Jeser Candray
Ver, oír, ¿callar?
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- , Disruptores
Se cumple un año del régimen de excepción en El Salvador y esta fecha ha servido para hacer análisis de la política más defendida por el Gobierno Bukele. La historia ya es conocida (¿o la historia que nos ha sido contada?). Hace un año, en un aparente rompimiento de un pacto entre el gobierno Bukele y las pandillas publicado por medios de comunicación, las pandillas causaron cerca de 90 homicidios en un fin de semana supuestamente como medida de presión contra el gobierno quien desde el inicio de su gestión vendía su exitoso y hoy olvidado Plan Control Territorial. La respuesta de Bukele fue la excepción (no excepcional): aprobó gracias a su sólida mayoría calificada en la Asamblea un Régimen de Excepción que, sin debate con la sociedad, sin análisis de impacto y, también, sin fecha posible de que acabe en el corto plazo. El Régimen de Excepción de la noche a la mañana despojó a los salvadoreños de la presunción de inocencia, del derecho a mínimas garantías de derechos humanos.
Poco tiempo después de su aplicación el gobierno supo vender el éxito de su nueva política. Capturas masivas, cercos militares a ciudades enteras, videos de detenidos cosificados. Medios tan poco cercanos al gobierno usan, exagerados a mi juicio, titulares que son bien utilizados por el gobierno para legitimar el éxito. Esto ha sido registrado en medios internacionales en donde el presidente Bukele ha invertido mucho esfuerzo en demostrar su capacidad inaugurando él mismo una…, no, la “cárcel más grande de América”. El régimen también en eso ha demostrado éxito.
No son pocas las encuestadoras que recogen la opinión de los salvadoreños que avalan la política. Las redes sociales, infectadas por los llamados trolles, pero que recogen un pensar de la población también ha dado su veredicto: “si lo detuvieron, por algo fue”, “si es inocente, ya saldrá” incluso pastores evangélicos, como Toby Jr, para tristeza de los que nos consideramos cristianos, hablan de una misión evangelizadora a los “hijos buenos, universitarios, con valores, gente que no da problema”. Triste. Otros, por su parte no escoden su alegría de hoy vengarse de los que tanto daño han hecho al pueblo. Parece que, parafraseando a Freire, el sueño de la víctima es volverse victimario.
Sin embargo, para sorpresa de nadie y mientras algunos peleaban por rankings ficticios de las mejores (¿o peores?) y más grandes cárceles del mundo, el Régimen también ha producido sus propias víctimas. Medios cuentan ya arriba de la centena las personas fallecidas en los centros de detención, sin contar el acoso a comunidades por militares y policías que hoy tienen carta blanca para detener a cualquiera quien podrá demostrar su inocencia mientras espera en los centros de detención. Menos sorpresa causa la reacción de los ciudadanos.
Los que hemos vivido y sufrido el acoso de las pandillas, aquí me pongo yo, no nos es difícil entender la estrategia de marketing del gobierno en esa política ni la reacción de la gente. Viví y crecí en uno de los municipios sinónimo de las pandillas: Soyapango. Los vimos acosando vendedores, ciudadanos que su único error fue equivocarse de colonia que imponían cercos invisibles que dividían familias, amigos. ¿Cuántas veces servía de estigmación decir que vivías en Soyapango?, bueno, ustedes ya lo saben. Ver, oír y callar era la ley y los justicieros eran ellos quienes dictaban sentencia en medio de gobiernos que, a los ojos de los ciudadanos victimados, nada hacían por protegernos. Nada puede justificar el accionar de las pandillas, este texto no puede entenderse como tal, en absoluto.
La respuesta del Estado debería ser con fuerza con el actuar de las pandillas, pero sin irrespetar los mínimos derechos de todos los ciudadanos. Nadie debería estar detenido ni un minuto sin pruebas contundentes de delitos. La reacción de los ciudadanos ante esto, aunque comprensible, es muy dolorosa, en serio, ¿Es esta la sociedad a la que queremos convertirnos?
Hay un cambio de roles en la sociedad, pero las prácticas son las mismas: se sigue mirando a otro lado mientras se golpea a alguien, se justifica no opinar por miedo, por prevención. Ahora ver, oír y callar no lo dicen los pandilleros que tanto miedo generaron en el país.