Óscar Picardo
Ilustración: Maiskell Sánchez
Higiene mental
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Erich Fromm, en “Miedo a la libertad” (1941), trató el concepto de enajenación desde los mecanismos psicológicos autoritarios (sadismo, masoquismo, etcétera) y en “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea” (1956) llegó a preguntarse si nuestra sociedad era sana… bajo la siguiente premisa: “¿Estamos seguros de que no nos engañamos a nosotros mismos? Muchos enfermos internados en los hospitales mentales están convencidos de que todo el mundo está loco, menos ellos…”
Nos acercamos entonces al concepto de “Higiene mental” una práctica médica, iniciada por el psiquiatra estadounidense Clifford Whittingham Beers allá por 1909, y que fue definida como el conjunto de hábitos que permiten a una persona gozar de salud mental y estar en armonía con su entorno sociocultural.
Según la OMS, la salud mental es un estado o situación de bienestar en el que la persona realiza sus capacidades y puede hacer frente al estrés normal de la vida, de estudiar, trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad. En este sentido positivo, la salud mental es el fundamento del bienestar individual y del funcionamiento eficaz de la comunidad. Asimismo, la higiene mental se refiere a los hábitos que debemos crear y seguir para lograr una buena salud mental y que se verá reflejado en distintos aspectos de nuestra vida, en lo psicológico, emocional y social.
Cuando hablamos de higiene mental se hace necesario que establezcamos que existen hábitos que podemos realizar de manera periódica y frecuente para conseguir que aquella sea lo más óptima posible. En concreto, algunos de los más significativos son los siguientes: Leer, hacer ejercicio, construir una valoración positiva de uno mismo y de los demás, educación y gestión de las emociones, enfrentamiento adecuado de temores, dificultades y problemas, entre muchos otros aspectos.
En la historia contemporánea -como antípoda de una buena salud mental- encontramos de modo muy frecuente conflictos civiles violentos, guerras, homicidios, pandillas, crimen organizado, narcotráfico, terrorismo, tiroteos en masa, secuestros, violaciones, tráfico de órganos y personas y fanatismo, entre otros fenómenos que nos hacen dudar de la salud mental de las sociedades.
Hoy vivimos en entornos digitales muy “tóxicos” plagados de “odiadores profesionales e insultadores de oficio” que enarbolan causas de cualquier tipo; particularmente en los campos religiosos y políticos, bajo el principio intolerante: O estas conmigo o estás en mi contra.
Existe una escalada de la conflictividad humana; comenzamos por seguir o apoyar a ciertos referentes, lideres o influenciadores y terminamos sumándonos a los ataques de odio, a milímetros de la violencia física destructiva; y lo peor, este tipo de conductas es muy contagiosa.
Pese a los mejores niveles de escolaridad y avances culturales que vivimos, la genética de la violencia está a flor de piel; lo vemos a diario en la intolerancia en el tráfico y en las redes sociales, sean sujetos sin máscara o perfiles anónimos.
También encontramos una propensión hacia la segregación ideológica; cada vez son más frecuentes los discursos de odio y narrativas para dividir o separar a los buenos de los malos, a mis seguidores de a los opositores; se trata de una perversa actitud de ciertas personas que se creen dueñas de la verdad moral y pueden definir o decidir de qué lado de la barda debemos estar.
Hemos descuidado tres variables interrelacionadas muy importantes del bienestar humano: Tiempo, Felicidad y Alteridad. Gastamos mucho tiempo de nuestra vida para obtener dinero y comprar, descuidando aspectos esenciales de las relaciones humanas; confundimos la felicidad con comprar y tener; y anteponemos la comunicación digital a la buena compañía y el diálogo. Nos estamos deshumanizando…
Como lo hemos anotado en múltiples ocasiones, al cambiar la prácticas lúdicas de la infancia -juego, juguete, imitación, garabateo, etc.- todo cambia en el futuro de la personalidad y las conductas; y la transformación digital que vivimos nos está despojando de ciertas actividades esenciales para un buen vivir. Los niños (as) de las nuevas generaciones juegan y se entretienen con el teléfono móvil y socializan poco y nada.
Según Fromm, muchos psiquiatras y psicólogos seguramente se podrían resistir a sostener la idea de una sociedad enferma; no estamos frente un problema de salud mental de la sociedad sino el desequilibrio mental de algunos inadaptados o psicópatas; y probablemente bajo este principio vamos tolerando una patología de la normalidad. Probablemente la hipótesis de Fromm se pueda comprobar al cruzar los datos estadísticos de personas encarceladas, homicidios, suicidios, violaciones y embarazos precoces. Ni el bienestar económico o material, ni la democracia o las libertades han podido con ciertos desequilibrios mentales o neurosis de las sociedades, y al parecer hay otras necesidades…
Codicia, ambición, avaricia, dinero, riquezas o poder pueden estar a la base como las causas etiológicas de diversas enfermedades mentales más normalizadas por nuestras sociedades. Parece que las necesidades humanas -las positivas y negativas- surgen de las propias condiciones de la existencia misma afectadas por una educación, familia, religión, cultura, no tan saludables.
Entre el individualismo y la conformidad gregaria hay una línea muy extensa y delgada pautada por la irracionalidad y las emociones, que mezclan las necesidades de hambre, sed, sueño y apetito sexual con otro tipo de fenómenos esenciales de la vida humana: amor, amistad, solidaridad o compasión. De igual modo vivimos en una tensión duélica entre principios capitalistas y socialistas, que oscilan en nuestra aguja ideológica fomentada por las cosmovisiones del Estado o del Mercado.
Somos hijos de una cultura judeocristiana y griega que se ha mezclado con principios milenarios mayas, aztecas e incas aplacados y domesticados a punta de violencia y fe o espada y cruz, al ritmo de cambios globales, siendo sólo espectadores o víctimas. Nuestra sociedad está enferma y por si fuera poco, hoy estamos alienados con los teléfonos móviles, padeciendo nomofobia, y siguiendo la pauta de los algoritmos de TikTok, los amigos imaginarios de Facebook, los pleitos ajenos de Twitter y los espejismos de Instagram…
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