaria que se implementa actualmente en China ante el COVID-19: a) La planificación general no es adecuada, por lo que tampoco existen estrategias de intervención psicológica para la población; b) existe poca coordinación entre los servicios de salud que se prestan al público, incluyendo nuevamente, la atención psicológica y; c) se evidencia la escasez de personal profesional especializado en salud mental para brindar la asistencia correspondiente.
La falta de una acción clara y coordinada en materia de salud mental para la población durante una pandemia como la que ha ocasionado el COVID-19, es una muestra de lo poco preparados que se encuentran algunos organismos de Gobierno para brindar una respuesta sanitaria integral. Establecer los mecanismos de coordinación y protocolos de asistencia médica y psicológica son a corto plazo los elementos fundamentales que deben de alcanzar, no obstante, se deberá soslayar simultáneamente la probable escasez de personal especializado en el tratamiento de la salud mental en momentos de crisis y de aquellos que puedan brindar asistencia psicológica prolongada.
La pandemia actual de COVID-19 ha comenzado a desatar una serie de comportamientos y estados emocionales que deberán ser estudiados con profundidad a posteriori. En Estados Unidos, los investigadores Asmundson & Taylor (2020) han observado que esta crisis ha producido y exacerbado conductas y emociones de xenofobia hacia la población china, miedo excesivo ante la enfermedad y discriminación, lo que por efectos técnicos como prácticos han decidido denominar como “Coronafobia”.
Durante el año 2003 surgió un brote epidémico que afectó a 26 países en el mundo, fue denominado por sus siglas en inglés como “SARS-CoV” (Severe Acute Respiratory Syndrome) o Síndrome Respiratorio Agudo Severo-Coronavirus. Esta es una enfermedad producida por un coronavirus, posiblemente transmitido por murciélagos, que posteriormente fue transmitido a otros animales y a los primeros humanos en la provincia de Guangdong, China; esta enfermedad se caracteriza por producir fiebres, dolores de cabeza, malestar y escalofrió (WHO, 2012).
Aunque el SARS pudo ser bien contenido, a diferencia del actual COVID-19, minimizando sus consecuencias en la población, un estudio (Mak et al., 2010) encontró que el 47.8 % de los pacientes que sobrevivían al SARS desarrollaban Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) en algún momento después de la enfermedad, durante su recuperación. El TEPT es un trastorno de la ansiedad que usualmente sucede posterior, cuando una persona se recupera de algún evento traumático que ha puesto en riesgo la vida, se caracteriza por el mantenimiento de la respuesta orgánica al estrés ante el suceso, lo que mantiene ciertas anormalidades física, psicológicas y emocionales.
En otra investigación (Cheng et al., 2004) realizada con pacientes sobrevivientes del SARS, se encontró que cerca del 60 % de estos manifestaron síntomas de ansiedad y depresión entre intermedio-moderado a severos, sugiriendo que el SARS puede crear efectos adversos en la salud mental en buena proporción de los sobrevivientes; además, se encontró que en la fase de recuperación, las personas mostraban preocupación respecto a perder su empleo o ser víctima de discriminación. Estados emocionales similares se observaron en el personal de salud que durante la epidemia de SARS en Hong Kong se infectó con la enfermedad y posteriormente se recuperó, aunque en este caso los efectos psicológicos se relacionaron significativamente (F(4, 90)=20.89, p<.01)) con una menor percepción de autoeficacia y síntomas relacionados con el TEPT (Ho et al., 2005). Esto nos puede dar una idea de la profundidad de los daños psicológicos que pueden provocar a los síndromes respiratorios agudos severos, como el actual SARS-CoV-2 o en su nombre más conocido para la población: COVID-19.
Pero estas enfermedades también causan efectos psicológicos inmediatos en quienes las padecen. En un estudio (Maunder et al., 2003) realizado en Canadá ante la pandemia de SARS, se encontró que los pacientes identificados con esta enfermedad y que eran llevados a cuarentena, presentaban sentimientos de culpa, miedo e ira respecto a poner en riesgo el bienestar de sus amigos y familia; varios pacientes también manifestaron estados crecientes de ansiedad ante los síntomas que presentaban, mientras que otros informaron sentirse desanimados o asustados ante un posible retorno de los mismos. Resultados similares obtuvo Chua et al. (2004), al encontrar que más del 20 % de los pacientes que padecieron SARS y que estuvieron en aislamiento prologando manifestaron ánimo deprimido, llanto, miedo al contacto social, entre otros, siendo indicadores de riesgo para el desarrollo de algún trastorno depresivo o síndrome de fatiga postviral; ante esto se recomendó que los pacientes fueran monitoreados al regresar a sus comunidades para evitar una posible descompensación psiquiátrica.
Por otra parte, investigadores (Rubin & Wessely, 2020) han analizado el fenómeno de la implementación de cuarentenas domiciliares en la ciudad de Wuhan, China, en contraste con otras situaciones similares que se han vivido en ese país, el resultado de la medida genera efectos acumulativos en los niveles de ansiedad de la población, los cuales pueden desencadenar en histeria colectiva que llevan a algunas personas a acudir en oleada a los hospitales ante las mínimas sospechas de contagio; pero el efecto más negativo es la respuesta que se genera en las personas fuera del cordón sanitario frente a la población en cuarentena, el cual incluye rechazo social, discriminación laboral e incluso ataque a sus propiedades; estos autores atribuyen al estado de cuarentena una serie de razones que propician estas reacciones en las personas: a) La implementación de una cuarentena envía el mensaje a la población que la situación es grave y empeorará; b) aquellas personas que se encuentra fuera de las ciudades afectadas manifiestan una menor sensación de seguridad o confianza; c) la cuarentena implica la pérdida de control propio y da la sensación de estar atrapado y; d) existe un aumento del rumor ante la incertidumbre a razón de la falta de comunicación fluida y oficial por parte del Estado.
Brooks et al. (2020) han realizado una revisión de los efectos psicológicos que producen las medidas de cuarentena en la población e identificaron estresores durante y después de la cuarentena; durante la cuarentena estos fueron miedo a la infección, frustración y aburrimiento y temor ante poseer suministros e información limitada e inadecuada; postcuarentena, los efectos están relacionado con las pérdidas financieras personales y el estigma; ante eso recomiendan como estrategias de mitigación que la cuarentenas sean lo más cortas posibles, una comunicación más eficaz de parte de la autoridades, proporcionar a la población de herramientas o actividades para aminorar el aburrimiento, cuidar del personal de salud (física y mentalmente) y brindar una perspectiva positiva de la cuarentena, es decir, hacer ver el beneficio que produce en otros la situación de aislamiento social.
Pero el conocimiento que se posee sobre las consecuencias psicológicas de este fenómeno, a nivel general que son productos de una pandemia, son vastos y particulares. A partir del análisis de los efectos psicológicos provocados por el SARS-CoV en 2003, Taylor (2019) ha descubierto que las afectaciones más recurrentes en la población durante una pandemia es la angustia excesiva y el miedo; estos no siempre son de corta duración y las reacciones emocionales pueden ser severas y persistentes, aun cuando la amenaza que supone el fenómeno ya ha desaparecido.
La experiencia anterior con el SARS-CoV en 2003 y la actual con el COVID-19 hacen visibles dos dificultades. La primera corresponde a lo poco preparado que se encuentran los sistemas de salud para hacer frente a una crisis como la actual; la segunda corresponde a la necesidad por la ampliación de la cobertura de la atención en salud, es decir, debe incluirse inmediatamente declarada una pandemia, cuarentena o aislamiento social, el abordaje en salud mental no solamente para aquellos que se encuentren padeciendo la infección, sino para toda la población que esté experimentando, directa o indirectamente, los efectos de la crisis.
Las consecuencias que conlleva la falta de asistencia psicológica en las personas que han padecido la infección pueden ser incluso más duraderas que la enfermedad misma, teniendo la posibilidad de abonar en el desarrollo de trastornos psicológicos discapacitantes, aumentando la baja laboral (y los resultados que trae consigo) y transformando al COVID-19 en un problema de salud prolongado o duradero, lo cual con seguridad aumentaría el gasto público en salud que ya se ha destinado para combatir con la enfermedad.
Por otra parte, no se pueden obviar los impactos psicológicos que trae consigo la implementación de cuarentenas domiciliares y el aislamiento social que ordenan las autoridades. El aburrimiento, el miedo y la ansiedad, que es acumulativa a raíz de la retroalimentación que recibe por las condiciones implementadas y elementos individuales, son solamente unos efectos que deben ser abordados para un buen resguardo de la población no infectada. La histeria colectiva seria el peor escenario, aunque este ya ha sido parcialmente manifestado pocas horas después de haber declarado el Estado de Emergencia, evidenciándose en los comportamientos impulsivo de compras de artículos de primera necesidad, entre otros artículos que poco o nada tienen que aportar en evitar o combatir la infección que se han visto escaseados.
El personal de salud es otra parte de la población que padece los efectos psicológicos de un fenómeno de crisis sanitaria. El estrés que se manifiesta al trabajar cerca del peligro latente que es el COVID-19 y la impotencia de ofrecer mayores ayudas a los pacientes, forman parte del día a día en una pandemia. Si a lo anterior se le añade el temor de ser contagiado y contagiar a familiares y amigos, entonces los trabajadores del sistema de salud que se encuentran en primera línea requieren al igual que los pacientes, atención especializada que aminore el impacto psicológico que trae consigo sus labores. No se puede ignorar que el personal de salud es tan propenso como la población general a padecer de miedo y ansiedad acumulativa, que como se ha detallado anteriormente es perjudicial para quienes lo padecen.
Se hace necesario entonces que las autoridades del Gobierno implementen medidas más equilibradas a las luz de diferentes datos estadísticos que han de recopilar: a) realizar una medición de los niveles de estrés que padece la población infectada en cuarentena y de aquella que se encuentra en cuarentena domiciliar; b) una medición de los niveles de estrés del personal de salud que se encuentra atendiendo el estado de emergencia; c) una medición del impacto psicosocial en las personas que sobrevivan a la enfermedad y; d) una medición de la eficacia de las medidas de contención.
Sin embargo, de forma inmediata se deberían reconsiderar algunos elementos de las restricciones implementadas tales como una reducción en su duración y alcance, ofrecer a la población orientación para reducir el estrés, tener una comunicación oficial fluida y transparente y hacer de la cuarentena y aislamiento social una acción altruista que beneficia a otros.
Una respuesta rápida de las autoridades de Gobierno, pero bien fundamentada en la evidencia científica y estadística puede cambiar la vida de los habitantes de una nación. Es comprensible que esta pandemia sobrepasa los recursos del Estado y lo obliga a trabajar sobre la marcha, que de vez en cuando significa improvisar, aunque también brinda la oportunidad de rectificar a través de la medición y la investigación científica. Una bien orientada búsqueda de feedback sobre todas las acciones de contención ejecutadas a la fecha y la recopilación de otros datos que ya han sido mencionados, podrían hacer la diferencia para los siguientes pasos por ejecutar. En esta crisis más que nunca se hace imprescindible la investigación científica, dedicar tiempo a ello ofrecerá una visión más clara del estado actual de la pandemia en El Salvador, tanto de sus efectos directos como indirectos, como de los psicosociales. De lo contrario toda decisión por tomar será en bajo las sombras de lo desconocido.
Referencias
Asmundson, G. J. G., & Taylor, S. (2020). Coronaphobia: Fear and the 2019-nCoV outbreak. Journal of Anxiety Disorders, 70, 102196.
Brooks, S. K., Webster, R. K., Smith, L. E., Woodland, L., Wessely, S., Greenberg, N., & Rubin, G. J. (2020). The psychological impact of quarantine and how to reduce it: Rapid review of the evidence. The Lancet, 395(10227), 912-920.
Cheng, S. K. W., Wong, C. W., Tsang, J., & Wong, K. C. (2004). Psychological distress and negative appraisals in survivors of severe acute respiratory syndrome (SARS). Psychological Medicine, 34(7), 1187-1195.
Chua, S. E., Cheung, V., McAlonan, G. M., Cheung, C., Wong, J. W., Cheung, E. P., Chan, M. T., Wong, T. K., Choy, K. M., Chu, C. M., Lee, P. W., & Tsang, K. W. (2004). Stress and Psychological Impact on SARS Patients during the Outbreak. The Canadian Journal of Psychiatry, 49(6), 385-390.
Duan, L., & Zhu, G. (2020). Psychological interventions for people affected by the COVID-19 epidemic. The Lancet Psychiatry, 7(4), 300-302.
Ho, S. M. Y., Kwong-Lo, R. S. Y., Mak, C. W. Y., & Wong, J. S. (2005). Fear of Severe Acute Respiratory Syndrome (SARS) Among Health Care Workers. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 73(2), 344.
Mak, I. W. C., Chu, C. M., Pan, P. C., Yiu, M. G. C., Ho, S. C., & Chan, V. L. (2010). Risk factors for chronic post-traumatic stress disorder (PTSD) in SARS survivors. General Hospital Psychiatry, 32(6), 590-598.
Maunder, R., Hunter, J., Vincent, L., Bennett, J., Peladeau, N., Leszcz, M., Sadavoy, J., Verhaeghe, L. M., Steinberg, R., & Mazzulli, T. (2003). The immediate psychological and occupational impact of the 2003 SARS outbreak in a teaching hospital. CMAJ, 168(10), 1245-1251.
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Taylor, S. (2019). The Psychology of Pandemics: Preparing for the Next Global Outbreak of Infectious Disease. Cambridge Scholars Publishing.
WHO. (2010). OMS | ¿Qué es una pandemia? WHO; World Health Organization. https://www.who.int/csr/disease/swineflu/frequently_asked_questions/pandemic/es/
WHO. (2012). WHO | SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome). WHO; World Health Organization. https://www.who.int/ith/diseases/sars/en/